Qué es tener suerte

 

El profesor Barceló nos ayuda en este libro a diferenciar la buena y la mala suerte, entre otras agudezas lógicas.

 

 

Falibilidad y normatividad. Un análisis filosófico de la suerte

Axel Arturo Barceló Aspeitia

Ediciones Cátedra, Madrid, 2019, 176 páginas.

 

Axel Arturo Barceló Aspeitia es profesor de la Universidad Autónoma de México especializado en filosofía del lenguaje y de la lógica. El tema que aborda en el presente libro —falibilidad y normatividad— no contiene, evidentemente, un propósito para arrastrar a las masas. Salvo que quisiera revelarnos algunos trucos sobre cómo conseguir tener más suerte, lo que no es el caso, puesto que se trata del concepto de suerte y no de la suerte misma. Es pues un libro — no en vano es de Cátedra — para minorías, como por otra parte debe serlo el 98 %. En este caso, para interesados en filosofía del lenguaje y como mucho para amantes de la filosofía esforzados en temas rigurosos, de una minucia casi exasperante, de ahí que esté en la colección Teorema, Serie mayor.

Habrá, con todo, a quien interese el tema de en qué consiste la suerte, cuándo las normas son válidas y por qué es tan humano ser imperfectos. Como decimos, contribuye a aclarar a qué llamamos “buena y mala suerte”. Algo así como que si entre medios y fines se llegan a alcanzar los fines, pero no gracias a los medios, hay buena suerte; o que cuando no se alcanzan los fines a pesar de que los medios eran los adecuados, estamos ante la mala suerte. Tiene algunas complicaciones más en las que aquí es mejor no entrar, pues temo exponerme en exceso a la suerte.

Contribuye también a aclarar lo que se entiende por normatividad —actuar según normas— y por falibilidad, esto es, que no somos perfectos, que fallamos de hecho en múltiples contextos y ocasiones, aunque nos esforcemos en no hacerlo. El profesor Barceló se detiene especialmente en estudiar las características normativas del deontologismo —el actuar según normas de deber y de principios aprióricos— y del consecuencialismo, que de entrada defiende un modelo normativo opuesto al anterior, pues no está interesado en los principios intencionales sino en los resultados o consecuencias efectivas. Quienes llegan a la conclusión de que lo mejor es seguir unas veces principios de deber y otras guiarse por los resultados factibles, pasan a defender una postura relativista —en lo que a la defensa de normas se refiere no son ni deontologistas ni consecuencialistas, sino que “depende”—, uno de cuyos representantes es John MacFarlane, filósofo del lenguaje en Berkeley. Muy próximo a esta postura relativista de este filósofo estadounidense se encuentra nuestro filósofo mexicano, pero tiene el propósito de matizar lo suficiente ese relativismo hasta convertirlo en un pluralismo de opciones entretejidas, capaz de desembarazarse de parte de la vaguedad relativista porque aspira a convertirla en un juego de planos lógicos más rico, como que entre las entidades (una fruta) y las propiedades (ser verde) que podemos atribuir a esas entidades median no solo reglas lógicas de inferencia (mala o buena, correcta o incorrecta) sino además contextos, niveles y prácticas que nos muestran que donde pensamos solo en términos monistas (una concreta propiedad atribuida a una concreta entidad) deberíamos mejor pensar en términos pluralistas (lo que parece ser una entidad es más de una; o lo que parece ser una propiedad contiene a varias). O, en esta línea de profundizar en los matices lógicos del lenguaje, diferenciar entre los valores trascendentes, que no dependen exclusivamente de mis operaciones (¿se ríen porque el chiste era bueno o se ríen de mí?), y los valores instrumentales (¿cómo hay que contar un chiste para hacer reír) utilizados con mejor o peor habilidad. A veces se trata más bien de unos valores que de otros; no hay que confundirlos a piñón fijo, sería la clave, porque en la mayoría de los casos se trata de un trenzado de todo ello, que hay que recorrer con finura.

Los análisis a los que se ve impelido el profesor Barceló le llevan también a mostrar que son útiles para deshacer entuertos concretos del campo de la lógica, como algunas paradojas. ¿A partir de cuántos granos puedo hablar de un “montón” de arena? La paradoja consiste en que no puedo establecer un número a partir del cual sumando un grano (o quitándolo) el “montón” aparece o desaparece. Paradoja de nombre sorites, que se aplica a granos lo mismo que a pelos (paradoja del calvo), es decir, a todo lo que siendo diminuto se va a convertir por agregación en algo grande. La clave está, nos sugiere, en que se mezclan dos niveles diferentes de propiedades (o de entidades), en las que unas son agregativas y otras se refieren  a términos más vagos: querer inferir un “montón” a través de la agregación grano a grano es tanto como querer establecer una conclusión desde premisas que no le corresponden. En el libro se explica esto con detalle, hasta el pormenor casi irritante. “Basta, ya lo he entendido, por qué me explicas lo evidente”, apetece a veces decir. Y cerrando ya el libro es como si oyeras: “Porque no todo lo que parece evidente lo es”. Se puede ser listo y tonto, pero también pasarse de listo.

 

Silverio Sánchez Corredera

 

«Qué es tener suerte», Cultura, Suplemento de  La Nueva España, nº 1289, jueves, 9 de enero de 2020, pág. 7.

https://www.lne.es/suscriptor/cultura/2020/01/09/suerte/2581418.html