Ante el capitalismo salvaje, resistencia estoica y actitud cínica
Luciano Concheiro propone aprender a vivir el “instante” como remedio ante la neurosis de la aceleración economicista.
Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante.
Luciano Concheiro
Editorial Anagrama, Barcelona, noviembre 2016, 172 páginas.
Luciano Concheiro destaca como precoz ensayista mejicano. Son muy contados los que con poco más de veinte años alcanzan reconocimiento público. En su caso, Contra el tiempo es finalista del Premio Anagrama de Ensayo de 2016.
El libro se despliega como cuadro impresionista del modo de vida acelerado de la civilización capitalista actual. Pero su propósito no es solo elaborar un retrato crítico, va más allá, pretende calcular la respuesta “revolucionaria” precisa presentada como alternativa.
El trabajo es excelente en cuanto representa con arte uno de los vicios fundamentales del vivir contemporáneo: el inhumano atropello temporal. Pero en la otra vertiente, aunque su esfuerzo por encontrar una vía de escape está lleno de muy agudas reflexiones, se pone de manifiesto la contradicción entre reconocer que no podemos y alentar que deberíamos poder. En definitiva, como no podemos librarnos del discurrir vertiginoso, situémonos al menos momentáneamente en algún recodo. Y, desde ahí, avivemos la conciencia de que sería preciso superar seriamente este mal, en la creencia de que un cambio radical de actitud generalizado podría ser la vía profunda de fuga. “No se puede, sino tangencialmente un poco”, aunque “tal vez sí que se pueda”: esta es la contradicción que late en el libro. Se tiene la impresión de que el autor oscila entre dos tesis y de que mantiene las dos, pero el lector percibe que no son conciliables y que se trata más de un bamboleo de hipótesis en lucha que de una tesis afianzada.
Su propósito es moralizador, en sentido de beligerancia, no de catequesis. Nos recuerda al estilo de Byung-Chul Han, claro y simplificado argumentalmente, y también al propósito político reivindicativo de un Badiou o de un Žižek, ya que la tesis de fondo se dirige contra el capitalismo y su necesidad de obtener ganancias sin fin. Este modelo económico es el causante del ritmo acelerado de la rueda de hámster en la que andamos. Ante esto, por más que la revolución parece haber desaparecido del imaginario político y que no consta que haya propuestas fiables lejos de la democracia liberal, el pensador hispano educado en Europa cree que, si no es factible transformar revolucionariamente el exterior, sí se puede huir hacia uno mismo y, de esta manera, sin presentar apenas batalla conseguir ser subversivo.
Se percibe en la trama de sus seis capítulos una manifiesta intención de profundidad, pues no se trataría de aprender a ir lento en las prisas, sino de detener el curso mismo del tiempo refugiándose en el “instante”, y, para ello, propone guiarse del espíritu del budismo zen, lejos de la cocaína, de la hiperactividad de la metanfetamina y de la benzodiazopina antiansiolítica. El instante no es el “acontecimiento” (“l´événement”) del que hablan Žižek y Badiou, porque no se trataría tanto de acogerse a lo traumático y perturbador exterior que puede partir la realidad en dos —un antes y un después— como de concentrarse en lo que hay de sagrado —no lo religioso, que es otra cosa— en el ser humano, que siempre tiene la posibilidad de vivir el no-tiempo —dejar de oír el tic-tac del reloj— y de apartarse espiritual y momentáneamente de la noria de la vida. No se trataría exactamente de la desobediencia civil de Thoreau ni de la resistencia pacífica de Gandhi ni siquiera de la resistencia existencialista de Camus. Es mejor no emprender una batalla contra el tráfago exterior perdida de antemano. Hay que recurrir, más bien, al espíritu de la filosofía cínica o del taoísmo filosófico de la no-acción. “El instante es una chispa que nos arroja fuera del devenir” pero no para vivir el momento (“carpe diem”) en el espíritu irresponsable del “You only live once”, sino para reconocer estoicamente que no es posible vencer individualmente al sistema, pero sí salirse temporalmente de su ritmo y, de este modo, confirmar que la vorágine social depende en parte de cada individuo, que puede desviarse cuando quiere del consumismo y del despilfarro, y, en definitiva, que aunque prisionero posee las llaves de sus cadenas.
La propuesta se sitúa, así pues, en la pretensión de Marx de “transformar el mundo” pero desde la perspectiva de Rimbaud: “Cambiar la vida”. Si no es posible la revolución contra la barbarie, acojámonos a las revueltas necesarias, sería la proclama aquí. Revuelta que se halla en la fiesta, el carnaval, el baile, la carcajada, pero también en la poesía, en la mística y, en definitiva, en el arte de hacerse dueño de mil maneras posibles del propio tiempo, frenando el discurrir impuesto. La “filosofía práctica del instante”, que propone explícitamente Concheiro, se aviva a la luz del epicureísmo hedonista, pero conciliado con el estoicismo de quien, sin alienarse, resiste lo irracional del capitalismo salvaje y busca, en paralelo, fórmulas “cínicas” —en su sentido filosófico—para recuperar el control de su vida.
El sincretismo ecléctico de modelos de vida no tiene por qué ser un “tótum revolútum” negativo, pero le plantearíamos al autor esta duda fundamental: ¿cómo a través de pequeños hiatos y de quiebros puede la civilización encaminarse hacia un futuro esperanzador? No dudamos de que uno a uno los sujetos puedan “salvarse” poéticamente, pero ¿cómo salvar el abismo que hay entre la civilización económica actual y el humano vivir auténtico?, ¿acaso con voluntarismos aislados? El joven filósofo mexicano es brillante en los detalles, pero, en el conjunto, habiendo calculado abarcar mucho, puede que esté apretando poco.
Silverio Sánchez Corredera
La Nueva España, Cultura, Suplemento de LNE, 20 de diciembre de 2018, pág. 7.