Poética y utilidad del cine

 

  

Miguel Ángel Navarro polemiza con Pablo Huerga: dos teorías sobre el séptimo arte con Gustavo Bueno de trasfondo

 

 

 El Western y la Poética. A propósito de “El Renacido” y otros ensayos

 

MIGUEL ÁNGEL NAVARRO CREGO

 

Pentalfa Ediciones, Oviedo, 2016. 261 páginas

 

 

 

 Los doce capítulos independientes de que se compone El Western y la Poética se articulan en torno a una tesis general: el cine tiene la estructura funcional de los mitos y está sometido a un fin político.

 

  La poética antigua expresaba gran parte de sus creencias esenciales a través de la mitología (clásica), en la que juegan un papel teórico tan importante Platón y Aristóteles.  En el mundo contemporáneo sucede lo mismo. ¿Por qué? Porque el poder político necesita de los mitos para producir y encauzar la ideología dominante. Y el cine ha resultado ser un instrumento principalísimo en la generación de mitos.

  

 Miguel Ángel Navarro (Oviedo, 1963) es un consumado especialista del western, experto en la obra del cineasta John Ford (recuérdese su tesis doctoral: Ford y “El sargento negro” como mito) y crítico fino del séptimo arte. Como colaborador habitual de Nódulo Materialista, importante taller donde se trabaja con la metodología del materialismo filosófico de G. Bueno, la tesis general de su ensayo adquiere una fundamentación doctrinal y conclusiones más detalladas.

   

El western, con todas sus etapas desde los años veinte hasta la actualidad: primer germen, clásico (J. Ford…), crepuscular, degenerado (spaghetti western) y renovado (Clint Eastwood…), funciona como un motor de una nueva ideología genérica de una nación en formación y en expansión imperial, los Estados Unidos, pero no promoviendo contenidos directamente ideológicos —expuestos a controversias— sino bajo la fórmula del mito. Este sería el encargado de alimentar, en la raíz, la ideología identitaria de esa nación en formación. Mitos que se enraízan con sus héroes legendarios (Jeremiah Johson…, John Wayne…), sus leyendas patrióticas (la conquista del oeste, el Séptimo de Caballería…) y sus relatos que alcanzan un cierto estatuto de universalidad, capaces de situarse por encima del régimen parcial y discutible que toda ideología encierra como tal.

   

El relato mitológico del western —del cine en general— se teje fundamentalmente a través de la puesta en escena de conflictos ético-morales que afectan al común de los mortales. Al compás, el despliegue de los intereses de ese nuevo imperio se va dotando de un relato que, con su “destino manifiesto”, se proyecta más allá de su propia constitución como nación y queda abocado a dirigir los destinos de la humanidad: Segunda Guerra Mundial, Plan Marshall, Guerra Fría, y guerras de Corea, Vietnam, Iraq, Afganistán… Historia política que corre interdependiente del curso de la mitología del western. De este modo, el poder político y el western mantienen una relación nada circunstancial, sino esencial, a través de la factura de mitologías que se incardinan de forma natural y eficiente en una ideología nacional imperial. El lugar geopolítico de EEUU como imperio, que domina actualmente el territorio que ocuparon Inglaterra o España, queda narrado en las gestas del western.

 

 El marco general donde se interpreta el potencial del cine es desde la sociedad política, pero el autor no se olvida, ni mucho menos, de la vertiente artística que el séptimo arte entraña. Pero esta función poética, con todos sus valores: lirismo de emociones, sentimiento épico, dramatismo paradójico o tragedia catártica…, no tiene la cualidad de independizarse del todo de su matriz principal, el de ser un instrumento mitológico, al servicio de la ideología, al servicio del poder.

   

Es, me parece a mí, por este modo de encajar los fenómenos en liza (política, mitos, arte…) por lo que, entre otras razones —y sobre todo por el modo de interpretar y utilizar la teoría del cierre categorial de las ciencias—, Navarro Crego se ve impelido a disentir de la tesis de Pablo Huerga (Benavides de Órbigo, León, 1966; La ventana indiscreta, 2015), también elaborada desde las coordenadas del materialismo filosófico. Estaríamos ante un problema de ortodoxia/heterodoxia, a no ser que interpretemos el sistema de ideas de Bueno como un corpus flexible y en continua expansión, por tanto, remodelándose también, sin perder, por supuesto, sus elementos genuinos.

 

  ¿No puede interpretarse la servidumbre del cine hacia la política, en el contexto de las mercancías que alimentan las creencias mitológicas en las que toda sociedad se desenvuelve necesariamente? Por ello, Miguel Ángel se hallaría anclado en un terreno muy fértil.

   

¿Y no es posible que el valor del cine pueda ser medido por su “verdad” poética, que tendría la cualidad, afinado como está con las artes pretéritas y con los ritmos poéticos de nuestro presente, de poner al descubierto mímesis verdaderas de los valores que atraviesan las relaciones humanas —entendiendo por mímesis la capacidad de recrear adecuadamente valores éticos o políticos o morales—. Entonces, los análisis de Pablo estarían planteándose en un territorio igualmente fértil, y por explotar, a la búsqueda de conceptualizaciones a caballo entre la verdad científica (conceptos categoriales) y las tesis filosóficas consistentes (conceptos Ideas).

   

La “verdad poética” actuaría anclada en un contexto universal —el ético—, mientras que los mitos del cine funcionarían en el plano político, obedientes a la dialéctica de los estados, y sin perjuicio de finas conexiones éticas y estéticas. Entre el conocimiento ético y la actitud política mediaría todo un flujo de situaciones morales con capacidad de vincular ambos territorios. El cine (mito) modela almas de ciudadanos pero también construye lúcidos sistemas de valores personales (universales).

   

Pero ni la ética ni el Estado pueden reducirse uno a otro mutuamente. Por tanto, los componentes de “verdad poética” del cine no podrían ser reducidos del todo a la función mitológico-ideológica que el poder político promueve, ni al revés. Creo, en definitiva, que tanto Miguel Ángel Navarro como Pablo Huerga pisan territorios fértiles, a pesar de sus tesis enfrentadas.

 

 

Silverio Sánchez Corredera

 

  

La Nueva España, Cultura, Suplemento de LNE, jueves 10 de noviembre de 2016, págs. 1, 2 y 3.

 

http://www.lne.es/suscriptor/cultura/2016/11/10/poetica-utilidad-cine/2010794.html