Reflexiones orteguianas sobre antropología[i]

 

 Ortega examina la posibilidad de una cultura universal y otros asuntos en un claro diálogo con la actualidad

 

SILVERIO SÁNCHEZ CORREDERA

 

 

Las Atlántidas y otros textos antropológicos

JOSÉ ORTEGA Y GASSET

Editorial Tecnos, Madrid, 2015, 369 páginas

 

 

Una fértil razón para leer ensayos no actuales, incluso cuando la de profundizar en un determinado autor y en su época no nos resultaran urgentes,  es tratar de entender los temas que ahora nos acucian entablando algún tipo de diálogo útil con el pasado. España, Cataluña, el pueblo vasco, Europa, África, el sentido de las guerras, la idónea pedagogía educativa... son temas que van y vienen en este libro recopilatorio de artículos orteguianos centrados en temas antropológicos.

 

En los años veinte y treinta del pasado siglo entraron en contacto con España, traídos por Ortega y Gasset (1883-1955), poetas como Paul Valéry y Louis Aragon, arquitectos como Gropius y Le Corbusier, científicos como Mme. Curie, Albert Einstein y León Frobenius. La Revista de Occidente, La Residencia de Estudiantes y la Universidad madrileña eran protagonistas, en una España donde, junto a Ortega, Menéndez Pidal, Eugenio D´Ors, Marañón, Fernando Vela o José Gaos trenzaban un panorama de ideas consistente internamente y solvente a escala internacional.

 

“Las Atlántidas y otros textos antropológicos” tienen como núcleo generador la visita que el arqueólogo, etnólogo y estudioso de las culturas africanas, León Frobenius, realizó a Madrid, para impartir varias conferencias en 1924. El autor de la "España invertebrada" (1920-1922) y de "Meditaciones del Quijote" (1921-1922) había contactado con él, entre otras razones porque estaba convencido de que el eurocentrismo debía abrirse a una perspectiva más amplia (empezando por África) y de que el etnocentrismo, que supone que hay una civilización central universal engullidora de las demás, debía cambiar sus presupuestos en un mundo donde la etnología había desplegado muy recientemente un paisaje de culturas que no resultaban reductibles entre sí.

 

 Se debatía entonces apasionadamente sobre el darwinismo, sobre las lenguas y sobre las teorías de las razas, y, como sabemos, algunos investigadores habían llegado a la conclusión de que cabía señalar una raza, la aria, y un hilo filogenético, el indoeuropeo, como el mejor evolucionado. Ortega no fue de los que cayó desde luego en este peregrino, interesado y funesto error.

 

Las tesis antropológicas se alineaban conforme a  distintos presupuestos, y vemos debatir a evolucionistas (para quienes prima la progresiva maduración histórica de las culturas) y estructuralistas (para quienes pesan más los componentes estructurales internos que los aspectos madurativos), y a funcionalistas (las culturas son como organismos y cada sociedad llega a su equilibrio en íntima dependencia del entorno) y difusionistas (el comercio, la guerra... llevan a una cultura a irradiarse a otras). En el contexto del difusionismo, Frobenius, estudioso de las culturas africanas, contribuye con su hallazgo de los círculos culturales (que explica por qué se comparten rasgos culturales similares, atribuyéndolo a una determinada lógica geográfica además de histórica), y, por su parte,  Ortega, es un lector apasionado de todos estos temas aunque solo fuera porque viene madurando en los lustros precedentes su filosofía de la razón histórica que culmina en la razón vital: el hombre, la sociedad, el Estado, la cultura... más que naturaleza tienen historia, pero con esto no basta, por ello hay que añadir que la razón histórica se halla codeterminada y embebida en la razón vital, esto es, en principios biológicos, psicológicos, sociológicos, epistémicos y fenomenológicos.

 

Ambas racionalidades han de ser concebidas, según Ortega, en una tensión recíproca entre la historia y la vida, y dentro de una concepción científico-filosófica independiente por fin del paradigma omnipresente de la ciencia física, porque ahora han de obtener título de cientificidad propio las disciplinas históricas y culturales, aunque distanciándose de errores de la filosofía pretérita. Según el filósofo madrileño hay que ir más allá de los meros planteamientos epistemológicos exigidos por el racionalismo neokantiano (alejándose en esto de la formación recibida en la escuela de Marburgo) y superar los planteamientos decimonónicos que apostaron por el positivismo o el utilitarismo y mejorar el historicismo rígido, ya sea en versión del idealismo alemán o del materialismo histórico marxista.

 

Visto desde hoy y en mi propia perspectiva, el proyecto orteguiano contiene un acertado enfoque, que parte consistentemente de los principales presupuestos teóricos de su tiempo, pero adolece de una imprecisa delimitación que diferencie mejor el campo de las categorías científicas y el despliegue de ideas de la filosofía. Demasiada dosis de indefinición entre ciencia y filosofía, en Ortega, pero muchas de sus grandes intuiciones y proyectos filosóficos siguen vigentes.

 

El caso es que para el filósofo del Novecento, el siglo XIX había puesto a la Filología como clave de la estrategia investigadora, pero era ya llegada la hora de que la Historia y la Etnología se situaran en el centro del pensamiento filosófico, la historia ampliada con la reciente disciplina de la Prehistoria, y la etnología que mostraba un mapa cultural del mundo muy diverso... Este es el contexto de sus escritos sobre antropología, entre los que ocupa un lugar destacado su reflexión sobre la filosofía de Dilthey, el más importante filósofo de las últimas décadas, según su dictamen, porque habría entrevisto como nadie las intuiciones filosóficas esenciales del presente. Ortega comparte con Dilthey estas intuiciones, incluso antes de conocerle, y se dispone a redondear la tarea que habría dejado inconclusa el filósofo alemán.

 

El fundador de la Revista de Occidente tiene el mérito de conseguir hacer de la filosofía literatura, llenando sus análisis de reflexiones coloristas y penetrantes, como cuando, en esas cabalgadas que su filosofía de la historia ejecuta, nos dice que no imitemos a China o Egipto, culturas cerradas, que creyeron que la humanidad eran exclusivamente ellos, ante la evidencia aparente de que más allá solo había tribus; sino que adoptemos la perspectiva de Roma, que siempre supo que su poder estaba rodeado de otros fuertes estados. Pero no nos engañemos, Ortega va mucho más allá del ensayo seductoramente escrito, porque remueve con solvencia teorías muy diversas: antropológicas, psicológicas, sociológicas, económicas, históricas y científicas... y conoce las estrategias gnoseológicas que se enfrentan y posee un proyecto sistemático de interpretación global. Nuestro filósofo más impactante  de la primera mitad del siglo XX  está vivo no solo porque con él recuperamos interesantes perspectivas históricas sino porque algunos de los temas bien abiertos por él no se han cerrado aún.



[i] Publicado en La Nueva España, Cultura nº 1119, jueves 21 de enero de 2016, pág. 6.

 

 http://www.lne.es/suscriptor/cultura/2016/01/21/reflexiones-orteguianas-antropologia/1871186.html