Injuria de gentes
Una intensa y sistemática leyenda negra contra España fue fraguada por algunas naciones europeas, cuyo común denominador, apunta María Elvira Roca Barea, es el odio al imperio.
Imperiofobia y leyenda negra
María Elvira Roca Barea
Ediciones Siruela, Madrid, 2016, 481 páginas
Supongamos que lo opuesto al “Derecho de gentes” fuera la “Injuria de gentes”. El Derecho de gentes puede concebirse como aquel principio jurídico que trata de universalizar las leyes que nacieron en el seno de un Estado. Los extranjeros y peregrinos también tendrían derecho a ser juzgados, en Roma, según Gayo, Cicerón… y después, en Europa y en el mundo, según Tomás de Aquino, Vitoria y Grocio... En contraste con esto, Imperiofobia y leyenda negra tiene el mérito de mostrar que, aunque no se haya institucionalizado legalmente como tal, ha habido una efectiva aplicación de otro tipo de “derecho”, quizá más poderoso que el “ius gentium”, que ha organizado el odio entre las naciones, mediante la injuria a determinadas gentes extranjeras.
Este ensayo de María Elvira Roca Barea supone un punto de inflexión importante en el modo de concebir la historia moderna de Europa. Sus tesis no son del todo nuevas ni sus denuncias inéditas, pero el aluvión de datos que reúne y el edificio argumental que consigue levantar va llevando a la convicción de una rectificación cualitativa profunda en muchos de los tópicos sobre los valores modernos en los que supuestamente se habrían sustentado las naciones de Europa y América.
La historiadora se encuentra con la necesidad de aclarar el concepto de imperio (e imperialismo) y lo busca en el común denominador de la historia imperial de Roma, España, Rusia y Estados Unidos. Todos los imperios, por el hecho de serlo, están condenados a sufrir un ataque sistemático de desprestigio moral. Y, aunque la leyenda negra sea una expresión que nació aplicada al trato que España recibe de distintos países europeos desde el siglos XVI al presente, puede hacerse extensible al resto de imperios, pues dicho ataque moral se construye con la misma sintaxis de la leyenda negra.
Ahora bien, ¿por qué, si la causa que lo habría generado ya no está presente, se mantiene vigente ese desprestigio en el caso de España? Los análisis de la profesora Roca Barea contribuyen a esclarecer esta injusta persistencia e insistente injuria: varios de los estados-nación que empezaron a configurarse con fuerza en el siglo XVI y que culminarán su proceso en el XIX elevaron su mitología nacionalista en el contexto de un enfrentamiento con el imperio español de los Austrias. Primero la Italia renacentista y luego la Alemania luterana, la Inglaterra anglicana, la Holanda calvinista y la Francia ilustrada asentaron sus propias identidades nacionalistas sobre el odio a un contrincante exterior, España. Roca Barea reconoce que no todos los historiadores están de acuerdo y que algunos como Joseph Pérez, Henry Kamen, Pierre Chanu, Carmen Iglesias y García Cárcel niegan con distintos matices la leyenda negra. La argumentación que recorre el libro entero vuelve prácticamente imposible mantener la tesis de esta inexistencia. Y no es solo que exista sino que muchos datos de las historias nacionales de esos países europeos habrían sido sistemáticamente manipulados a favor de su causa. Tras estos análisis, la disciplina de la Historia parecería emparentarse con una tarea ideológica además de científica.
La denuncia contra la impostura de muchos historiadores que han tergiversado a sabiendas los hechos, denuncia que se vuelve crítica sin contemplaciones cuando se trata de poner al descubierto cómo hoy todavía, cuando ya no habría motivos directos porque el imperio español es cosa pasada, siguen vigentes muchos de aquellos análisis aviesos. Aunque sea un libro de historia, acogido a una cierta filosofía de la historia, no se ha querido obviar la refriega ideológica que sigue latente entre los enconados intereses de las distintas naciones. Y esta es, sin duda, una de las razones de su éxito (ya en su 8ª edición) y a la vez su punto más delicado, porque este tipo de tesis exacerbadas contienen, quiéranlo o no, muchos otros pliegues y desajustes que inevitablemente se escaparán a los enfoques iniciales.
Sea como fuere, se agradece el expurgo de esquemas históricos falsos y profundamente afianzados, y, en consecuencia, la necesidad de rectificar mucha mitología que es una pertinaz e interesada falacia, como la profesora Roca constata en una serie histórica de la prestigiosa BBC, distribuida por Televisión Española, que refiriéndose a la época de los descubrimientos de los siglos XV y XVI establece que “solo los españoles robaron, mataron y acabaron con edénicas culturas indígenas, mientras que ingleses, holandeses, portugueses, turcos… habrían desarrollado una labor de aventuras y de apertura de rutas transoceánicas”. O puede también recordarse que los libros de texto de la historia europea en, por ejemplo, los Países Bajos, estudian el proceso de alumbramiento de su Estado-nación no como una guerra civil que duró ochenta años (en la que mediaron españoles, franceses, italianos, alemanes e ingleses, además de los holandeses calvinistas que se enfrentaban a los holandeses católicos) sino como la defensa de un pueblo unido contra otro extranjero y opresor.
Las cerca de quinientas páginas de Imperiofobia son el fruto de muchos años de estudio y de muchos datos contrastados, y, sin duda, contribuye a esclarecer el concepto de imperio y alejarlo del análisis maniqueo que se impone superficialmente como una antítesis simplificadora: imperialismo/liberación, y es, de manera relevante, una denuncia necesaria de la injusta leyenda negra sufrida por España, hecha en voz muy alta y con el tono de quien declara que poner la otra mejilla no es un valor político y que más bien, defenderse es un deber moral.
Según Roca Barea, mientras el Estado se forma por unión de pueblos (siempre a impulsos de uno), que arrastran una larga historia de intercambios y relaciones, los imperios colocan repentinamente bajo unas mismas leyes a gentes que apenas han tenido relación previamente (y en una o dos generaciones). El imperio es un fenómeno histórico que solo se torna inteligible desde la perspectiva del caos, porque es en gran medida un fenómeno de autoestructuración. Rompe andamiajes de poder local, viejos y cuasi sacralizados, con redes clientelares muy consolidadas y, por tanto, poco flexibles. Pero, como contrapartida, insufla un nuevo sistema de méritos para la baja nobleza y las clases medias más preparadas. Todos los imperios se encuentran con el rechazo de la nobleza oligárquica territorial, que reacciona ante el nuevo orden administrativo y económico, de modo que esos príncipes territoriales comienzan una estrategia de socavamiento del nuevo poder, entre cuyas armas está la propaganda que delega en manos de sus intelectuales orgánicos. Esta propaganda cuando tiene éxito se convierte en leyenda negra, que llega a tener éxito en algunas ocasiones, sobremanera cuando va combinado con un nacionalismo naciente, que necesita a veces reordenar completamente el orden de valores, y de ahí, la escisión que el protestantismo introdujo en Europa contra la cristiandad católica, en la que se encarnará el mal, el atraso, la opresión, el dogmático Papa, la Inquisición… lo católico y lo español, en suma, como adjetivos depreciados.
En conclusión, la labor de denuncia que se ha propuesto Mª Elvira Roca queda conseguida, y con ello que se empiece a reequilibrar un daño secular, pero no todos sus argumentos quedan en pie sin más, y, por eso, habría que iniciar un nuevo estudio: ¿por qué, en general, son las naciones los modelos políticos más deseados moralmente? Y ¿por qué los imperios, a pesar de su ineluctabilidad (en tanto capacidad de expansión de un poder político dado), no acaban nunca su tarea sino que más bien son sustituidos siempre por otros?
«Injuria de gentes». La Nueva España, Cultura, Suplemento de LNE, nº 1185, jueves 7 de septiembre de 2017, págs. 1-2.
[Artículo reseña sobre Imperiofobia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea, Ediciones Siruela, Madrid, 2016, 481 páginas].
En La Nueva España: Cultura nº 1185 Suplemento de LNE. jueves, 7 de septiembre de 2017, págs. 1 y 2.