Urbina, una revolucionaria concepción de la realidad
El Tractatus del filósofo español cierra sistemáticamente su anterior trilogía: Estromatología, Orden oculto y Por amor al Arte.
Tractatus Logico-Phenomenologicus
Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina
Ediciones Eikasia, Oviedo, 2024, 126 páginas
Wittgenstein (1889-1951) escribió muy joven —tenía 29 años— un Tractatus Logico-Philosophicus, poco más de cien páginas que supusieron una revolución en la filosofía de los años 20. Se gestó en el fragor de la Primera Guerra Mundial y en el escenario vienés de aquella rebelión cultural que traía el psicoanálisis de Freud, la insurrección musical de Schönberg y el simbolismo modernista pictórico de Klimt.
Ahora, en octubre de 2024, sale a la luz el Tractatus Logico-Phenomenologicus de Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina, que entra en diálogo directo con el libro del autor austríaco, para desvelar las claves del error de aquel excesivo escepticismo filosófico que abanderó —escepticismo, pie de barro, que buscaba apoyo en su otro pie: el logicismo positivista—, y que entra en diálogo con ese positivismo escéptico por la necesidad de desencallar esos reduccionismos y de presentar una filosofía sustantiva y constructiva. El mismo Wittgenstein intuyó en su segunda etapa que así había de hacerse. Con los «juegos del lenguaje» a los que apela, se señalaba que el conocimiento lingüístico parte siempre de ciertas reglas de juego previas, incluidas en el hard pack fenomenológico de la fábrica humana, diremos ahora.
El lector de este nuevo tractatus puede descubrir, entonces, cómo el ser humano pone las reglas de juego en la relación entre la Naturaleza, el conocimiento eidético y el animal intencional que somos. Y estas reglas nacen no desde un anclaje psicológico ni sociológico ni logicista, sino estromatológico —término nuevo presentado en Estromatología—. Y se puede descubrir de qué manera el Lenguaje tiene una función esencialísima en la constitución del conocimiento ordinario y de las ciencias, pero cómo esta función viene determinada por algo que le es previo —y es condición de posibilidad— pues necesita estar soportada en el sentido, el cual a su vez se configura empujado por la dimensión artística. Entiéndase por Arte lo que hacen los artistas pero también lo que hace el receptor (de música, de películas, etc.) y lo que hace cualquiera (sin título de artista) cuando sabe bailar o sabe hacer fotos o cuando en general se halla situado en una actividad afectiva que desde el diseño (el diseño de uno mismo, con la vestimenta, por ejemplo), pasando por cualquiera de los múltiples fenómenos artísticos, se dirige a una especie de extremo gravitacional superior de lo humano compartido por toda la especie: la experiencia estética.
De esta manera, el enfoque filosófico-analítico del segundo Wittgenstein lo retoma ahora el filósofo español en una filosofía fenomenológica en marcha y le sirve para cerrar su sistema estromatológico. Desde la tensión de ideas que un siglo largo nos aporta, y en la senda de lo que roturó Husserl (no solo él), Urbina, tras la trilogía de Estromatología, Orden oculto y Por amor al Arte, en este nuevo Tractatus aplica un plano panorámico —valga esta analogía cinematográfica— donde la ontología (resuelta estromatológicamente) y las teorías tanto de las ciencias como del arte descubren el juego de sus diferencias, y, a la vez, se muestra la conjunción de las tres dimensiones de lo real —Naturaleza, Eidética y, en el centro, el Ser humano intencional— en una sistema estructural consistente.
El Tractatus de Sánchez Ortiz de Urbina se suma, así pues, al conjunto de su obra anterior, a modo de una bóveda de crucería o de síntesis suprema, síntesis que es un ordenamiento de todas las partes del sistema, pero que, además, nos sorprende con una novedad que convierte a esta filosofía en aún más revolucionaria de lo que ya era, me refiero a lo que podríamos catalogar como la teoría de las tres elipses. Elipse porque el ser humano no tiene un centro sino dos (multiplicado por tres).
La primera elipse nos muestra al animal humano desgajado de la naturaleza y escindido en dos (Arte-Lenguaje), la segunda elipse nos lleva al funcionamiento de la naturaleza humana revertida: se retrocede desde el lenguaje hacia el sentido, en un recorrido en sentido contrario, cuando hacemos nuestro lo que otros han hecho, es decir, cuando nuestra experiencia estética contacta de hecho con la experiencia de los otros (Producción-Recepción). Y, por último, esas dos elipses exigen una tercera (Naturaleza-Eidética, articulada por el Campo intencional), que al evidenciarla permite dar coherencia a todo el sistema. En ella, el ser humano puede redescubrir cómo está unido a la naturaleza (e integrado en ella) y cómo se relaciona con el mundo de las ideas (eidética que llega a ser independiente de su artífice) y cómo estas tres elipses se anudan y se refuerzan recíprocamente. Y de este modo, el escepticismo radical en el que antes se caía queda en entredicho y desechado.
Pero todo esto es demasiado complejo y abstruso. Interesa lo útil y lo práctico. Se comprende esta actitud, pero es que la realidad es ella misma así de enmarañada. Queda elegir si uno quiere saber o solo creer.
Silverio Sánchez Corredera
«Urbina, una revolucionaria concepción de la realidad», La Nueva España, Cultura, Suplemento de La Nueva España, nº 1493, jueves 21 de noviembre, 2024, p. 3.
[Reseña del Tractatus logico-phenomenologicus, de Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina, Ediciones Eikasia, Oviedo, 2024, 126 páginas]
LNE: https://www.lne.es/cultura/2024/11/22/urbina-revolucionaria-concepcion-realidad-111883770.html