Ser profesor de enseñanzas medias
SILVERIO SÁNCHEZ CORREDERA
Después de treinta y dos años en las aulas de las enseñanzas medias, es posible que mis consideraciones puedan servir de consejo a aquellos que duden sobre si dedicarse o no a esta profesión.
No se elige una pesadilla. Tampoco se infecta uno voluntariamente de una enfermedad. Pero ¿puede desempeñarse un trabajo a disgusto, si va a durar mucho tiempo? Y si ese trabajo te compromete con personas, y si ellas son aún frágiles e influenciables, y si también se te inviste con la responsabilidad de ser el principal educador, junto con sus padres, en su edad más inestable y crítica, lo primero que hay que decirle a un futuro profesor de enseñanzas medias es que mire cuidadosamente si está seguro que le ajuste bien ese trabajo.
Muchos se autoexcluirán, tras la primera condición. ¿O se caerá en la tentación de considerarla una buena salida profesional más? ¡Cuidado!, si no hay aptitudes específicas, el sufrimiento se proyecta muy alto.
Lo segundo que se precisa es estar convencido de la fertilidad y de la necesidad de las materias de la especialidad elegida. Un profesor que enseñe sin creérselo él, transmitirá mal y de ahí vendrán otros males. Lo mejor es llegar a apasionarse, entonces miel sobre hojuelas.
En tercer lugar hay que saber que el campo de batalla principal es el aula, y lo que aquí esto significa. Que se dirijan a otro tipo de docencia los que crean que se trata, en la E. M., de enseñar a alumnos que desean saber. No es así. ¿Qué contiene un aula? Decenas de chicos y chicas que tienen otras urgencias distintas de las que a ti te llevan allí. Juventud explosiva y a la vez frágil: jóvenes arrogantes, traviesos, indómitos, saturados de exámenes, troceados en muchas asignaturas, cada una de las cuales es la más importante —según el profesor de turno—. En este clima, ¿no es lo normal que traten de relajarse, de evadirse un poco, y de aprovechar para socializar más que de ser estrictamente académicos? Siempre puede haber uno o dos o incluso tres, que sí que estén deseosos de aprender —la mayor parte motivados por las calificaciones—, pero un profesor se debe al grupo y no solo a las individualidades. Y como grupo de conjunto, la imagen que mejor les retrata es verlos en el quicio de la puerta, cuando te retrasas en llegar, esperando para que finalmente no llegues, y para que te desdibujes de sus vidas... ¡Así te quieren los alumnos! Un profesor de E. M. debe contar con esto, debe saber que ha de nadar a contracorriente.
En cuarto lugar, le aconsejaría al profesor que fuera a un mismo tiempo flexible y exigente. Comprender los imponderables de la edad por la que pasan los alumnos y estar a la escucha de los exigentes contextos académicos que les trastornan, ¡qué menos! Hay que ser un poco su psicólogo, padre, madre, tutor... en suma, educador. Pero la tarea principal es llevarles hacia un esfuerzo formativo sistemático y continuo, entre inclemencias y renuncias. Lo contrario sería una estafa para ellos, para sus familias y para la sociedad, que es quien promueve y paga su educación. No debería ser difícil aprobar, pero sí debería quedar bien objetivado en un trabajo sistemático afianzado semana a semana, mes tras mes. Esos exámenes milagrosos de última hora que todo lo aprueban, ¡ah!, ¡qué falsa puerta!
En quinto lugar, creo que es esencial trazar una raya de nítida separación entre las dos caras que contiene esta profesión: la docente y la administrativa. La administración puede zaherirte académicamente y maltratarte profesionalmente, puede romper la estabilidad que tratas de afianzar poco a poco en tus materiales, puede legislar a golpe de mercadeo ideológico y de continuos desplazamientos del terreno que se pisa, desalentándote, zancadilleándote y hasta quemándote... Puede, si por ejemplo eres profesor de Filosofía, ir degradando más y más tus asignaturas... Y entonces te convertirás en un nihilista social o en un rebelde, en un apolítico o en un revolucionario, pero es tremendamente importante que todo lo que la administración corroe no contagie la otra ladera, la docente. Aquí están ellos, las alumnas y alumnos, a quienes no debería llegar la desazón del otro lado, porque contaminaría el sagrado trabajo de enseñante. Si no se tienen mínimas dotes de actor, si uno no puede tener dos caras, sin hipocresía, como un dios Jano actual, que supiera preservar lo frágil e importante, de una parte, y de otra sumirse en la batalla de los intereses para pelear sin piedad —o para declararse vencido y esclavo—, entonces uno no debería ser profesor de enseñanzas medias. La peste de esta profesión es que haya profesores "quemados", en el aula.
Sí, habrá momentos mágicos, en los que la atención se concentre y el aprendizaje se vuelva sólido, y habrá experiencias agradables, de afecto y reconocimiento mutuo, pero se darán junto a una inclemente y desazonadora disciplina. Esto es ser profesor de medias.
La Nueva España, Opinión, 7 de julio de 2016.
http://www.lne.es/opinion/2016/07/07/profesor-ensenanzas-medias/1953224.html