Tema 1. La filosofía en el conjunto del saber
I. La filosofía y su relación con el resto de saberes: técnica, ciencia, religión...
I.1. Ciencia y filosofía en el conjunto del saber
I.2. Saberes bárbaros: Mitos, magia, religión y técnica
I.3. El paso de las culturas bárbaras a las culturas civilizadas
I.4. Saberes civilizados acríticos: Ideología, pseudociencias y tecnología y teología
I.5. Saberes civilizados críticos: Filosofía y ciencia
I.6. Características de la filosofía
ACTIVIDADES. I
Repertorio de términos, autores, relaciones entre conceptos y temáticas fundamentales y comentarios de texto:
1. COMENTARIOS DE TEXTO SOBRE LOS CONTENIDOS
2. AUTORES
Autores a identificar. G. S. Kirk. James Frazer. Tales de Mileto. Pitágoras. Spinoza. Platón. Aristóteles. Tomás de Aquino.
3. CONCEPTOS
Racionalidad científico-filosófica.Conocimientos naturales y culturales. Culturas bárbaras y culturas civilizadas. Mitos y leyendas. Magia. Religión. Religiones: primaria, secundaria y terciaria. Técnicas. Ideología. Pseudociencias. Teología. Teología revelada. Teología racional. Tecnología. Ciencia. Filosofía. Physis, cosmos, areté. Metafísica. Nihilismo. Escepticismo. Positivismo.
Términos relativos a las características de la filosofía.: saber de segundo grado, crítica radical de todos los saberes. Idea. Realidad trascendental. Symploké. Regressus. Progressus. Praxis. Polémica. Filosofía mundana. Filosofía académica. Verdadera filosofía. Filosofía verdadera.
4. TEMÁTICAS
Cuestiones a tematizar:
1) Estructura de las culturas bárbaras y de las culturas civilizadas y tránsito entre ellas.
2) Relación entre técnica-ciencia-tecnología. Y relación entre ciencia y filosofía.
La filosofía se define etimológicamente como «amor al saber» o «deseo de saber»: philo: amor, sophía: saber, sabiduría. Pero hay que ir más allá del mero significado etimológico. La filosofía es, por lo pronto, un saber que se alcanza en algún grado. Pero ¿qué entendemos por saber? Saber y conocimiento se oponen a ignorancia. Quien sale de la ignorancia alcanza algún grado de conocimiento y algún tipo de saber. Pero no todo conocimiento o saber es por sí mismo siempre verdadero. Hay saber verdadero y saber falso.
La frontera racional entre lo verdadero y lo falso comienza a delimitarse bien con la aparición de los saberes técnicos, científicos y filosóficos. Pero los saberes además de su vertiente verdadera/falsa se constituyen para cumplir alguna función social, como la cohesión del grupo, el establecimiento de ritos de paso o la determinación de los roles sociales. Debido a esta complejidad será muy clarificador abordar qué son los saberes y qué es la filosofía como saber, identificando primero el momento histórico en el que surgen, clasificando los principales tipos de saber, definiendo cada uno de ellos y estableciendo sus relaciones mutuas.
Conocimientos naturales y culturales. La primera diferencia que cabe establecer es entre aquellos conocimientos que se poseen de modo «natural» y los que vienen dados a través de la «cultura». Los conocimientos naturales son conocimientos instintivos o innatos, como las invariantes conductuales y los universales lingüísticos. Estos conocimientos se han desarrollado en función de nuestra evolución como especie.
Por su parte, los conocimientos culturales son adquiridos por aprendizaje social y en esa medida son artificiales (artificial, aquí, no significa «no natural» porque tan natural es vocalizar una palabra como intentar no caerse por un precipicio). Artificial aquí significa que su modo singular de ser «natural» no radica en el plano de la especie animal sino en el de derivar de un grupo social determinado. En este sentido sólo los seres humanos poseemos cultura. La llamada «cultura» animal (el lenguaje de ciertas especies, &c.) sólo justifica este nombre en cuanto posee algunos de los rasgos precisos de lo que entendemos por cultura (transmisión por aprendizaje social), pero no se justifica enteramente porque no los posee todos (transmisión intergeneracional y transformación histórica de instituciones sociales; lenguaje doblemente articulado dotado de infinitos enunciados posibles, etc.).
El hombre tuvo su curso de constitución desde un protohombre anterior que podemos circunscribir en el paleolítico, en el marco de la cultura de la piedra, paralelo al homo erectus (uso de fuego). Es el espacio que media entre el uso del fuego, el desarrollo de la cultura de la piedra y el desarrollo del lenguaje doblemente articulado, paralelo al desarrollo del género homo, hasta llegar a la constitución de la religión primaria, a través de cuya institución el hombre se reconocerá a sí mismo frente a otros animales a los que considera dotados de inteligencia y voluntad (los animales convertidos en númenes, inicio de la religión).
El hombre ha aparecido, con la cultura, con la religión y con el lenguaje doblemente articulado. Pero lo que conocemos como persona humana aún no se ha constituido firmemente. Se irá conformando en un largo proceso donde vemos aparecer los primeros asentamientos estables humanos, la agricultura, la ganadería, la alfarería, y después los metales junto con las primeras ciudades y los primeros estados. En ese contexto una nueva institución supondrá que se deje atrás a la prehistoria y nos introduzca en la historia: la escritura. En estas sociedades complejas, ya no con culturas bárbaras (anteriores a la ciudad) sino civilizadas (civitas = ciudad), el hombre va a ir apareciendo progresivamente como sujeto dotado de deberes y derechos, hilo conductor que lo transformará en persona.
La aparición del hombre (desde el homo sapiens) fue posible por el desarrollo cultural y, a su vez, posteriormente, la constitución de la persona es el resultado de la necesidad de unas determinadas relaciones en el seno de sociedades complejas y civilizadas.
Las culturas bárbaras produjeron los siguientes tipos de saberes fundamentales: mitos y leyendas, magia, religión y técnicas. ¿Cómo se pasa de estos saberes bárbaros a los civilizados? En determinadas sociedades urbanas, organizadas políticamente y dotadas de una escritura suficientemente evolucionada va a aparecer un nuevo tipo de saber esencialmente diferente a todos los anteriores: la ciencia. En contra de lo que a veces se divulga, las ciencias no surgen de un saber reflexivo abstracto desligado de los problemas prácticos. Las ciencias se han constituido siempre en el desarrollo de saberes técnicos anteriores. Las ciencias surgen de las técnicas. De la agrimensura: la geometría; del comercio y del intercambio: la aritmética; de la navegación: la astronomía; de la selección de plantas curativas: la medicina, &c.
De las técnicas surgen las ciencias. A su vez, en el contexto de estos primero saberes racionales críticos (ciencias) es posible el despliegue de otro saber racional crítico —la filosofía— que no coincide con las ciencias. La filosofía se desarrolla no sólo al entrar en contacto con la ciencia y con las técnicas sino porque se hace cargo críticamente de los saberes bárbaros coetáneos: los saberes mitológicos, mágicos y religiosos, fundamentalmente.
La filosofía supone el constante esfuerzo de dibujar el mapa de los conocimientos humanos, en cada momento histórico, y el continuo intento de ubicarse racionalmente el ser humano en este mapa.
CONOCIMIENTOS
NATURALES (...)
CULTURALES:
SABERES BÁRBAROS 1. MITOS Y LEYENDAS 2. MAGIA
3. RELIGIÓN
4. TÉCNICAS ► →
(...)
SABERES CIVILIZADOS CRÍTICOS: ►I) CIENCIA ▼
▼II) FILOSOFÍA▲
→
ACRÍTICOS:
1. → IDEOLOGÍA
2. → PSEUDOCIENCIAS
3. → TEOLOGÍA
4. → TECNOLOGÍA
I.2. Saberes bárbaros: Mitos, magia, religión y técnica.
Fruto de la actividad crítica ejercida por la filosofía, los saberes bárbaros tenderán a removerse y transformarse en otros saberes civilizados correlativos: El mito, la magia y la religión perdurarán, puesto que los tiempos bárbaros no desaparecen del todo, al contrario, se mantienen elementos que perduran, localizados en territorios marginales o aislados de alguna manera del poder de la racionalidad crítica. No obstante, los saberes bárbaros se verán obligados, en gran medida, a remodelarse y transformarse en otros similares o distintos. En el lugar que los mitos funcionalmente ocupaban, en el ordenamiento social, vendrán a desarrollarse las ideologías; en el lugar de la magia: las pseudociencias, y en el lugar de la religión o añadida a ella: la teología. Por su parte, cuando el desarrollo de la ciencia adquiere la capacidad de intervenir sobre las técnicas y remodelarlas a escala del saber científico se desplegarán lo que conocemos como tecnologías. Entre la técnica de construcción de medios de transporte de tracción animal o de fuerza natural (molinos de viento, de agua…) y la máquina de vapor o el vehículo de motor de explosión puede medirse la distancia que hay entre la técnica y la tecnología: ésta es técnica a la que se le ha aplicado un conocimiento científico (termodinámica, química, &c.).
Veamos en qué consiste cada uno de estos saberes:
Los mitos.
Los mitos se presentan en la forma de relatos poéticos (mitopoiéticos) o legendarios, transmitidos fundamentalmente por vía oral. Explican el origen y el sistema de valores vigentes que afecta a una determinada comunidad étnica. En el relato entran en juego hazañas de héroes, designios de dioses (en un contexto politeísta) y fuerzas naturales dotadas de caracteres antropomórficos y animistas. Su finalidad principal no estriba en el hecho de la rememoración de un pasado originario y fundacional sino en la capacidad que tiene el relato de influir en el presente, ordenándolo, como una causa importantísima de cohesión social. En las culturas bárbaras los mitos, una vez aparecidos, no son prescindibles sino necesarios (hasta que son sustituidos por un saber más complejo en una cultura civilizada), para señalar lo que está prohibido (tabúes alimenticios o sexuales…) y prescribir lo que ha de hacerse: ritos de paso, ceremonias religiosas, jerarquía social a respetar, &c.
Si seguimos los análisis del helenista G. S. Kirk vemos que antes de que se instaurara la racionalidad (el logos) científico-filosófica otro logos (la mitología) tenía la función de ordenar «lógicamente» el sistema de vida social. Esta «racionalidad bárbara» habría transmitido a la razón científico-filosófica algunos de sus modelos genéricos de pensar, básicamente la importancia que tiene la búsqueda del principio en las relaciones causa-efecto. Los mitos habían descubierto el modelo de explicación genealógico.
Cuando las sociedades cerradas en las que actúan los mitos son desbordadas por sociedades civilizadas (por tanto, sociedades abiertas), entonces los mitos van sustituyéndose por ideologías, porque las ideas que han de ordenar la sociedad ya no pueden operar uniformizándola bajo un colorido compartido sino que han de operar ahora en medio de una escisión y de una confrontación (de unos clases contra otras, de unos grupos de interés contra otros) constitutiva al nuevo orden. Además, una sociedad civilizada no puede prosperar si no se desarrollan en su seno los saberes científico y filosófico. Éstos, aunque usan recursos de los mitos (especialmente la filosofía), entran frontalmente en su contra porque han descubierto una nueva racionalidad más potente, de modo que ya no pueden seguir sustentando sus creencias. En el intersticio de este desplazamiento de una racionalidad por otra, vienen a refluir con gran facilidad un cúmulo de nuevas ideas que reordenan las creencias anteriores o que llegan a sustituirlas por otras capaces de arraigar en las nuevas necesidades: las corrientes de opinión de las clases sociales (las ideologías), la ordenación de las creencias religiosas bajo la nueva racionalidad (las teologías) y la recuperación de los saberes mágicos puestos en entredicho (las pseudociencias).
La magia
Mientras que los mitos son conocimientos bárbaros que están dirigidos a la totalidad de la población, los conocimientos mágicos son propios de una casta especializada: los brujos o chamanes. Estos «sabios», llenos de prestigio y de poder, representan poseer un dominio sobre los fenómenos naturales. De esta forma, aunque su saber sea esencialmente un saber falso, pese a que en algunos casos puedan ser parcialmente verdaderos, arrastran en su actividad conocimientos que resultan útiles para la tribu o el clan: plantas curativas, preocupación por los fenómenos meteorológicos y la agricultura, manipulación de objetos para conseguir resultados físicos o psíquicos, &c.
El antropólogo James Frazer atribuye dos principios fundamentales a la magia: 1) ley de semejanza: «lo semejante produce lo semejante»; y 2) ley de contacto o contagio: «las cosas que una vez estuvieron en contacto siguen influyéndose a distancia». Así, el mago, con técnicas de imitación adecuadas llegaría a poder producir lo que busca (por semejanza o por magia homeopática); y operando sobre un objeto seleccionado podrá producir un mal o un bien a la persona con que hubiera estado en contacto aquel objeto (por contagio o magia contaminante).
La religión
La religión en su etapa de desarrollo bárbaro funciona muy entretejida con los mitos y con la magia. Pero mientras los mitos se ocupan más bien del orden social y la magia del control de los fenómenos naturales, la religión tiene que ver con el cultivo de valores numinosos. La religión parte del hecho de que además de naturaleza y hombres existen otros seres dotados de inteligencia y voluntad, con los que los seres humanos han de interactuar, bien sea para aplacarlos bien para ponerlos de su parte.
Pueden advertirse tres momentos históricos en su desarrollo, según el materialismo filosófico: la religión primaria (que pone los númenes en los animales), la religión secundaria (que eleva lo numinoso a las región celeste de los dioses: es el politeísmo) y la religión terciaria (la del monoteísmo), que es la religión que madura al compás de la aparición del saber científico-filosófico, y que ha de dotarse ya de un armazón racional para dar credibilidad a sus creencias: la teología.
La técnica
El desarrollo de la técnica sigue las mismas sinuosidades que la evolución de nuestra especie. El homo sapiens (igual que los demás homínidos desaparecidos) es un homo faber. Su inteligencia pasa no sólo por su cerebro sino también por sus manos: es un hombre hábil (homo habilis), pero esta destreza no es sólo corpórea y manual sino instrumental, porque reside sobre todo en su capacidad de construir útiles, instrumentos, herramientas y máquinas. Desde las hachas de piedra hasta los satélites artificiales, toda la historia humana es ininterrumpidamente la historia de sus técnicas. Las técnicas fueron cobrando más y más importancia con la progresiva división del trabajo y con la diversificación de éste en especialidades y oficios: agricultores, ganaderos, herreros, carpinteros, guerreros, navegantes, comerciantes, &c., todos los cuales se vuelven posibles por el desarrollo paralelo de técnicas específicas que evolucionan en el sentido de la conformación de modos de poblamiento más y más estructurados, que van de las cuevas, palafitos, aldeas y castros a la aparición de la ciudad, verdadero potenciador y dinamizador del desarrollo técnico progresivamente acelerado.
La técnica, como la magia, pretende un dominio sobre la naturaleza, pero en su caso este domino llega a ser efectivo e irreversible: cómo prescindir de la rueda, del arco, del carro, de la agricultura, de la agrimensura. Es por ello un saber verdadero y constituye siempre el precedente de cualquier ciencia (de las técnicas de navegación, que incluía el conocimiento de las luminarias de la bóveda celeste surgirá la astronomía, por ejemplo). En el lugar de los chamanes encontramos a los artesanos y a los técnicos. La técnica, por influjo de la ciencia acabará convirtiéndose en tecnología: alimentos transgénicos, vitaminas sintéticas, plásticos, teléfonos móviles, &c.
El paso de los saberes bárbaros a los saberes civilizados se hizo posible por la conexión que en su momento se produjo entre los saberes técnicos y los incipientes saberes científicos, en el ámbito concreto de la cultura helénica, empezando por la geometría (Tales, Pitágoras, Euclides, &c.) y continuando con la aritmética, la astronomía, la geografía… Por supuesto, este proceso fue posible dadas unas condiciones materiales de despliegue: la aparición de la escritura, el refinamiento y proliferación de las técnicas y el desarrollo de las ciudades y del Estado.
Una vez que los primeros núcleos del saber científico quedaron estabilizados (teoremas, &c.) el modelo racional dominado hasta entonces por el enfoque mitológico, religioso y mágico comenzó a reconstruirse de otro modo: en esto consistió la aparición de la filosofía, en que las cuestiones resueltas mitológicamente se argumentarán a partir de entonces siguiendo de cerca la metodología científica. La racionalidad crítica que se había solidificado en algunos saberes científicos pugnará por extenderse al resto de áreas de conocimiento: este fue el desencadenante de la cristalización de lo que hoy conocemos como filosofía.
Sería preferible hablar de «sabiduría» (en el sentido de los sophos o sabios: Heráclito, Protágoras, Confucio, Buda, Mencio, Zoroastro, Salomón, &c.) para referirnos a aquellas doctrinas que han dejado de ser puramente mitológicas y que sin ser científicas ni todavía filosóficas suponen un nuevo discurso, paralelo a la aparición de las culturas civilizadas pero no su desencadenante real, doctrinas que en la actualidad se suelen denominar equívocamente «filosofía oriental».
Una explicación muy extendida de lo que se llama el paso del «mito a logos», que desde el materialismo filosófico estimamos errónea, es que de los mitos surgió la filosofía y de ésta las distintas ciencias (la filosofía como árbol de las ciencias, de Descartes). Pero entonces, si hay «filosofía» en sentido lato en muchas culturas urbanas, por qué no surgió ciencia nada más que en Grecia, si las otras culturas eran «filosóficamente» más ancestrales. Y por qué la filosofía griega y toda su tradición posterior se distancia tanto del resto de las llamadas «filosofías». La ciencia no surgió sólo porque se incrementó la reflexión sino sobre todo porque se dieron unas condiciones materiales que hicieron posible dar el salto de los saberes técnicos (circunstanciados a problemas concretos) a los saberes científicos (objetivos y universales) como en la medición de la altura de una pirámide a partir de su sombra por Tales de Mileto. La pura reflexión racional distinta del mito (la de las «filosofías orientales») no origina ciencia por mucho que se incremente esa reflexión: no es ese el nexo, sino sólo aparentemente, debido a la fuerte dialéctica que entablarán la filosofía y la ciencia por una parte y, por otra, la filosofía y la religión.
La conexión entre las técnicas y la ciencia y entre ésta y la filosofía no se dio con toda la precisión que el proceso requería sino en el interior de la cultura helénica. En el resto de culturas paralelas (Egipto, Persia, China, India, Japón) se dieron procesos similares pero incompletos, porque la reflexión racional que comenzaba a distanciarse no sólo de los mitos y la magia sino también de los modelos de las religiones secundarias, en las llamadas «filosofías orientales» más que encaminarse a la crítica de la religión por la filosofía se encaminaron a la armonización de la religión con la nueva racionalidad y a relegar o desconocer el nexo de la «filosofía» (sabiduría) con la ciencia. En síntesis, en lo que se conoce como paso «del mito al logos» surgirán dos modelos de «filosofía»: el occidental (ligado a la ciencia y crítico con la religión; se instaura como una reflexión de segundo grado o saber critico sobre el resto de saberes) y el oriental (ligado a la religión y a la moral, pero no a la ciencia; su capacidad crítica ha quedado sólo apuntada y sin desarrollar). El modelo filosófico occidental se ha desarrollado como racionalidad crítica mientras que el modelo oriental ha quedado gravitando en torno a la religión, aunque de él han derivado algunos saberes técnicos (acupuntura), éticos y morales de gran utilidad. Hablar de filosofía es referirse, por tanto, a la filosofía occidental que cristaliza con Platón y con Aristóteles, y a la tradición que le sigue. Sólo en sentido lato, como un saber racional no enteramente crítico, cabe hablar de «filosofía oriental», en la misma medida en que se aplica a los discursos argumentados de las distintas religiones el nombre de «filosofía» («filosofía» islámica, judía, cristiana, budista, &c.). En sentido estricto, la filosofía, la filosofía crítica, sólo es la filosofía occidental nacida con los presocráticos griegos, solidificada en el método dialéctico de Platón y continuada por Aristóteles y las escuelas helenísticas; todo ello trasfundido al resto de culturas a través de la helenización de Alejandro Magno, de la romanización del mundo y de las derivas culturales posteriores enmarcadas en estos contextos, una de cuyas características esenciales ha sido el mantenerse estrechamente ligada al desarrollo científico.
La ideología
En sentido muy general puede entenderse por ideología aquel conjunto de ideas practicadas por un determinado grupo social, que entran en confrontación con otros grupos sociales dentro de la misma sociedad y que representan disyuntivas entre unos modelos de vida y otros (capitalismo/socialismo), entre unos programas de acción y otros (economía sostenible/libre mercado/intervencionismo de Estado) y que establecen jerarquías de valores distintos (orden/libertad/igualdad, &c.). Las ideologías, como las costumbres, suelen absorberse o derivarse del medio cultural en el que se vive (por mímesis o por reacción) y, en ese sentido, la mayor parte de sus componentes suelen ser acríticos, porque no quedan sometidos a revisión racional, como se encarga de recordarnos Mateo Alemán, en Guzmán de Alfarache: «Tanta es la fuerza de la costumbre […] tanto en el seguir los vicios como en ejercitar virtudes [que] no hay fuerzas que la venzan […] Y siendo su fuerza tanta [sólo] el tiempo la gasta, con él se labra y sólo a él se sujeta». Pero además de definir la ideología como ideas de grupos rivales que se constituyen en costumbres enfrentadas, ha de profundizarse y explicarse por qué esto es así.
La ideología viene a llenar el hueco dejado por los mitos, en las sociedades civilizadas, y contribuye como ellos a dar cohesión social, pero ahora no a toda la tribu por igual sino a determinados grupos sociales que se hallan enfrentados con otros por intereses prácticos. Por eso una sociedad abierta, compuesta por grupos heterogéneos y divida en múltiples clases sociales (fundamentalmente: oligarcas, clases medias y clases bajas) no puede poseer una sola ideología sino múltiples. Las ideologías no son armonizadoras como los mitos sino que han de criticar las alternativas oponentes, en una lucha por el control del poder dentro de la sociedad política.
Karl Marx interpretó la historia de la humanidad en función de la lucha ideológica que se habría originado con la división del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción y señaló que esta lucha podría ser superada cuando se eliminara la propiedad privada y el Estado, verdadero represor de las clases campesinas y proletarias y verdadera superestructura administrativa al servicio de la ideología dominante. Pero aunque Marx llegó a ver con claridad la tremenda conexión que hay entre las ideologías, la lucha de clases y la propiedad privada, parece que erró al creer que el Estado podría ser sustituido por una organización más originaria y «natural», desprovista de las formas de poder clásicas: poder económico, poder militar, poder ejecutivo… los proletarios del mundo parece que no tienen la capacidad de unirse y con ello zanjar todos los problemas económicos y sociales, porque se mueven necesariamente en unas plataformas que no son prescindibles hoy por hoy: los diversos estados.
El concepto de ideología suele adjetivarse de diferentes maneras, según la función que se cree que desempeña, así: ideología dominante, ideología hegemónica, ideología oprimida, ideología recesiva, ideología progresiva, que no ha de confundirse con ideología progresista, lo contrario de la ideología reaccionaria y ambas contrastadas con la ideología conservadora. Puede aplicarse también a ideología política (de izquierdas, de centro y de derecha), ideología moral (libertino/victoriano, &c.), ideología religiosa (fundamentalista/aperturista/laicismo/laicidad, &c.)… En definitiva, la ideología supone siempre un determinado modo de situarse respecto al poder, al poder político.
El camino que media, por una parte, entre el conocimiento del propio presente y el reconocimiento de nuestros intereses, y, por otra, los proyectos de transformación o de conservación que queramos validar, no puede recorrerse sino con alguna ideología. En este sentido es preciso comprometerse, si quiere cambiarse lo que creemos que está desencajado. El compromiso a través de alguna ideología constituida supone «mancharse las manos» porque comportará en mayor o menor grado apostar por un modelo frente a otros que necesariamente arrastrará en su conjunto alguna deficiencia. Y cuando aparentemente se aleja uno de toda ideología, al convertirse en apolítico o en místico, por ejemplo, esta pretensión no constituye, probablemente, más que una falsa huida, ya que de ese modo con lo que sin duda coopera es con el orden establecido en un momento dado, y es, por tanto, una forma de ideología pasiva y hasta una falsa conciencia al pretender negar la realidad que le rodea.
La lucha de clases en el interior de los estados parece que está basculando en la era de la «globalización» hacia una confrontación que no pasa exclusivamente por las clases sino también por la identificación con algún área cultural transnacional en la que se depositan las claves principales del control de los problemas actuales: ya sea la catolicidad, el islamismo, el neoliberalismo internacionalizador, los nacionalismos fraccionarios, los movimientos ONG, los movimientos antiglobalización, la laicidad, o la búsqueda de otras alternativas. Sea como fuere una dosis necesaria de pensamiento científico y de reflexión filosófica son los antídotos de la exacerbación ideológica descontrolada, irracional y destructiva. La filosofía tiene como una de sus funciones la crítica de las ideologías, aunque haya de reconocer funcionalmente su necesidad. Se trataría de dirigirse hacia ideologías con componentes bajos de falsa conciencia y de forzar a los ideólogos a que pongan al día los hiatos que se dan entre los propósitos ideológicos y los hechos reales. En una deriva de acrecentamiento de los factores acríticos, el comportamiento ideológico está condenado a recaer en los utopismos ingenuos o en el reaccionarismo y si no en un «individuo flotante» (aquellos que no logran identificarse con ninguna de las esferas culturales disponibles ni con ninguna de sus intersecciones) incapacitado para integrarse socialmente si no es de algún modo patológico (fanáticos o sectarios).
Las pseudociencias
Aquellos saberes que en la actualidad pretenden situarse en el lugar de las ciencias, porque utilizan aparente o parcialmente alguno de sus métodos, pero que en realidad no cumplen las exigencias de un saber científico, podemos denominarlas pseudociencias. En realidad vienen a llenar el espacio que ha ido dejando la magia, en trance de desaparecer.
Las «ciencias ocultas» guardan un gran paralelismo con la magia de los saberes bárbaros. Se presentan, en parte, como saberes para iniciados y esotéricos; y, por otro lado, son saberes exotéricos, preparados para un vulgo predispuesto a la superstición y a las creencias en algún grado irracionales: exorcismo, horóscopo, magia negra, &c. Pretenden moverse en el ámbito de los fenómenos maravillosos y sobrenaturales; o paranormales y parapsicológicos. En todo caso, sus métodos no están sometidos a contrastación empírica. Y ni siquiera la parapsicología, que se ha introducido en las cátedras universitarias (en países como EEUU) ha conseguido pasar la frontera hacia un saber positivo, verificable, contrastable, predictivo y universalizable.
Algunos ejemplos de saberes pseudocientíficos están hoy muy desacreditados al resultar incluso ridículo su mantenimiento: la acultomancia o adivinación por medio de agujas para conocer el número de enemigos que se tienen; la aleuromancia o advinación por medio de la harina para conocer el futuro del consultante; el annagnalismo o pacto establecido mediante ciertas ceremonias entre animales y el hombre; la licantropía o poder de convertirse en lobo. Otros se valen de ciertas claves esotéricas que mantienen por alguna razón algún crédito entre ciertos adeptos: la bibliomancia o arte adivinatoria basándose en la Biblia.; la cartomancia o adivinación por medio de las cartas; los conjuros y exorcismos, palabras y ceremonias mediante las cuales se arrojan del cuerpo a los demonios; la quiromancia o lectura del porvenir por medio de la mano, &c.
La parapsicología tiene el propósito de distanciarse de interpretaciones espiritistas, místicas u ocultistas, defendiendo la existencia de funciones psíquicas que son hoy por hoy desconocidas para la psicología estándar, como la percepción extrasensorial (telepatía, clarividencia y precognición) y la psicoquinesia.
No se conocen siempre las explicaciones científicas o racionales de algunos fenómenos, lo que indica que habrán de ser estudiados con la metodología científica, pero otra cosa distinta a la investigación sin prejuicios es buscar en el mercado de las supersticiones un público de adeptos que acríticamente están dispuestos a admitir como válidas las explicaciones que rompen las leyes de la física, por ejemplo, o que proponen cualidades misteriosas como si estuvieran bien definidas.
Las pseudociencias parten en realidad de la afirmación de fenómenos revestidos de la característica de lo oculto, lo misterioso, lo excepcional y lo «espiritual», dándoles crédito y queriendo ponerlos en pie de igualdad con los fenómenos que tienen explicación científica.
La tecnología
La palabra tecnología se utiliza a menudo como sinónimo de técnica. Puede matizarse algo más su significado, cuando entendemos que se trata de una técnica que se ha hecho posible por mediación de algún conocimiento científico. Las tecnologías operan sobre la naturaleza, como lo hacían las ciencias, pero, esta vez, ya no sólo para obtener resultados exitosos en la manipulación de las cosas, sino además, en tanto que ciencia aplicada, para controlar las mismas leyes naturales y pasar, así, a dominar y reconstruir a la misma naturaleza en alguna de sus parcelas o categorías.
A partir del siglo XIX y desde la revolución industrial, bajo el potente desarrollo de las ciencias naturales que se fueron desarrollando a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII (astronomía, mecánica, dinámica, química, biología, electromagnetismo, termodinámica, física de partículas, bioquímica, &c.), se harán posibles aplicaciones prácticas como los vehículos de motor de explosión, los aparatos eléctricos, el radar, el láser, la radio, las telecomunicaciones, la biotecnología, &c.
La teología
Algunas de las creencias afianzadas dentro de una religión pasan a establecerse como dogmas o “verdades” indiscutibles (reveladas…). Cuando estos dogmas, predicados por una religión concreta (judaísmo, cristianismo, islam), entran en contacto con las doctrinas filosóficas o con las teorías científicas, se ven necesitados de fundamentación racional y, entonces, en el seno de esas creencias asentadas sobre la fe o la costumbre se desarrollan análisis racionales que imitan a la racionalidad filosófica. Mientras que de los contenidos dogmáticos surge una teología revelada, del intento de reflexión racional surgirá la teología natural, que puede llegar a ser una parte de la filosofía.
La teología nace, entonces, en el mismo campo de la religión, cuando trata de reordenar sus creencias de forma sistemática o bajo el rigor de la racionalidad. En la exploración teológica se da paso, primero, a múltiples cismas teológicos acelerados y al rechazo de lo que se considera herejías (en el seno de cada religión), y, segundo, en la deriva racional general teológica, se transita de los caracteres más imaginativos propios de la religión (Dios está en el cielo, escucha nuestras súplicas, etc.) hacia un Dios revestido de atributos más abstractos: eterno, infinito, inmutable, ubicuo, &c. Esta conceptualización se coordinará de hecho con ideas propias de la filosofía y, más concretamente, con la metafísica.
Hay un uso lato e impreciso de los vocablos «ciencia » y «filosofía»: «la ciencia del cultivo de las flores» o «la filosofía de las artes marciales»: quiere apelarse con ello a ciertos conocimientos técnicos o a cierto conjunto de creencias. Sin embargo, por ciencia y filosofía ha de entenderse algo muy preciso.
Revisaremos y profundizaremos el concepto de ciencia en un tema próximo, pero, de momento, apuntemos las características que no pueden faltarle: la ciencia, como la filosofía es un saber racional y crítico. Racional, porque sus doctrinas no pueden ser meras creencias (como en los mitos), o supersticiones (como en la magia) o dogmas (como en la religión) sino estructuras de conocimiento dependientes directamente de los cálculos lógicos, o de la aplicación de verdades ya constatadas o de la confirmación experimental. Es un saber crítico, porque sus teorías están siempre abiertas al contraste empírico y a ser revisadas o sustituidas por otras más consistentes, más veraces o más completas. Los mitos, la magia y la religión no someten a crítica radical sus creencias o sus dogmas. Pero la ciencia y la filosofía se diferencian entre sí, porque mientras que la ciencia es un saber racional-crítico que aplica sus teorías (teoremas, leyes) a campos circunscritos (aritmética, geometría, astronomía, física, química, geología, biología, paleontología, etc.), la filosofía se ocupa, por su parte, de buscar más allá de estos campos circunscritos (categoriales), aunque teniéndolos en cuenta. La filosofía desborda los marcos del conocimiento científico pero, precisamente por ello, no precisa ni objetiva sus conocimientos con el mismo grado de estabilidad y universalidad. Las teorías científicas han de ser verificables y demostrables, mientras que las filosóficas sólo lo son parcialmente y con un mayor grado de provisionalidad. Las teorías científicas son experimentables y predecibles, mientras que las filosóficas no tienen poder predictivo sino reordenador del conjunto de conocimientos científicos y no científicos. El conocimiento científico alcanza el mayor grado de verdad objetiva, hasta el punto de que en las ciencias más formadas se establecen verdades cerradas (como una reacción química determinada) y universales (ningún sujeto en su sano juicio mantiene ningún género de reserva respecto de la validez y exactitud del teorema de Pitágoras, por ejemplo).
1. Saber racional, crítico y de segundo grado. La filosofía es un saber racional y crítico como la ciencia, pero no se da a la misma escala. La filosofía no es una ciencia. Precisamente, porque la ciencia no cubre racionalmente todo el campo del saber, se hace necesaria la reflexión filosófica. Su tarea, en todo caso, debe realizarla partiendo del saber establecido por las ciencias. En este sentido es un saber de segundo grado, que se apoya en el saber de primer grado de las ciencias. El saber de primer grado se ocupa de los fenómenos de modo directo: explicar las mareas o el índice de inflación, por ejemplo. El saber de segundo grado reflexiona sobre los saberes de primer grado.
2. Somete a crítica a todos los saberes. Pero la filosofía no se funda exclusivamente en el saber científico, también surge como consecuencia de la existencia del resto de saberes: los mitos, la magia, la religión, las técnicas, la ideología, &c., a los que somete a examen crítico en relación a la función social que representan y respecto a su relación con la verdad. Es, por tanto, de segundo grado en un sentido general, al revisar el resto de saberes (incluida la ciencia), y en cuanto la reflexión no se ejercita tanto en el «interior» de una conciencia pensante cuanto en los elementos que en el exterior se dibujan en cada presente histórico, sobre los que en segundo grado establece interpretaciones racionales plausibles.
3. Ideas y realidad trascendental. La filosofía se ocupa de Ideas y se remite a una realidad trascendental. No se trata de meras ideas ideológicas ni psicológicas, tampoco de conceptos científicos. Mientras que la ciencia se ocupa de campos sectoriales (categoriales) la filosofía tiene la misión de rebasar los límites fijados en las distintas ciencias, no fijando otros límites que los de la propia racionalidad crítica. Además de valorar el propio saber científico en la estructura interna de cada ciencia (teoría de la ciencia), trata de poner en conexión en cada momento histórico los distintos ámbitos de las ciencias (filosofía de la ciencia). Además reinterpreta y valora el resto de saberes, y, para ello, se vale específicamente de Ideas. Las Ideas son conceptos distintos de los conceptos científicos (categorías). Las categorías son conceptos científicos perfectamente definidos en el interior de una ciencia: célula en biología, molécula en química, planeta en astronomía, &c. Cada ciencia trabaja con sus propias categorías. Tiene un conocimiento del mundo pero por sectores o planos de realidad. Pero los problemas que trata de abordar la filosofía no se dejan apresar dentro de conceptos perfectamente delimitados. Las ideas desbordan los ámbitos categoriales, porque ahora no sólo se pretende conocer algo circunscrito a un lugar sino el sentido general que todo ello tiene para el hombre, como centro de todo saber. Estos conceptos racionales que tienen la capacidad de hilvanar y poner en relación múltiples otros conceptos, extraídos de los otros saberes, son las Ideas. Evolución, Progreso, Bien, Belleza, Tiempo, Espacio, Idea de Dios, Materia, la Justicia, la Libertad, la idea de persona, el sentido de la existencia, la idea de verdad, la idea de mundo, &c., no pueden ser conocidas por las ciencias: por ejemplo, la jurisprudencia (como parte de la ciencia política) no puede agotar la idea de justicia, dará una definición positiva de ella, en todo caso; otros ejemplos: la ciencia trabaja con lo verdadero y lo falso pero no se ocupa de establecer la teoría de la verdad; la psicología o la sociología no pueden agotar en sus términos la idea de libertad. &c. La filosofía se ocupa de todas estas ideas estableciendo las múltiples conexiones que las conforman, sus symplokés.
Aquellos términos de la realidad que caben ser conceptualizados circunscribiéndolos en una categoría cerrada de la realidad, son fenoménicamente positivos (este planeta gravita sobre este sol), pero los fenómenos a los que remiten las Ideas no pueden ser positivizados en un área delimitada sino que se refieren a una determinada realidad (por antonomasia a la realidad del hombre) en su conjunto y en su integridad, desbordando planos particulares o sectoriales, y, en este sentido, se habla de realidad trascendental: la justicia, por ejemplo, no se halla positivizada en determinadas conductas psicológicas, porque recorre muchos más aspectos (sociológicos, antropológicos, éticos, políticos…), de modo que hemos de remitirla a toda la realidad trascendental del hombre (este hombre es justo o no lo es).
4. Symploké de ideas. Unas ideas pueden conectarse, derivarse y componerse con otras de determinadas maneras; pero no todas las ideas entran en relación con todas las demás de cualquier manera. Tampoco puede caerse en el escepticismo o en el nihilismo de creer que es imposible conectar cualquier idea con cualquier otra. El hecho de mantener discursos racionales indica que sí es posible. Las composiciones potentes y con capacidad explicativa de la realidad son las symplokés (similar, pero a otra escala, de la identidad sintética de las ciencias). Esta tesis sobre la symploké de las ideas quedó establecida ya por Platón en los mismos inicios de la filosofía, en El Sofista: «ni todo está unido con todo, ni todo está desconectado entre sí, sino que algunas cosas están relacionadas con algunas otras». Recorrer estas relaciones es la tarea de la filosofía.
5. Ideas en su regressus y en su progressus. Con las ideas se guarda una doble relación: en tanto que alcanzamos a definir y recomponer comprensivamente sus symplokés, nos hallamos en un camino de regreso (regressus o «ascensión» intelectual) hacia el mundo de las ideas del que estamos separados por las apariencias, por los prejuicios o por las falsas creencias. Pero una vez que hemos alcanzado en algún grado la symploké de una Idea, entonces, como quiera que el objetivo de la filosofía no es la contemplación especulativa, hemos de volver al plano práctico y vital del que habíamos partido y poner a prueba la «verdad» o la potencia de esa symploké. Esta vuelta es la que nos permitirá «progresar» más allá del conocimiento previo e, incluso nos dará las claves para la transformación plausible del mundo, y, en concreto, de las realidades políticas, éticas, morales, psicológicas, antropológicas, cognoscitivas y, en general, sociales envolventes. En el regressus tratamos de captar las esencias filosóficas y en el progressus las ponemos a prueba y comprobamos su verdad y efectividad. Hay, sin duda, en este doble movimiento el componente de la scientia (saber teórico) y el de la sapientia (prudencia ética, moral y política).
6. Actividad y praxis, además de conocimiento. La filosofía se concibe, entonces, como una actividad (Wittgenstein) y como una praxis (Marx), además de ser un modo de conocer, un impulso y afán de saber sin limitaciones. Hay un carácter de totalización en el saber filosófico: Husserl afirmaba que el filósofo es el «funcionario de la humanidad», en cuanto que es su conciencia crítica y lúcida sin ninguna limitación ni obediencia a criterios partidistas. La razón filosófica es lo que comparte o puede compartir el género humano.
7. Polémica. La reflexión filosófica no es armónica ni uniforme: ¿cómo podría serlo extendiéndose a tantos temas hasta abrazar el conjunto de lo racional? Nace y se desarrolla polémicamente, en confrontación con otras posturas ya en curso. En esto es similar a los saberes ideológicos y a los políticos.
8. Filosofía mundana y filosofía académica. Las ideas con las que trabaja la reflexión racional se conforman en dos niveles: 1) en contacto directo con las mismas realidades vividas, en donde se generan las distintas concepciones, como puedan ser las distintas nociones de la idea de justicia (por ejemplo), en el hacer y pensar de los políticos, los juristas o los ciudadanos: se trata en este plano de la «filosofía mundana». En este sentido, todo el mundo (incluidos los científicos) dispone o puede disponer de una determinada filosofía ante los distintos problemas. 2) Un sentido que viene a completar éste es el de la «filosofía académica». Una vez que los conceptos más o menos racionales están funcionando en el seno de una sociedad puede suceder que sean analizados, clasificados, valorados y dialectizados por filósofos académicos (es decir, que se inscriben dentro de un modo de pensamiento estructurado y definido, en una «academia» o sistema), a quienes compete la labor de pulir los conceptos mundanos: reconstruir bien los perfiles formales de esos conceptos y establecer los mapas de las symplokés recorridas por las ideas del momento. El filósofo académico es un especialista (como un fontanero o un médico) de los conceptos y especialmente de aquellos que son Ideas, pero su trabajo se alimenta de los conceptos mundanos y a ellos debe ser capaz de volver. Platón fue el primero que de modo bien organizado constituyó la primera Academia. Kant distinguiría de modo expreso, en el siglo XVIII, entre la filosofía académica y la mundana.
9. Verdadera filosofía y falsa filosofía. Cabe diferenciar entre verdadera filosofía y falsa filosofía. La falsa filosofía es la que pretende presentarse como filosofía pero sin llegar a serlo, al no conseguir el grado de racionalidad crítica requerido. Así, por ejemplo, las llamadas «filosofías orientales», que son más bien sabidurías ético-religiosas. También cabe diferenciar entre filosofía verdadera y filosofía falsa. Cuando estamos en presencia de una reflexión racional crítica no tenemos asegurado alcanzar la verdad, que en muchas ocasiones no se patentiza sino al paso de varios siglos. La filosofía basada en el geocentrismo era verdadera filosofía, pero resultó ser filosofía falsa. La verdad de la filosofía, que no puede demostrarse como la de la ciencia, depende de su potencia al contrastarse con otras y no se manifiesta rotundamente sino en grandes escalas temporales: las ideas evolucionistas que ya los presocráticos atisbaban en el siglo VI. a. C., hoy sabemos que forman parte de la verdad de la filosofía (en este caso, con la ayuda de la ciencia).
10. La filosofía, una actividad reflexiva en equilibrio inestable entre la metafísica, el nihilismo, el escepticismo y el positivismo
La filosofía entra en una dialéctica muy estrecha con la metafísica, el nihilismo, el escepticismo y el positivismo, que pueden considerarse modos de reflexión filosófica descentrados.
La filosofía ha de guardar un equilibrio entre cuatro situaciones en las que puede recaer y degenerar. Puede convertirse en metafísica, en nihilismo, en escepticismo y en positivismo. Estas cuatro formas representan o bien dos modos de romper las amarras del progressus (aplicación práctica) al desbocarse en el regressus: la metafísica y el nihilismo; o bien dos modos de quedar excesivamente atrapados en el mundo fenoménico y no poder desplegar los regressus hacia las esencias: el escepticismo y el positivismo.
La metafísica afirma demasiado amparada en un andamiaje de ideas excesivamente ajeno a las verdades científicas.
El nihilismo niega demasiado y, minimiza aún más que la metafísica el valor de los conocimientos científicos, hasta el punto de confundirlos con la mera opinión o creencia.
El escepticismo niega, como el nihilismo, pero ahora no por exceso, no por negar demasiado, sino porque se queda corto en el afirmar, al proponerse como principio supremo la evitación de todo error. El escepticismo duda en general de los conocimientos teóricos y sólo se acoge a algunos preceptos relativos de carácter práctico.
El positivismo afirma que sólo el conocimiento científico es digno de crédito, interpretando la filosofía como un camino histórico previo al conocimiento científico, cuya función actual debería ser la de ayudar a la ciencia en el esclarecimiento de sus conceptos.
Esquema de las relaciones entre, por una parte, la filosofía y, por otra, la metafísica, el nihilismo, el escepticismo y el positivismo.
METAFÍSICA NIHILISMO
+ por exceso − por exceso
+ −
FILOSOFÍA
− +
ESCEPTICISMO POSITIVISMO
− por defecto + por defecto
+ Afirma
+ Por exceso (afirma demasiado)
+ Por defecto (afirma demasiado poco)
— Niega
— Por exceso (niega demasiado)
— Por defecto (niega acríticamente)