¿Qué es un «pensador»?  Sobre Xavier Zubiri

 

 

El jueves pasado me vi envuelto en la calle en una discusión incómoda entre dos viejos amigos. No sé cómo había empezado pero me los encontré disputando sobre un tema que me costó algo comprender. Uno defendía a los que él calificaba de «pensadores» y el otro les lanzaba la diatriba corrosiva que intentaba poner las cosas en su sitio. Me vi indeciso un tiempo entre la reverencia del uno y el escarnio del otro, entre la mofa hacia el «pensador» impostor o charlatán de ideas y la defensa incondicional de quien consigue retirarse a los lugares más arcanos de la humana inteligencia.

 

Hubiera preferido apelar a la prisa y haberme despedido con la promesa de una cita inminente e imprecisa, pero sus ojos que por la cólera empezaban a tintarse de rojo me parecieron dos semáforos que no podía, aunque bien lo quería, rehuir.

 

Les di la razón a los dos (sagaz estratagema para quitársela más tarde), porque, en definitiva, matizadas convenientemente sus ideas, sus tesis parecían irreprochables y fácilmente verificables. Podían encontrarse ejemplos cómodamente que apoyaran ambas enconadas posturas. Apelé primero, sin mucho ánimo, al puro sentido común para desplazar el esquema exclusivo -lo uno o lo otro- por la consideración de que no está en el hecho o no de dedicarse a pensar sino en que se hiciera bien o mal, como en todas las demás cosas de la vida. Tenía que empezar por alguna evidencia prosaica si pretendía defender mi postura; por eso creí que podía tener la prueba a mano. Uno de ellos llevaba bajo el brazo un manual de mecánica aplicada a la aeronáutica y en el otro relucían recién comprados tres libros que la editorial Alianza había creído conveniente reeditar. Se trataba de dos obras de Martin Heidegger (1889-1976) que reproducían las lecciones de dos de sus cursos universitarios, una la de Friburgo 1930-1931 dedicada a «La Fenomenología del Espíritu de Hegel», y la otra lección, la de Friburgo de 1941 con el título de «Conceptos fundamentales». Quien se decidiera a leer ambos libros entendería mucho mejor, qué duda cabe, a Anaximandro y a Hegel, es decir, a dos filósofos que desde el siglo VI a. C. y el XIX coquetearon con lo más insondable del ser, y de paso también a Heidegger.

 

El tercer libro en cuestión era uno de Xavier Zubiri: «Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica», donde entre otras muchas cosas el filósofo donostiarra, aclara qué es dimensión, qué es ser, qué es realidad, qué es humano, y qué ha de entenderse por individualidad, y por la dimensión social e histórica de la persona. (¿Es que acaso todas estas cosas no están ya claras para la común inteligencia? No me extrañaba, del todo, que al de la mecánica aeronáutica aplicada se le revolvieran las tripas, al conocer todo esto). Tomé en mis manos los cuatro libros conjuntamente como prueba de lo que estaba tratando de señalar.

 

Un «pensador», concluía, cuando conseguí razonadamente invertir sus tesis excluyentes (para ello tuve que recomponer todo el enfoque del que partíamos), un «pensador», repetí, aparentando seguridad y pragmatismo (para convencer a los dos), es un término desgraciado que vuelve mística y distante una función que es del todo común, pero que insiste en alcanzar un estatus elitista cuando sus ideas son publicadas, conocidas, reconocidas y convertidas en doctrina reputada por algunos o por muchos. Pero, en realidad, se trata, digo, de un término desafortunado, porque pensar, lo que es pensar, lo hace todo el mundo. Y lo que a la gente civilizada  puede exigírsele, no sólo al «pensador», es que piense como modo de ir de la oscuridad a la claridad, procurando no enredarse en el sentido inverso. En todo caso, un «pensador» ha de ser un ciudadano más, alguien que acomete ciertas tareas menos obvias que producir fresas o que organizar viajes de placer, pero que han de resultar igualmente rentables al conjunto de la sociedad; y que como los demás trabajos estarán siempre sujetos a que sus productos salgan con la calidad debida o no. Lo que les vine a decir es que nadie debe ser respetado por ser un «pensador» sino en todo caso por alguno de los frutos de su trabajo, si resultaren ser valiosos.

 

Para que mi argumentación pudiera apoyarse en algún ejemplo práctico, concreto, aplicado, positivo y tangible, retuve expresamente el libro titulado «Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica»,de Alianza (2006), que salía a la luz, inédito después de más de treinta años, coeditado por la Fundación Xavier Zubiri (lo que probaba que las doctrinas allí expuestas eran seguidas por algún grupo de personas, y de ahí su función social) y traté de encontrarle un sentido general, virtuoso para cualquier ciudadano ilustrado, aun a pesar de que se trataba de un conjunto de análisis de un nivel tan especializado que sólo se descubría fácil acomodo en el contexto de una aplicación muy técnica, por ejemplo, referido a profesores de filosofía que hubieran de conocer los recovecos de la ontología y de la antropología cristiana del siglo XX.

 

Este libro, dije, puede leerse por varias razones, porque, por ejemplo, uno es ya zubiriano o próximo a este sistema, para ejercitarse en poner a tono el instrumental intelectual del que puede uno servirse en aplicaciones posteriores (hice un esfuerzo por imaginarme a  algún obispo auxiliar progresista –quizás- o a anónimas manos en Lovaina o en Salamanca atareados en desvelar los matices de las ricas distinciones que Zubiri establece entre el ser y la realidad, entre religión y religación, entre la sociedad impersonal y la sociedad de personas o la fusión conceptual que consigue a través de su «inteligencia sentiente»).

 

Este libro puede leerse también por alguien interesado no en Zubiri sino en alguno de los temas por él visitados, como por ejemplo para contrastar distintas ideas de sujeto humano, si es un hecho personal absoluto (y en qué sentido ab-soluto) y no agotable en su ser social, y si quizás las dimensiones que le constituyen las obtiene porque refluyen desde la especie (desde el philum)al individuo, como defenderá el filósofo español, sin dejar de afirmar el enunciado precedente (aparentemente antagónicos ambos) -algo así, dicho toscamente, como que daría la razón a Darwin, pero en el caso de Zubiri cuidándose de no quitársela a la verdad revelada bíblica-.

 

Este libro puede ser leído con provecho también por alguien que esté lejos de compartir las tesis fuertes que mantiene Don Xavier, como lo son sus posturas religiosas (los hombres siempre están divididos por la religión y por la política, sentencié, y me pareció que en eso mis dos colegas me daban la razón), al defender que aunque no se demuestre la existencia de Dios sí se demuestra que «algo de lo que hay realmente es Dios» (como defiende en «El hombre y Dios», Madrid, 1984), o sus posturas metafísicas cuando declara que las tres dimensiones del ser humano (individual, social e histórica) que son heredadas, por así decirlo, de la estirpe humana, se sustentan a su vez en una realidad absoluta, el Yo, que hay que postular como el Yo absoluto que se constituye al estar puesto frente al todo de la realidad que no soy Yo; y esto es un componente del que cada persona concreta no puede deshacerse, como tampoco puede distanciarse de su triple dimensión, social e histórica, además de individual. Puede leerse, entonces, para ver si uno tiene o no otras respuestas distintas a las de Zubiri más coherentes o mejor enraizadas.

 

Pueden leerse todas estas cosas, dije, por quien quiera poner a prueba si tiene ya dadas soluciones a todos estos planteamientos, sustituyendo la minuciosa trabazón analítica conceptual que construye Zubiri por otra con anclajes de coherencia alternativos o superiores. Pensé para mí que yo sí tenía alternativas materialistas para responder estas preguntas que en Zubiri se sitúan en un extraño territorio hecho de soluciones espiritualistas pero construidas con argumentos y análisis tomados a menudo de las ciencias positivas y de la filosofía anti-idealista. Pero mis dos compañeros miraban sin disimulo ya sus relojes indicando que hasta allí había llegado su paciencia.

 

 

SSC

20 de abril de 2006

 

Publicado en: «¿Qué es un “pensador”? Sobre Xavier Zubiri», La Nueva España, Suplemento Cultura nº 724, págs. IV y V,  Oviedo, jueves, 20 de abril de 2006.