Foto filosófica
Alumno ganador:
Juan Francisco Piñera Ovejero, con la colaboración de toda la clase, tutorada por mí, como profesor de Historia de la filosofía.
Foto Filosófica Ganadora
de la Olimpiada de Filosofía de España, 2014
después de haber sido ganadora
de la Olimpiada de Filosofía de Asturias, 2014
LA ACADEMIA DE FILÓSOFOS MUDOS
En homenaje a La Escuela de Atenas
fresco de Rafael de 1511.
Allí se plasmaba la visión renacentista
sobre la importancia de la historia de la filosofía.
En 2014, se recrea una visión en paralelo sobre el lugar que ocupa hoy la filosofía.
Los filósofos no han desaparecido
pero han enmudecido,
han sido acallados, amordazados,
aunque casi no llegue a notarse.
La mordaza se ejerce ocultamente,
adquiriendo el color de la carne.
El presente texto fue enviado a la Revista didáctica
del Grupo Eleuterio Quintanilla, en 2015
Filosofía e imagen. Una clase de filosofía en un gesto
Esta es la historia, historia sencilla, de la foto medalla de oro de la I Olimpiada Filosófica de España, en la modalidad de Fotografía filosófica. Antes de esta fase nacional, había resultado ganadora en la XIII Olimpiada de Filosofía de Asturias.
En el trajín de las clases que imparto en el IES Emilio Alarcos de Gijón, propuse a mis alumnas y alumnos de 4º de ESO (Ética) y de 1º (Filosofía) y 2º de bachillerato (Historia de la filosofía) una actividad opcional que iba a ser calificada con un punto supletorio sobre la nota media de cada alumno. Se trataba de idear y realizar una «foto filosófica» relativa a la «libertad de expresión». Entre unos grupos y otros acabé recibiendo veinte fotos que fueron comentadas en cada clase, tratando de descifrar en ellas su complejidad constructiva o su sencillez comunicativa, su acierto con el tema y su fuerza expresiva... Juzgué que solo tres de ellas tenían la calidad requerida para ser presentadas a la olimpiada filosófica asturiana. Y sería una, la que ya desde el principio había nacido con una fuerza añadida y extraña, la que obtendría los laureles.
En contra del criterio inicial, que apuntaba a un trabajo de autor e individual, uno de mis grupos de 2º de bachillerato me propuso realizar una foto en la que pretendían implicarse todos los de la clase, «¡y así podría subirles un punto a cada uno!» decían con ingenua picardía. En un principio, como suele suceder en estas dinámicas de gran grupo, fueron especialmente cuatro alumnos, entre ellos una alumna líder nata, los que más lucharon por el proyecto.
La idea consistía en recrear el mural de la Escuela de Atenas de Rafael ocupando ellos el lugar de Platón, Aristóteles, Sócrates, Heráclito, Parménides, Pitágoras, Diógenes el cínico, Hipatia y todos los demás. En principio, la idea parecía una simple ocurrencia, pero qué duda cabía que el mero intento de coordinación grupal y todo lo que comportaba de juego escénico y de elementos lúdicos mezclados con los intencionales arracimaban un fuerte núcleo de emociones compartidas que venían a dar calor natural a la claridad requerida por las ideas buscadas. Así que, a la vez que les prevenía sobre el berenjenal en el que íbamos a meternos, les dije que me parecía una idea excelente, y que sobre los problemas, especialmente los formales (¿quién iba a representar la autoría del grupo...?), ellos mismos me apuntaron que los iríamos solucionando por consenso o mediante votaciones.
Se habían encariñado de esa bella postal filosófica, que aparecía en la portada de nuestro libro de apuntes. El fresco de Rafael, de 1511, en donde se representa a los filósofos y científicos más sobresalientes, desde aquella mirada renacentista, era bien conocido por todos, puesto que aparte de ilustrar la portada de nuestro manual lo habíamos comentado alguna vez, especialmente para resaltar el mensaje contrapuesto de las dos figuras centrales, la una señalando con el dedo hacia arriba el mundo «celeste» de las ideas (Platón) y la otra (Aristóteles) rectificando con el gesto la tesis de su maestro, al señalar con su mano hacia las cosas de la realidad terrestre.
Durante varias semanas dieron vueltas al proyecto entre ellos y lo retomamos a retazos en clase para ir enderezándolo, y me pareció, desde el ruido del fragor de la batalla que me iba llegando por indicios y por reflexiones sueltas, que les estaba costando convencer a todos y cada uno de los del grupo que aquello merecía la pena intentarlo... Por eso, un día, la alumna que colideraba todo aquel proyecto me dijo: «¡profe, olvídate, no hay con quién contar!». No me enfadé ni me sentí defraudado... después de todo llevaban una vida llena de deberes cotidianos y de exámenes sistemáticos y ya tenían bastante con debatirse entre el suspenso y el aprobado como para exigirles que se pusieran de acuerdo por unas míseras décimas que seguramente iba a concederles... La sombra de decepción que traté de ocultar, no iba dirigida contra ellos, sino contra la débil e individualista naturaleza humana, de la que ellos no eran culpables directos.
Sin embargo, aquel derrotismo había sido en realidad un síntoma de que la cosa iba madurando según su ritmo propio, porque pasado poco tiempo un buen día, a bocajarro, al entrar en clase me dijeron, «¡profe, hoy hemos venido preparados, nos hemos vestido todos de oscuro y el resto de detalles ya los tenemos controlados...». Así que en un segundo pasan por la mente de un profesor cosas como «pero esto no es serio, teníais que haberme avisado... para pedir permiso en dirección... hemos de realizar una actividad fuera del aula y eso requiere... y qué pasa con el reglamento de régimen interno...». Pero estaba claro que esa reacción mía, la profesoral, «correcta» y «reglamentada», no hubiera sido la adecuada, porque la realidad de lo que estaba sucediendo en el aula necesitaba romper los rígidos moldes pensados para los ritmos cotidianos pero no para las excepciones explosivas. Por eso, sin titubear (aunque meditaba todo esto que acabo de apuntar), les dije, «¡venga, vamos allá!»... nos tomamos unos segundos para poner una única norma (no molestar a los demás grupos) y para decidir el emplazamiento definitivo de entre los dos más idóneos. Pensando en la escalinata más tranquila y en la que le daba el sol en esos momentos... pues la luz era importante para la foto, nos desplazamos fuera del aula hacia allí y les dejé componer la escena mientras yo comunicaba rápidamente en Dirección mi actividad intempestiva y me hacía con un globo terráqueo y con una cabeza humana que conseguí del laboratorio de ciencias naturales... Cuando llegué me encontré, maravillado, con el cuadro que tantos años le costó pintar a Rafael representado por mis alumnos en unos pocos minutos con una fidelidad encomiable. Una alumna se había ofrecido para encuadrar bien la foto y para darle al clic.
Entre los problemas que habían tenido que solventar estaba el de cómo ligar aquella composición con el tema de la libertad de expresión. Ya lo habíamos debatido alguna vez y había quedado apuntado que escenificaríamos una Escuela de Atenas contemporánea cuyos filósofos hubieran sido discretamente acallados, casi sin que se notara. Por eso, entre otras ideas barajadas, se acabó imponiendo la de aparecer con la boca tapada con un esparadrapo color carne, que no fuera muy chillón, de modo parecido a la silenciosa y sibilina represión sobre el pensamiento que hoy pueda estar ejerciéndose...
Por supuesto se dispararon muchas fotos, para poder elegir después la mejor. Ya teníamos la foto seleccionada, pero ahora había que intentar aproximarla al máximo a la Escuela de Atenas primigenia: evidenciar la conexión entre ambas, solidificar el paralelismo... la gente, en general, no tenía por qué conocer necesariamente este fresco de Rafael o no tenía por qué caer en la correlación. Entonces, Juan Francisco Piñera Ovejero, experto en el manejo de programas de tratamiento de imágenes, se ofreció para ensayar una superposición de los dos cuadros lo más ajustada posible. Dedicó varios días y muchas horas mientras íbamos conociendo sus avances. A la vuelta de la segunda semana, trajo el resultado que él creía más aceptable. A todos nos gustó, aunque evidentemente se apreciaban desajustes imposibles prácticamente de suavizar. Alea jacta est, la suerte estaba echada.
A ratos sueltos, fuimos debatiendo el título y decidiendo quién iba a representar al grupo en las olimpiadas, pues la titularidad era individual. También planteamos cómo se distribuiría un futuro posible premio...
El grupo decidió unánimemente que les representara Frank (Juan Francisco Piñera), no solo porque se fiaban de él, por su seriedad, rigor y generosidad... sino porque él era con mucho el que más trabajo había aportado y el verdadero artífice final de la fotocomposición.
Enviamos a la XIII Olimpiada de Filosofía de Asturias las dos fotos, una como original y la otra como montaje, con los datos de Frank. El día del fallo quedó seleccionada nuestra foto junto a otra finalista del Colegio Marista Auseva de Oviedo. El jurado se expresó de esta manera: «Primer finalista, a La academia de filósofos mudos, presentada por D. Juan Francisco Piñera Ovejero, alumno del IES Emilio Alarcos de Gijón, [...] por haber sabido actualizar una imagen clásica como soporte del tema del concurso, y felicitamos a los participantes en esta obra por haber materializado una idea que conlleva una dificultad organizativa apreciable.»
El primer y segundo puesto se decidía no obstante en el mismo acto de entrega de premios, después de que los autores defendieran públicamente durante cinco minutos su foto ante un jurado, distinto del primero que las había seleccionado. Allí, Frank defendería su foto con el siguiente discurso:
«Buenas tardes a todos.
Vivimos en una época de crisis, tanto que la gente, tímidamente, se atreve a salir a la calle. Protesta contra la corrupción, los recortes y la difícil situación de millones de familias.
Vivimos también en un estado democrático. Llevamos siglos, desde la Grecia clásica, intentando aprender a vivir en democracia y en libertad.
Esta foto, La "Academia de filósofos mudos", ha querido hablar de democracia y de libertad.
¿Está sometida nuestra sociedad a la opresión, aunque sea de manera oculta?
La crisis actual nos ha enseñado una parte escondida de la realidad del mundo: que nuestra libertad para expresarnos puede limitarse con facilidad.
La foto pretende partir de la filosofía clásica, como si buscáramos entre lo mejor de nuestro pasado. Pero, ahora, para que podáis entender bien esta foto tengo que contaros cómo surgió la idea.
Esta "Academia de filósofos mudos" no podría haberse logrado sin la cooperación de todos los compañeros de mi clase. En la portada de nuestro libro de Filosofía aparece la pintura de Rafael: "La Escuela de Atenas". Todo el curso nos estuvo llamando la atención esa imagen. Dedicamos varias clases a interpretarla y a reconocer a algunos de sus personajes. Refleja a los filósofos y científicos de la Antigüedad. En ella se puede apreciar claramente en el medio a Platón y a Aristóteles con sus respectivas obras en las manos. Diógenes el cínico, el más rebelde, tirado a lo largo, denuncia con su postura todo lo que no le gusta.
Nosotros, la clase entera, a partir de la portada de nuestro libro de Filosofía, quisimos interpretar la misma estampa de una manera más contemporánea.
La idea surgió entre un grupo de alumnas y alumnos y fue evolucionando. Al principio parecía que no iba a ser tan fácil hacer una foto tan compleja: bien por tiempo, por desacuerdo o por compromiso. Sin embargo, después de varias intentonas fallidas, un día nos pusimos todos finalmente de acuerdo y vinimos vestidos todos de oscuro. El profesor se puso muy contento, pues temía que todo se quedara en una feliz ocurrencia y nada más. Utilizamos una de las clases de filosofía. Cada uno representó su personaje y así posamos para la foto.
Después, yo me quedé encargado de mostrar que nuestra foto guardaba similitud con el cuadro renacentista de Rafael. Por eso hice un montaje superponiendo nuestras fotos a las imágenes de los filósofos. Me llevó horas... pero no fue un esfuerzo baldío. Nos hizo pensar a todos, pues toda la clase siguió en todo momento el curso de la evolución de un trabajo que yo representaba pero que era colectivo.
Componer la imagen fue posible por la intervención de múltiples ideas y por el acuerdo libre de todos. ¿No era el tema la libertad de expresión?
Es posible que sin una mirada atenta no se vea que en nuestra pose alguien nos ha puesto un esparadrapo en la boca. Representamos la «Academia de filósofos "mudos"». Si miráis bien podréis apreciar que ninguno de nosotros puede hablar (y os aseguro que no es una sensación agradable no poder expresarse).
La conclusión es esta: el día que se nos vaya tapando la boca más y más o que se vaya menguando la democracia o que se vuelva difícil filosofar, ese día... ¿qué será ese día de la "Escuela de Atenas" que tan bellamente pintó Rafael?, ¿qué será de una sociedad de ciudadanos y de filósofos mudos?, y ¿qué será, si, además, eso apenas se percibe?
Muchas gracias por vuestra atención.»
Sumadas las puntuaciones otorgadas por los dos jurados, se concedió el primer premio de fotografía filosófica a la foto presentada por el IES Emilio Alarcos. Así que, en representación de Asturias, se enviaba nuestra foto a Salamanca, sede de la I Olimpiada Filosófica de España. De un jurado de unas treinta personas (representantes de cada comunidad autónoma y coordinadores de la OFE y de la Universidad), cada una de las cuales votó con 4, 3, 2 y 1 punto a cuatro de las nueve que habían quedado seleccionadas de toda España, resultó ganadora La Academia de Filósofos mudos, la nuestra, qué alegría.
Ganar un premio está bien, pero qué hubiera pasado si no lo hubiésemos alcanzado. Es preciso tener la actitud de retirar todo el ruido que hacen las nueces y la honradez de reconocer que lo único que alimenta es el fruto interior...
El premio principal ya lo habíamos obtenido antes de todo galardón, con la particularidad de que solo nosotros lo hubiéramos sabido. Porque habíamos conseguido ya unas relaciones más fluidas en el aula, un interés añadido sobre personajes históricos y significados icónicos, una visión directa del nexo entre el Renacimiento y la Antigüedad y entre estos y nuestro presente, y habíamos condensado una idea compleja en un gesto simple, el que separa (y une a la vez) a Platón y Aristóteles. Habíamos dramatizado la pluralidad de ideas que comporta filosofar, incluida la actitud cínica de ese Diógenes que echado en el suelo denuncia los excesos de su tiempo. Y habíamos sentido sobre labios propios la sensación de no poder hablar, al tenerlos sellados... quizá porque nuestra sociedad pueda estar fraguando un nuevo escenario... en el que las ideas críticas y las actitudes de denuncia contra el engaño sistemático y organizado empiezan a ser sustituidas por otro modelo donde la filosofía ya no tendría cabida, si se cree que en esa sociedad el individuo ha de tener como objetivo superior el integrarse al máximo en el modelo productivo y abandonar esa tendencia obsoleta de pretender reflexionar críticamente y, aún más, olvidarse de esa utopía humanista empeñada en el valor de la expresión de las ideas...
Como durante las clases he visto que se acogía con buenos ojos entre mis alumnos el dictum estoico de que «el premio de la virtud está en la virtud misma», estoy seguro de que todos ellos me concederán esta conclusión: el verdadero premio fue haber sabido unir el gesto y la imagen a una serie de ideas más complejas que estábamos trabajando... y haber sabido trenzar con éxito durante más de un mes todos nuestros gestos y palabras en una experiencia colectiva donde la libertad de expresión de cada uno fue el punto de partida y donde el objetivo de llegada consistía en que esa libertad «se perdiera» al entrelazarse unas en otras, a través de una imagen y de un gesto compartido, capaz de contener un sentido y una fuerza.
Silverio Sánchez Corredera,
Profesor de Historia de la Filosofía en el IES Emilio Alarcos (Gijón), agradezco el espíritu con el que trabajaron en la composición de la Academia de filósofos mudos a mis alumnos de 2º de bachillerato: a Juan Francisco Piñera Ovejero (fotocomposición y titular) y a Deva Menéndez Teleña, Néstor López Cadenas y Moisés Nuevo Bárcena por su empuje e interés continuo, y a todos los demás por su imprescindible colaboración: Alejandro Álvarez Gómez, Ville Pablo Bajo Rouvinen, Diego Camín Chamorro, Pablo Cid Hernández, José Javier Enríquez Solar (Platón), Carla Fernández Fernández, Moisés Fernández Fernández, Claudia García Domínguez, Sandra García Noriega (disparó la foto), Iván García Rubio, Pablo González Vega (Aristóteles), Marta Pecharromán Merino, Adrián Pérez Carou, Mario Quesada Matilla, Omar Rodríguez Martínez, Alexander Stevens Rodríguez, Sergio Vega González y Adrián Vicente Ortega; y a los que el día de la foto, enfermos, no estaban presentes: Ian Gallegos Beneitez y Estefanía Sastre Lois (ausente en la foto, por enfermedad).