Julián Marías, In Memoriam

 

                                                                                               

Julián Marías Aguilera nació en Valladolid el 17 de junio de 1914 y falleció en Madrid el jueves 15 de diciembre de 2005. Es el último que ingresa en la larga lista de intelectuales longevos, con 91 años, superando incluso a algunos también longevos...  recordemos a Baroja, Pérez de Ayala, Ferrater Mora... y fuera de nuestras fronteras a Russell, Heidegger o Popper... Los que vivieron bastante menos como Spinoza, Pascal o Alberto Cardín... tuvieron que hacerse un hueco sin tantas demoras cronológicas. No obstante, a los cuarenta y cinco años en que murió Benito de Spinoza, Julián Marías ya había reunido una aportación nada despreciable: su famosa Historia de la Filosofía, que habría de ser reeditada tantas veces, la publicó en 1941, cuando contaba tan sólo con veintisiete años; además otras obras como Miguel de Unamuno (1943), La filosofía española actual. Unamuno, Ortega, Morente, Zubiri (1948), La estructura social. Teoría y método (1955) y El oficio del pensamiento (1958), algunas de las que estimamos representativas, son obras bastante prematuras.

 

Julián Marías ejerce de intelectual en el sentido más amplio: polígrafo, publicista, ensayista, articulista, historiador del pensamiento y de la cultura, que, gracias a su larga vida, se remiten a múltiples temáticas desde las propiamente filosóficas, donde se halla el centro neurálgico de su producción, hasta las abiertamente culturales de temáticas muy variadas, incluyendo una reflexión muy continuada sobre la realidad del tiempo presente, de donde nos atrevemos a extraer como muestra La España posible en tiempos de Carlos III (1963), Antropología metafísica. La estructura empírica de la vida humana (1970), España inteligible. Razón histórica de las Españas (1985) y Acerca de Ortega (1991).

 

Ya desde Kant viene estableciéndose la diferencia entre filosofía académica y mundana. En el materialismo filosófico acostumbramos a sacar buen provecho de esta distinción. Con Gustavo Bueno podemos diferenciar entre el plano mundano-filosófico donde se producen y construyen los nuevos conceptos (los predicadores, naturalistas, químicos, historiadores, profesores de filosofía o de literatura... y, en definitiva, el vulgo, en cuanto es en las transformaciones que sufre el lenguaje donde se opera la producción de conceptos mundanos) y el plano donde estos conceptos han de ser trabajados para dotarles del máximo rigor y para que depurados aparezcan claros y distintos: es aquí donde interviene ese pulidor de conceptos que es el filósofo académico; éste puede ser, a su vez, un buen o un mal pulidor. No queremos ahora valorar si Julián Marías ha hecho contribuciones o no de trascendencia dentro de la filosofía académica, pero sí podemos seguir algunos de sus esfuerzos para que el iniciado pueda juzgar y hacerse una primera composición de lugar.

 

Entre las aportaciones de Julián Marías a la filosofía académica hay que contar el desarrollo y aplicación de la teoría de las generaciones. En El método histórico de las generaciones (1949) y en La estructura social (1955) profundiza en la idea que había adelantado Ortega y Gasset en Historia como sistema y En torno a Galileo. Para Ortega el devenir de las generaciones dota a la historia de una estructura precisa. Cada quince años se conforma una nueva generación. Sus personajes aunque sean muy diferentes están obligados a vivir en el mismo mundo. Esta realidad social suprasubjetiva, derivación hegeliana del «espíritu objetivo», configura unas ideas, creencias y costumbres que le son propias y que, además, marcan un ritmo en la historia al estar llamadas a ser sustituidas por otras al cabo de su periplo de tres lustros. Julián Marías desarrolla y aplica esta teoría a diversos campos y, entre ellos, en la periodización de las letras españolas.

 

En este año que celebra la efeméride de la publicación de la primera parte del Quijote, viene muy al caso recordar el planteamiento generacional que Marías hizo del tiempo de Cervantes. En Literatura y generaciones, donde se reúnen artículos escritos en los primeros años setenta (Austral, 1975), declara que el manco de Lepanto desarrolló «su vida literaria, su vida de escritor, después de su tiempo [...] Miguel de Cervantes tuvo un plus, un epílogo al tiempo de su vigencia histórica, una supervivencia en el tiempo de la generación siguiente, que aprovechó sencillamente para escribir su obra, para poner en ella la realidad acumulada en su extraña vida». Nacido en 1547, la generación con la que habría debido entreverarse sería la de los nacidos en 1541, como año de referencia; (no entramos ahora en el detalle de fundamentar por qué este año y no otro cualquiera); con ello empezaba siendo uno de sus jóvenes representantes, en teoría. Su tiempo de vigencia generacional habría debido ser entre 1571 y 1601, los primeros quince años para hacerse un hueco y los otros para hallarse en el ejercicio del poder, que no necesariamente ha de ser interpretado como poder político. Los momentos en el que los de su generación se ocuparon en ascender por los resortes del poder del influjo social los gastó él en ser soldado, cautivo y recaudador de impuestos. Cuando regresó de su cautiverio en Argel e intenta hacerse un hueco como escritor todavía está en el poder la generación anterior, la de los nacidos en 1526. Son, en el reinado de Felipe II, Camoens, Fray Luis de León y Juan de Herrera. Este intento resultará fallido para el autor de la Galatea. Mientras tanto, era el espacio de El Greco, entre los pintores; de Juan de Austria y Antonio Pérez entre los políticos; de Juan de Mariana y Francisco Suárez entre los filósofos, de El Pinciano  y Mateo Alemán... faltaba Miguel de Cervantes. Cuando vuelve a redoblar sus esfuerzos literarios ha pasado el ciclo de su generación, es tarde para incorporarse, y han venido a llenar la escena los nacidos en el entorno de 1556, Góngora, Lope de Vega y los hermanos Argensola. La única salida que le queda al manco y desventurado hombre, si es que va a contar con un trecho de vida suficiente y con energía, es intentar algo nuevo, diferente, y eso es lo que hace. Es el tiempo de sus novelas ejemplares y de su celebrado Don Quijote de la Mancha.

 

La teoría de las generaciones de Ortega y de Julián Marías puede resultar un instrumento organizador de interés dentro de la maraña de datos históricos sin orden ni concierto, puede ser un buen acicate como primera toma de partido para establecer el ecuador y los equinoccios, con la diferencia de que no contamos con un globo terráqueo sino con un devenir ininterrumpido. Por eso, una vez así establecido ese orden generacional, esa teoría ha de funcionar precisamente para ser popperianamente falsada. Alguna luz empírica resultará de ahí, pero removidos los datos históricos y secuenciados las líneas de organización han de ser elaboradas desde otros criterios materiales con capacidad de reducir el conjunto de fenómenos a sus comunes denominadores. La vía de las generaciones resulta ser un recurso demasiado formal, que puede servir inicialmente en tanto tiene una validez genérica, porque después de todo es verdad que hay generaciones y que se dan unos tiempos promedio en sus ciclos, pero estas generaciones no son ellas qua tale la causa de lo que sucede en derredor sino que son el resultado de múltiples confluencias materiales (obras publicadas, nexos con fenómenos sociopolíticos trascendentes, del régimen desterrados y opositores, juego de solidaridades entre grupos que a su vez se enfrentan a otros, influencias y tensiones mutuas, etc.).

 

Los doctorandos y estudiosos que hayan de ocuparse en valorar la obra de Julián Marías nos aportarán argumentos que ayuden a señalar, en tanto filosofía sustantiva, el peso de su producción, la riqueza histórica y filosófica (no sólo estilística) de sus análisis y dentro de qué pliegue geológico-histórico se sitúa su aportación al mundo de las ideas: si dentro de una formación que habrá de permanecer y sustentar otros pliegues o si habrá de ser transformada y neutralizada por la presión de otras capas más potentes. Sea como fuere no cabe menospreciar su aportación si no es desde un sistema capaz de desbordarlo y engullirlo como una parte de la filosofía española que habrá podido elevarse por encima de su oleaje.

 

En todo caso celebremos que la filosofía española haya estado animada y revitalizada con la escritura y el trabajo de Julián Marías. Vaya en memoria de este hombre luchador, que avanzó con el temporal de cara, republicano en el franquismo, e indagador incansable de la historia española.

 

 

SSC

30 de marzo de 2006

 

Publicado en: «Julián Marías, in memóriam», La Nueva España, Suplemento Cultura nº 721, Pág. VI, Oviedo, jueves, 30 de marzo de 2006.