La complicidad con el mal

 

Volker Spierling escribe una Historia de la ética que nos invita a descubrir la jerarquía de valores de los últimos veinticinco siglos.


 «Nada es más asombroso que el hombre».

Una historia de la ética desde Sócrates hasta Adorno

Volker Spierling

Traducción de Luis Fernando Moreno Claros.

Editorial Acantilado, Barcelona, 2024, 464 páginas

 

 

Un texto claro y fluido en castellano, la escritura original ha de serlo igualmente: Ungeheuer ist der Mensch. El autor, Volker Spierling, nos traza una historia de la ética tomando como referencia once hitos fundamentales: Sócrates, Platón, Aristóteles, Séneca (los estoicos), san Agustín, Hume, Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche y Theodor W. Adorno.

 

Difícilmente podremos conciliar a Sócrates, defensor de la polis, con Nietzsche, tremendamente apolítico; a Séneca, desde su optimismo de una razón poderosa, con Schopenhauer, de proverbial pesimismo antropológico. ¿Y cómo conciliar a Agustín de Hipona, tan moralmente dependiente de su Dios, con Kant, tan firmemente apegado a la autonomía ética del sujeto? En este difícil contexto comparativo que puede ir extrayéndose, nuestro profesor alemán se mantiene impecablemente imparcial, no muestra simpatías por unos ni desapegos críticos por otros. Pero traza una serie de hilos conductores entre las diversas teorías de tal forma que el lector puede verse impelido a cuajar convergencias con determinadas tesis a la vez que rechazo por otras. Y creo que esto se percibe aún mejor, si se lee en un orden histórico regresivo, empezando por Adorno y concluyendo con el creador de la reflexión ética, el maestro de Platón.

 

Y uno de esos hilos, el que me ha interesado más, es el que plantea cómo justificar el sufrimiento en el mundo. No el sufrimiento inscrito en la biología o el que nace del esfuerzo y la lucha ética, sino el sufrimiento atroz, inhumano, monstruoso (ungeheuer), el que nace del exceso, para exterminar a todo un pueblo, si es preciso. Un sufrimiento de tales dimensiones que no cabe imputar a solo unos pocos, porque sin muchísimos otros colaboradores necesarios se volvería inviable. Este es, precisamente, el enfoque en que se halla Adorno, no ario, medio judío, expulsado en 1933 de la docencia de la Universidad de Fráncfort y acto seguido exiliado durante quince años. El autor que reconocemos no por su primer apellido alemán (Wiesengrund) sino por el que toma de su madre italiana Maria Calvelli-Adorno, establecerá una tesis radical: no será posible en el futuro una ética ni una filosofía (a la altura de las circunstancias), mientras no lleguemos a saber cómo fue posible tanta desmesura. Es verdad que la historia está sembrada de genocidios (¿por qué asombrarnos entonces?), pero es que nos enfrentamos a un grado de maldad difícil de asimilar: en el contexto de naciones que abanderan una civilización universal, en nombre del progreso y la ilustración, se construyeron cámaras de gas y hornos crematorios, diseñados por científicos, ingenieros y tecnólogos expresamente para aplicarlos sobre el cuerpo humano, sostenidos por financieros y por filósofos (pues se hizo posible justificar una raza superior, con el derecho a eliminar a razas inferiores). Y Adorno sabe que ese grado de perversidad puede volver a repetirse. Desde su trabajo sociológico —basado en millares de encuestas y de sesiones de análisis para determinar el grado de complicidad del ciudadano común—, y filosófico, acometido tanto en Minima moralia y en Dialéctica negativa como en su vertiente de esteta, descubre que la energía se invirtió en esforzarse para no saber lo que se sabía. Y, entonces, el enigma pasa a ser este: ¿cómo puede el ser humano dejar de ser cómplice de un mal horrendo que le involucra?

 

En este encuadre, cabe utilizar el libro de Spierling para comprobar si las teorías precedentes abordaron o no la cuestión del mal. El mal moral y también el ontológico. Conocemos que Sócrates prefería sufrir la injustica antes que ser su causa, que Séneca (coetáneo de Jesús de Nazaret) afirmaba la igualdad real del género humano, incluidos esclavos y extranjeros… También conocemos que el obispo Agustín se vio llevado a postular que la mayor parte de la masa humana se condenaría, pues la gracia solo alcanzaría a unos pocos elegidos. Sabemos que Hegel interpretó la historia como un proceso de conquista de la libertad —al final extensible a todos—, pero que en el trayecto los sujetos individuales serían meros instrumentos en manos de la «astucia de la razón», cuya lógica (despreocupada de los sufrimientos) es sobrehumana. Su maestro, Kant, el ingenuo, había propuesto sin embargo que el hombre debería ser un fin en sí mismo, nunca un medio, y los dos discípulos rebeldes que ambos tuvieron en el siglo XIX, defenderán que hemos nacido ontológicamente para sufrir (Schopenhauer) o que la ética preocupada por el sufrimiento aterrador no es lo que importa, porque más allá del bien y del mal se halla lo verdaderamente valioso, el poder creador (estético) al margen de la moral de rebaño. Lo dice Nietzsche que pasó la vida entre continuos sufrimientos, por su mala salud, que venció la tentación del suicidio únicamente movido por la felicidad que sus descubrimientos espirituales le daban, según confiesa.  Entre este y Adorno median dos guerras mundiales y un holocausto. Por ello, el filósofo de la dialéctica negativa cree que una filosofía que no encare la complicidad con el sufrimiento inhumano, no es ya filosofía.

 

La historia de la ética nos sitúa de este modo ante la virtud pero también ante una naturaleza monstruosa, tan abigarrada como Las tentaciones de san Antonio (c. 1650), de Joos van Craesbeeck, la portada del libro.

 

Silverio Sánchez Corredera

 

«La complicidad con el mal», Cultura, Suplemento de La Nueva España, número 1473, jueves 25 de abril de 2024, página 6.

 [Sobre «Nada es más asombroso que el hombre». Una historia de la ética desde Sócrates hasta Adorno, de Volker Spierling. Traducción de Luis Fernando Moreno Claros, Acantilado, 2024, 464 páginas]

En La Nueva España

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