Una aproximación elemental
El texto que sigue está pensado
para alumnos de 4º de ESO
Los hechos que observamos en el comportamiento animal no nos llevan a hablar de su inmoralidad, mientras que los actos humanos los enjuiciamos, los justificamos, los valoramos y los catalogamos de inmorales o de poco éticos. Para diferenciar entre ética y moral habría que ponerse de acuerdo en el uso de estos términos. En la actualidad se mantienen interpretaciones que no coinciden.
La ética y la moral se refieren a las cuestiones que se pueden considerar buenas o malas. Pero ¿Hay alguna diferencia entre la ética y la moral? Para algunos, la «moral» son los actos que realizamos o las costumbres, y la «ética» el conocimiento sobre el bien y el mal. Para otros, la «moral» procede de las normas sociales y la «ética» de la conciencia de cada cual. La diferencia se pone, al parecer, entre lo «práctico» y lo «teórico». Pero el contraste entre teoría y práctica, aunque cómodo, es en ocasiones confuso. La conciencia que teoriza ha sido previamente moldeada por normas ajenas y las normas sólo «valen» si son interiorizadas. Teoría y práctica no se dan aisladas. La «ética» no es la teoría, la «moral» no es la práctica:
La «moral» es una práctica que incluye necesariamente siempre una actividad reflexiva racional. El conocimiento del bien, por sí solo, no nos hace ser más «éticos». No se puede reservar la «ética» para los expertos y la «moral» para la gente corriente. Lo que hagan los teóricos lo llamaremos teoría ético-moral o, incluso, filosofía ético-moral.
La palabra ética («ethos») procede del griego, y moral («mores») del latín. Cuando en la Grecia clásica hablaban de «ethos» señalaban con ello el «carácter» de una persona, su modo de ser característico, y, bajo otra acepción, sus costumbres y hábitos. Este carácter podía ser considerado como conveniente o inconveniente para la vida en sociedad, como bueno o malo. Así que la palabra «ética» acabó reservándose para referirse específicamente a las acciones buenas o malas de la forma característica de obrar de las personas.
Cuando Cicerón necesitó expresar esta misma idea, traducirla del griego al latín, utilizó el término «mores», que significa «costumbres». El buen y mal «carácter» de las personas se convertía en las buenas y malas «costumbres». Por tanto, en la intención de los romanos, ética («ethos») y moral («mores») eran palabras sinónimas, significaban lo mismo, pero en las «mores» el factor social pasaba a predominar.
En el desarrollo histórico posterior, estos términos tenían que referirse a más de un ámbito de problemas: por una parte a los personales; por otra a los sociales, y, además, con ellos interferían los políticos. En muchas ocasiones se diferenciará entre ética frente a política, o entre moral frente a política.
Para retomar bien la distinción entre ética y moral desde el sentido etimológico y de sus usos históricos prácticos, hay que partir del hecho de que el hombre es un ser social. Es imposible separar a las personas de la sociedad, hacerlas o considerarlas absolutamente individuales y, menos, asociales, porque en este caso dejarían de ser personas. Los niños ferinos (de fieras), criados en estado salvaje entre animales, no los consideramos personas hasta que son socializados, a pesar de pertenecer a la especie homo sapiens. Por otra parte, tampoco podemos reducir a las personas a ser una mera parte de la sociedad, perdiendo su realidad individual, porque también dejarían de ser personas. La persona tiene un ser individual pero que es inseparable de su ser social.
Si a la sociedad la consideramos como un todo y a los individuos como sus partes, podemos describir esta relación desde la lógica de clases. Lo primero que podemos observar es que las partes no se incluyen en el todo siempre de la misma manera. No es lo mismo que nos pongamos a la cola de un cine, formando parte de ella, constituir parte del pasaje de un avión, estar matriculado en el instituto o ser un ciudadano dentro de un Estado determinado. En unos casos nuestra individualidad apenas se «pierde» al formar parte de un grupo social (como cuando estamos a la cola de un cine) mientras que en otros casos quedamos muy «socializados» o fundidos con el grupo. De la cola del cine cualquiera puede irse cuando se le antoje, en el avión no puedo apearme cuando quiera y dentro del Estado estoy obligado a respetar las leyes.
Estos fenómenos se expresan lógicamente indicando que las clases o conjuntos pueden contener a sus elementos de forma distributiva o atributiva. Los sujetos humanos al entrar a formar parte de grupos determinados (conjuntos), lo hacen bajo una lógica atributiva o distributiva. Los individuos dentro de un grupo distributivo mantienen relaciones de equivalencia, mientras que los sujetos que pertenecen a un grupo atributivo no son equivalentes. En la cola de un cine todos son iguales, en un viaje de avión todos son equivalentes en cuanto al trato (salvo que haya primera y segunda clase), pero no sería cabal apelar a la igualdad para decidir entre todos qué debe hacerse cuando se ha incendiado un motor; lo decidirá el comandante de la nave. En un aula todos los alumnos tienen el mismo derecho a ser calificados con los mismos justos criterios, pero dentro del instituto hay un orden de cuestiones que son competencia del director, de los profesores o de los alumnos. Todos los que conviven en una sociedad determinada son iguales respecto de unas cuestiones pero no respecto de otras.
Llamaremos éticas a las relaciones que establecen las personas en un plano de igualdad. En las relaciones éticas se persigue el bien de las personas. Llamaremos morales a las relaciones de los ciudadanos en cuanto intervienen no sólo a título personal sino «en nombre» del grupo o de la sociedad, donde los sujetos son asimétricos y no se hayan en plano de igualdad. En las relaciones morales se busca la justicia social entre ciudadanos, precisamente porque nunca se da plenamente.
La ética nunca pierde de vista a la persona como protagonista directo. La moral, sin embargo, tiene que desarrollarse en un plano más social, aunque deba seguir contando siempre con las personas. La ética quedaría ligada al término griego «ethos» y la moral al latino «mores». No es exactamente que la ética se refiera a cuestiones que afectan al individuo y la moral a la sociedad, porque supondría equivocadamente que el individuo es separable de la sociedad. Se trata de que la ley que gobierna las relaciones éticas se extrae de lo que identifica a los seres humanos (todos tienen derecho a vivir, etc.) y la ley que regula las relaciones morales parte de las asimetrías que se añaden al vivir en sociedad, de forma que la dialéctica entre unos y otros apela a la justicia que es el elemento regulador que los grupos, dentro de la sociedad, proponen para la convivencia.
La ética tiene que ver con lo que nos hace a todos iguales, que, en definitiva, es que todos tenemos un cuerpo, es decir, el derecho a la vida, a la salud, a la libertad de movimientos, a la posibilidad de expresar las ideas, y a todo lo que puede resumirse en el anhelo de ser felices. Pero además de derechos se dan deberes éticos, que tienen que ver con la «construcción de nosotros mismos», es decir con la «fortaleza». La fortaleza del cuerpo es la salud, pero la fortaleza de la razón se despliega mediante la generosidad, el equilibrio, el buen juicio, la confianza, la fidelidad, la veracidad, la solidaridad, la amistad... Todas estas virtudes puede apropiárselas cualquier persona, al margen de cuál sea su «puesto dentro de la sociedad», en principio. Todo aquello que quepa ser «distribuido» homogéneamente entre todas las personas apunta a un plano característico de relaciones, que llamaremos ético. La ética conforma el suelo más básico de la vida, y, en ese sentido, el más importante; aunque es insuficiente para convivir.
Si nos limitáramos a vivir en familia y entre nuestro grupo de amigos deberían de prevalecer las relaciones éticas. Pero además formamos parte de una comunidad de vecinos, un instituto, una ciudad y un Estado. Tenemos que pagar unos impuestos que unos gobernantes han decidido - mal o bien - por nosotros; debemos cumplir unas normas cívicas que a veces no son las que más nos agradan, y cuando viajamos fuera de nuestro Estado no se nos pregunta si somos personas sino que quieren ver nuestro pasaporte y comprobar que, además de personas, somos españoles, portugueses, marroquíes, bolivianos o chinos. Mientras que las cuestiones éticas podrían funcionar relativamente distantes de las políticas, los problemas morales se hallan totalmente entrelazados con los políticos. Desde un punto de vista ético todos los extranjeros que visitan tu ciudad los consideras iguales, es decir, personas. Pero la policía de tu ciudad –que actúa también en tu nombre como ciudadano del Estado– a uno lo verá como ciudadano, a otro como turista, a otro como emigrante legal, a otro como «sin papeles», e, incluso, a otro como terrorista.
Las relaciones éticas se dan realmente entre personas allegadas, pero pueden darse, además, intencionalmente, extendiendo al límite el campo ético, entre todos los seres de la humanidad en cuanto que tienen derecho a la vida y a todos los demás bienes éticos en términos de igualdad. Las relaciones morales se inscriben necesariamente dentro de grupos «cerrados» que tienen la potencia de «socializar» mucho más a los individuos componentes. Cuando uno defiende una ideología política, pertenece a una iglesia o a un club de fútbol, cuando se decide a participar en una manifestación para reclamar un derecho «social»..., el campo en el que se actúa es el de la moral, porque aquí los individuos no cuentan directamente en tanto personas individuales sino en tanto que partes de un grupo, el cual es quien asume el protagonismo. Cuando voto en unas elecciones estoy actuando éticamente en cuanto que libre, pero también moralmente, porque lo que importa de mi voto es que va a sumarse a una opción que defenderán unos representantes, quienes seguirán un programa y unos principios político-morales que son los que me han convencido. Mi voto individual, una vez depositado, queda fundido en un todo moral y se puede decir que, si la opción política elegida comete graves errores, quien la ha votado es moralmente responsable, aunque haya actuado, éticamente, de forma correcta.
Los valores morales han de perseguir lo mejor para todos los seres humanos, aunque estos valores no caben ser universalizados, como los éticos, porque hay muchas morales diversas y enfrentadas. El encaje social de todos estos intereses medidos a través de normas comunes es la tarea de la Justicia. Los asuntos morales tienen que ver todos con la justicia de forma más o menos directa. La vida en el interior de un grupo moral se rige por unas normas. Si las normas se cumplen hay justicia, si se incumplen injusticia. Pero las normas tienen la función de ser lo más útiles posibles a la vida del grupo, por lo que las normas pueden quedar desfasadas y ser «injustas»; eso quiere decir que la justicia residirá ahora en el replanteamiento de nuevas normas que habrá que promover a través de conductos sociales. La moralidad se da, así, en tensión constante entre el cumplimiento de las «buenas normas» sociales y la búsqueda de normas mejores a medida que se hacen necesarias.
La política tiene como fin la supervivencia de la sociedad en su conjunto en cuanto constituye un Estado. Para que la sociedad política perviva es preciso establecer un buen orden general, que llamaremos eutaxia (buen orden). Ahora bien, este «buen orden» no es exactamente equivalente al «orden bueno» que dimana de la búsqueda de la justicia. La eutaxia busca el buen orden general pero puede realizarlo contra el bien de una parte de la sociedad o de individuos concretos. La justicia social, como concepto moral, no puede prescindir de referirse a todos y a cada uno de los ciudadanos (si no sería injusto), pero materializar esta justicia es algo siempre difícil y en continuo desequilibrio. Por ello, la sociedad civil y el Estado comparten un mismo interés, aunque desde lógicas distintas, y en ese sentido se van poniendo de acuerdo a través del Derecho, de las leyes. En el imperio de la ley el gobierno político ha de respetar las normas morales que han quedado ahí involucradas y, por otra parte, la sociedad civil alcanza un determinado punto de estabilidad en relación a su afán de justicia.
Los contenidos aquí desarrollados
arrancaron en su origen
de la diferencia entre ética y moral,
llevada a cabo por Gustavo Bueno,
en Symploké y en El sentido de la vida.
SSC