La actitud filosófica en la vida de Jovellanos
De la dignidad ante los reveses de la vida al buen morir
Conferencia en el Centro de Cultura Integrado de El Llano,
19:30-21:30. 29, noviembre, 2011.
Coordinado y presentado por:
José Ignacio Fernández del Castro
Las personas se definen bien en las situaciones límite y en los asuntos problemáticos, además de en el perfil dibujado a lo largo de múltiples acciones habituales. Sin embargo, una persona no se define gran cosa si tomamos aisladamente su conducta y si la miramos a la luz de los momentos buenos o cómodos o de fácil triunfo.
El perfil de la figura de Jovellanos queda sobradamente bien definido por la línea vital que siguió a lo largo de toda su vida, que muy bien puede sintetizarse en una lucha denodada a favor de la justicia. A Jovellanos le interesó la razón, las luces, la instrucción, los saberes útiles, la felicidad pública, la belleza, la sensibilidad ante el arte, los sentimientos religiosos genuinos, la buena gobernabilidad de España, su economía, sus costumbres, su historia y los problemas que acucian a la humanidad.
Pero si hubiera que condensar en dos sus mandamientos, podría decirse que le interesaron éstos: el problema de cómo salvaguardar la dignidad humana y la pasión por la justicia.
En su biografía y en sus escritos puede verse cómo afloran más o menos explícitamente, pero siempre constantemente, el compromiso por la dignidad humana y por la justicia. Aunque sucede, muchas veces, que hay autores que destacan por su defensa ideal de valores, pero sobre los que se acaba descubriendo un cúmulo de flaquezas y contradicciones en su propia vida que ponen en entredicho en la práctica tales supuestas ideas defendidas. ¿Cabe fiarse de quien se contradice entre lo que dice y lo que hace? Es verdad que un científico puede ser un excelente investigador y una mala persona, al igual que un ídolo de masas puede ser admirado mientras que en su vida personal no es más que un degenerado o un drogodependiente. Este no es el caso de Jovellanos, la vida, la obra y el pensamiento de Jovino encajan como un buen guante con su mano.
Repasemos de manera analítica distintos momentos claves de su vida donde podamos rastrear y evidenciar esta coincidencia práctico-teórica.
I) Infancia, juventud y formación. Los primeros 23 años de su vida son difíciles de relatar, al faltarnos datos bien objetivados y suficientemente perfilados. Se concluye que habiendo sido formado para la vida religiosa acaba prefiriendo el oficio de la magistratura. ¿Por qué? Las razones psicológicas personales o ambientales no las conocemos en su verdadero detalle. Quizá sí podamos hacernos una idea de este cambio retrospectivamente, es decir, arrojando luz desde la actitud que va a adoptar posteriormente a lo largo de su vida: acendrada religiosidad pero muy crítica con los usos y costumbres de las instituciones religiosas vigentes. Problemática que se sintetiza en el término conocido como jansenismo español. Jovellanos, religioso y hasta piadoso, sin duda, va a ser encarcelado de por vida (su liberación obedeció a causas circunstanciales) a causa de su jansenismo, es decir, por el esfuerzo que puso en modernizar la gobernabilidad política de España e independizarla bien del poder político católico que se ejercía en nombre de la moralidad religiosa pero de hecho encauzada en los intereses de la curia romana.
II) Juez en Sevilla. Durante sus diez primeros años como juez (alcalde del crimen y después oidor de la Cuadra de Sevilla o Audiencia sevillana) destacaron varios temas: la peluca, la salubridad de los hospicios, el rechazo a cobrar a los enjuiciados (pues ya se contaba con el sueldo; los primeros años, medio sueldo), la defensa de una mayor proporcionalidad entre las penas y los delitos y la crítica a la práctica del tormento. Fijémonos en uno de estos temas. El informe que eleva sobre los hospicios sevillanos a la Real Sociedad Patriótica no cae en el relato técnico ni recae en la queja literaria sino que va directamente a temas cruciales de salubridad y se implica en el rigor de su resolución teórica (bien documentado con la lectura del libro De la salud de los pueblos, y las investigaciones más avanzadas del tiempo: míster Sulon y su horno y fogón, Monsieur Duhamel y su chimenea de ventilación, y Monsieur Ales y su ventilador) y, sobre todo, en cómo estos principios teóricos defendibles puedan ser efectiva y pragmáticamente trasladados a la realidad. Vemos cómo se ocupa de la tremenda importancia de la aireación, de la construcción de los edificios, de la disposición de los dormitorios, del emplazamiento dentro de la ciudad y de la conveniente higiene personal… guiado por razones de salubridad pública. Se destaca en Jovellanos la implicación en obtener soluciones reales y no sólo la preocupación por emitir informes técnicamente bien elaborados. La idea de justicia no tiene que ver sólo con la profesionalidad sino con la real involucración en las efectivas condiciones de vida más justas.
III) Madrid. En su etapa de Madrid destacan varios momentos: la defensa de las mujeres frente a su gran amigo Cabarrús, la crítica a los malos maridos, la crítica de la nobleza improductiva, su testimonio favorable a su antiguo benefactor en la incriminación de Olavide al caer en manos de la Inquisición, y, en general, múltiples informes donde se esfuerza por denunciar los desajustes y por proveer con medidas efectivas. Ahora bien, el momento culmen donde se nos muestra su talante: su valentía y su entrega a la defensa de aquello en lo que cree es el modo cómo reacciona cuando se entera de que su amigo Cabarrús ha sido acusado de malversación de fondos. Regresa precipitadamente de Salamanca a Madrid, donde se hallaba en una misión oficial, en un informe sobre reforma de la Universidad. Podía haberle defendido con las ideas, con la intención y haber vuelto a Madrid al ritmo que le marcaban sus deberes profesionales. Pero precipita el trabajo, ultima el informe, se da prisa, se pone en viaje y se presenta en la capital. Por cierto comienza curiosamente el diario, que ya no abandonará hasta el final de su vida. Y comienza a buscar apoyos para socorrer a su amigo. Intenta contactar con Campomanes, presidente del Consejo de Castilla. Éste le rehúye y le avisa de que no se entrometa pues viene de muy alto y puede comprometer sus carreras. Jovellanos está ya bien informado y tiene razones para retraerse y esperar mejores momentos para ayudar a su amigo que él cree inocente. Sin embargo, piensa que no puede dejar de ayudar a un amigo inocente que le necesita y relega la importancia que puedan tener las represalias sobre él. Continúa en su intento de esclarecer el tema. De forma fulminante le llega la orden de abandonar la corte y dirigirse a Asturias. Está exiliado.
IV) Asturias. Está exiliado, aunque no formalmente; se le envía con encargos oficiales (carbón y carreteras) que ha de atender y de no regresar hasta que se le avise. Entonces, en lugar de enmudecer, en el castigo, empieza una nueva batalla: obtener el permiso para fundar el Real Instituto, batalla que tras varios años de muchos contratiempos ganará. ¿Qué necesidad tenía de meterse a pedagogo, de complicarse la vida, todo un consejero de Órdenes? Esto nada tenía que ver, ni favorecía directamente, todo lo contrario, su cursus honorum. Sin embargo, se empeña en ello y lo acaba convirtiendo en su mayor pasión y en su empresa más querida. Pero no buscaba un pasatiempo o entretenerse en un capricho, porque se involucra con su medio sueldo dedicado al instituto, con la dotación de una biblioteca a su costa, con la movilización de contactos múltiples a la búsqueda de recursos económicos, con luchas contra los detractores, entre los cuales quienes van a hacerle la delación secreta (por impío, por nuevo filósofo, lleno de orgullo…). Una de las experiencias más cinematográficamente bellas, más éticamente reveladoras, lo hallamos en el encontronazo que tiene con el obispo de Lugo, Felipe Peláez Caunedo. Le escribe Jovino por segunda vez, insistiendo, pues el ilustrado reformador no cejaba fácilmente, para que le ayudara con alguna aportación a la construcción del nuevo edificio del instituto. Entonces, el obispo, que quiere librarse de él y darle una lección de paso, en lugar de decirle que no puede o que no tiene, le dice que su ayuda no se presta a los filósofos modernos que todo lo corrompen, y, por ello le invita a que abandone esos vanos objetivos y que en su lugar tome estado, se case. Arremete además contra el director del instituto, Cifuentes, dando a entender que no es de fiar. Entonces, Jovellanos, que sabe que ha sido envenenado durante su ministerio y que tiene enemigos muy decididos, bien podía haber identificado a este obispo y haber pasado a otra cosa. Pero no, tiene que responderle y, con seguridad, volver a meterse en problemas. Le dice al obispo, que la caridad cristiana se debe no sólo a los institutos religiosos sino también a los asuntos civiles y a la educación del pueblo, que el dinero que maneja el obispado procede de los diezmos y que ha de ser reinvertido en la sociedad. Defiende la integridad de su director y le indica también que el consejo de casarse le llega tarde, pero que él le da un último consejo: que en adelante no se atreva a ser desatento con Jovellanos en un tema que tenga que ver con la defensa del interés público, porque no se lo tolerará. En definitiva, se ha buscado un nuevo enemigo y poderoso. Y en un tema muy delicado: nada menos que situado en la línea que separaba a los que pensaban al modo «jansenista» y al modo tradicional. Finalmente, este tipo de actitud y otras del mismo tenor van a llevarle a prisión, aunque no se le hará encausamiento alguno.
V) Mallorca. Primero en la cartuja de Valldemossa, con los monjes. Seguramente hubiera podido pasar allí un año, dos o tres, si hubiera enviado escritos de arrepentimiento o de sumisión, pero lo que envía son dos representaciones al rey Carlos IV, donde se defiende de las falsas asechanzas y donde pide ser juzgado. La respuesta, a esta contumacia, es el envío a la prisión del castillo de Bellver. Y allí, por lo que parece, es encerrado sine die, seguramente hasta su muerte o hasta su extrema vejez. Se le prohíbe que escriba y todo contacto con el exterior que no esté autorizado, se ordena una vigilancia extrema, como si fuera realmente muy peligroso: ¿qué peligro suponía realmente? Finalmente, si la prisión se va relajando, es porque transcurren los años y en Madrid se olvidan en parte de él, mientras que en Mallorca todos le quieren, desde el capitán de la prisión hasta la sociedad ilustrada que acude a las tertulias que se montan en su misma celda. Cuando es liberado, no pasa desapercibido, sino que las gentes mallorquinas se echan multitudinariamente a la calle para celebrarlo. Jovellanos ha pasado a ser un símbolo de la resistencia ante la opresión y la corrupción.
VI) Junta Central. Antes de aceptar ser representante de Asturias en la Junta Central, Napoleón le ha nombrado ministro del interior. Lo rechaza. Hubiera podido aceptar; después de todo, la mayoría de los afrancesados lo fueron porque se les involucró y no pudieron negarse o suponía un peligro. Jovellanos se resiste, se disculpa diplomáticamente con su estado de salud. Y, en definitiva, se niega. Va a recibir insistentes invitaciones a unirse al “bando del progreso” y de los “vencedores”, del general Sebastiani y del mismo Cabarrús, su grandísimo amigo, por el cual su vida quedó tan marcada Pero sí va a aceptar representar a Asturias ante la Junta Central. Su bando estaba claro. No podía estar a favor de una invasión impuesta. España tenía que buscar por sí misma su propia constitución. Sobre todo esto tenemos la suerte de contar con las cartas que le envían Sebastiani y Cabarrús a Jovellanos, y viceversa, para poder establecer las verdaderas razones que movían los actos de Jovellanos:
Si volvemos al reposo de Jadraque vemos que son estos los meses en que la línea entre los nacionales y los afrancesados se va a perfilar. A finales de julio el reciente nombrado ministro de Hacienda del nuevo gobierno y amigo por el que Jovellanos comprometió su seguridad, siendo desterrado a Asturias en 1790, Cabarrús, gasta lo que será el penúltimo cartucho para tratar de atraerle a las filas afrancesadas: «Y este hombre [José I], el más sensato, el más honrado y amable que haya ocupado el trono, que usted amaría y apreciaría como yo si le tratase ocho días, este hombre va a ser reducido a la precisión de ser un conquistador, cosa que su corazón abomina, pero que exige su seguridad (...) yo me hallo embarcado, sin haberlo solicitado, en este sistema, que he creído y creo aún la única tabla de la nación».
Jovellanos hablará claro a Cabarrús. El análisis que hace de los hechos difiere del de su amigo, a punto de dejar de serlo, porque: 1º) El rey José es un intruso al frente de un ejército invasor contra quien se levanta el «disgusto y repugnancia con que todos entraron en esta guerra no sólo injusta, sino ignominiosa para la nación a cuyo nombre se lidiaba». 2º) Con este rey intruso sólo la «baja adulación y el sórdido interés» están; mientras que los tribunales le desobedecen, la nobleza le desdeña y el pueblo le desprecia. Ésta es la cuestión de hecho. 3º) El pueblo español lidia por los Borbones y no por los Bonaparte porque son aquellos los legítimos y éstos los impuestos. Ésta es la cuestión de derecho. 4º) Si fuera preciso, si le fallara a la nación la monarquía «¿no sabrá vivir sin rey y gobernarse por sí misma?». Y continúa: «¿qué es lo que usted entiende por nación en esta horrible frase? ¿Puede entender otra que los españoles, que son sus... conciudadanos?». Jovellanos lamenta la pérdida de la amistad si su amigo no se retracta: «ojalá no me hubiese escrito la última carta que recibí suya... Hubiérame usted ahorrado mucha confusión y mucha pena, y hubiérame dado de sus sentimientos idea menos triste y más favorable a su opinión y a mis deseos [...] pero demos que el bárbaro pundonor napoleónico le fuerce a conquistar la España. ¡Qué! ¿También usted será forzado por la necesidad a ayudarle en la conquista? ¡Insensato!, ¿adónde está aquella razón penetrante que veía a la mayor distancia la luz de la justicia? ¿Dónde aquella tierna sensibilidad que le hacía suspirar a los más ligeros males de la nación? [...] ¿tendrá aún la osadía de llamarse español?...Y entonces, ¿se atreverá todavía a invocar el nombre de la amistad? [...] Pero no; yo quiero pensar todavía que en el corazón de usted se abrigan más nobles sentimientos»[1].
Similares argumentos dirigirá ocho meses más tarde desde Sevilla, el 24 de abril de 1809, al general Sebastiani, cuando éste lo intente por última vez el 12 de abril de ese año.
Además de Cabarrús y Meléndez, amigos del alma, otros muy conocidos como Urquijo, Moratín, Sempere y Guarinos, José Antonio Llorente, Alberto Lista, Caballero... colaborarán con el gobierno de José I y pasarán a ser de grado o por fuerza «afrancesados», pero este concepto bruto significó cosas muy diversas en cada caso, de modo que lo que hay que ver en este «enfrentamiento» no es tanto una oposición ideológica cuanto la línea fronteriza que separa a los que pudieron unirse a los nacionales y la de los que fueron asimilados por las fuerzas bonapartistas («yo me hallo embarcado, sin haberlo solicitado», dice Cabarrús). Se infiere demasiado mecánicamente que los afrancesados lo fueron porque deseaban las reformas liberales del Estado, sin embargo también muchos de los liberales reformistas se quedaron entre los nacionales: A. Argüelles, J. L. Villanueva, White, Quintana, B. J. Gallardo, Martínez de la Rosa... Porque ¿qué distancia cabe establecer entre dos personalidades muy próximas a Jovellanos: Marina, que se queda como sacerdote en Madrid, y que es asimilado a los afrancesados al ponerle al cargo de la Junta de Instrucción Pública, en 1811, y Vargas Ponce, militar, colaborador de esta misma Junta, que se marcha a Cádiz al entrar los franceses en Madrid?, ¿es lo decisivo la adhesión a una causa, o la prudencia, o el ser militar o religioso, o el juego de posibilidades reales?
VII) Lo que revelan las cartas entre Lord Holland y Jovellanos:
Henry Richard Fox, lord Vassall Holland (1773-1840), era sobrino de Charles James Fox, de quien en ocasiones le hablará a Jovellanos: No habrá leído usted la «Historia» [Historia de los últimos Estuardos] de mi tío, sin saber que he sido criado en aborrecer la tiranía, “of every denomination”, le dice en la carta del 14 de abril de 1809. Tenemos, pues, en las cartas que se cruzan y en sus contactos directos personales, la confluencia de dos espíritus que compartían un ideario filosófico-político muy similar: lo que muy pronto va a llamarse liberalismo, la ideología política enfrentada a los serviles, defensores estos últimos del modelo del Antiguo Régimen en el momento de la agonía de este sistema y del tránsito a los modernos estados constitucionales. El liberalismo no pretendía seguir los métodos del jacobinismo francés pero aspiraba como éste a reclamar aquellas libertades políticas a las que los serviles no sólo van a renunciar de buen grado sino que deplorarán como instrumentos contrarios a la buena moral.
Las ideas que intercambian en este importante número de cartas son una de las fuentes más significativas para conocer el pensamiento político de Jovellanos. Lord Holland había conocido a Jovellanos en Asturias[2] cuando siendo muy joven - diecinueve o veinte años – viajaba por España; de entonces data su amistad nunca interrumpida pero sí puesta entre paréntesis[3], a causa de las guerras anglo-españolas, hasta que en 1808 Jovellanos puede agradecer a su amigo el último presente que le había hecho llegar siendo ministro y puede intensificar los contactos a partir de 1809, cuando lord Holland y su familia viajan a España, en parte por asuntos pero también en muy buena medida por la aventura de volver a tratar a su idolatrado amigo filósofo, en lo que a pesar de la diferencia de edad –en 1808 tiene treinta y cinco años– parece que fue una sincronía casi perfecta hecha de admiración del británico hacia el autor de la Ley agraria y de aprecio y reconocimiento del asturiano hacia el inglés. Será a partir de la estancia en Jadraque de Jovellanos cuando se reinicie ahora ya ininterrumpidamente una reciprocidad amical en lo humano[4], denso en las ideas y trascendente en el intercambio de posturas políticas, que aunque muy próximas no siempre coincidieron en los detalles.
El momento de mayor distancia, en las ideas que no en la amistad, lo encontramos en el cruce de cartas, la del lord del 8 de septiembre de 1809 ya de vuelta en Londres, y la del ilustrado español, del 3 de octubre de ese año, desde Sevilla. Sir Henry recrimina la lentitud y la tibieza con la que se están llevando a cabo las reformas: «Aquí no quieren creerme cuando les aseguro que de veras se llamarán las Cortes; todos claman: ¿y por qué tanta lentitud? Y entretanto, ¿qué se ha hecho en la hacienda, en las leyes, o en el punto más principal de todos, la libertad de imprenta? La causa de España no ha perdido en el espíritu público, ni el carácter nacional del pueblo; […] todos aquí claman contra la poca libertad que hay en España, y hacen cargo al ministerio inglés de no haber capitulado con la Junta de nombrar un comandante en jefe, para los ejércitos, de llamar las Cortes en que podía influir el pueblo y de establecer la libertad de imprenta. Dicen que ningún abuso se ha suprimido, y que la Junta tiene todos los defectos de un despotismo sin la opinión. Hablan, a la verdad, con excepción de don Gaspar y de dos o tres otros vocales […] yo, en mi particular como inglés y miembro del parlamento, por muy españolado que soy, no puedo aprobar los esfuerzos que está haciendo mi patria por una causa tan justa en sí, pero la cual un gobierno anómalo y oligárquico echará sin remisión a perder».
A ello responde Jovellanos, poniendo sobre el tapete los enfrentados intereses de Inglaterra y España: «... Por último, mi amado Lord, sin dinero nada se hace. Y bien, ¿qué subsidio en dinero nos da nuestra alianza? Ninguno después de la instalación de la Junta. Lejos de eso, ha chupado nuestra sustancia. Nada se ha pagado de lo que consumió el ejército de Moore; nada de lo que consume el de Wellesley, el millón dado, y luego arrebatado por la fragata Minerva, cuando la retirada de Galicia, no se vuelve; Cochrane tomará en Veracruz tres millones, y las letras por dos. Aunque con enorme pérdida, se pagan lentamente, y el tercero ni en letras ni en fusiles. ¿Qué alianza, pues, es ésta que no presta auxilio de gente, ni de dinero, ni de armas, a quien necesita de todo? ¿Y en fin, cuando la expulsión de los franceses está en manos del aliado, y no se hace? Y si esta famosa expedición volviese desde Flesinga a las costas de Cantabria, mientras el ejército combinado cayese sobre Madrid, ¿quién duda que 150.000 hombres expelerían a 90.000 forzados a cubrir tantos puntos? Basta».
Este agrio intercambio de frases manifiesta que no fue una amistad almibarada entre algodones, a pesar de que en muchas ocasiones su tono sublime lo da a entender, sino un intercambio de sentimientos y de francas ideas.
En la carta de Sir Henry del 12 de septiembre de 1808 todavía desde Holland House, antes de viajar a España, apuntaba ya el tema que habrá de unirles a los dos, la instauración en España de una Constitución libre, en un castellano no malo como segundo idioma pero tampoco perfecto[5].
El 2 de noviembre de 1808 le contesta Jovellanos, ahora ya miembro de la Junta Central –no lo sabía, el lord, en el momento de escribirle–, que «viniendo ahora a las esperanzas y deseos de V.E. acerca de la reforma de nuestra Constitución, y que son enteramente unívocos con los míos, yo no sé todavía lo que en esto se puede pronosticar», añadiendo a continuación que el problema reside en el acierto de los medios oportunos, toda vez que algunos de los vocales de la Junta Central no están por la labor de la reunión de Cortes y en cuanto a reformas las acometerían pero utilizando el viejo estilo del despotismo ilustrado y prescindiendo de la intervención y opinión de la nación[6].
El texto al que estamos aludiendo aquí es de una importancia fundamental a la hora de despejar las dudas de los que ven en Jovellanos un ilustrado a la vieja usanza, de la del Antiguo Régimen o de la monarquía absoluta, partidario del dictum del despotismo ilustrado «todo para el pueblo pero sin el pueblo». Se olvidan de que el reformismo de Jovellanos no puede ser confundido con el que representaba, por ejemplo, Floridablanca. El conde mantuvo esta actitud de despotismo -con todo lo mejor que tuvo de ilustrada, es verdad- y la recrudecerá a partir de la reacción española a la revolución francesa, siendo uno de los propulsores del «cordón sanitario» frente a toda moderna ideología procedente de Francia, que da durante los primeros años noventa una nueva tarea a la Inquisición española: no dejar entrar nada sino aquello que sea «indiferente», es decir sobre máquinas, medicina, matemáticas, física...[7], repliegue del que dista mucho Jovellanos, que llega a tener problemas con la Inquisición, empezando por los libros que posee en su Instituto Asturiano.
La actitud nítida de Jovellanos a favor de una constitución en el sentido moderno, sin perjuicio de su arraigo histórico, queda de manifiesto en textos como éste: para llegar a la reforma de la Constitución deseada en «la misma Constitución tenemos señalado el camino, con sólo reunir las Cortes, preparando antes los planes de reforma que debieran sancionar; pero esta reunión no agrada a algunos, que no quisieran restituir a ellas la autoridad que disfrutan. Mirándose como investidos de una representación nacional, que, cuando la tuvieran, no sería ni constitucional, ni completa, ni permanente, ni indefinida, creen que nada hay para que no estén autorizados por ella. Piensan, sí, en reformas y mejoras; pero, presumiendo mucho de su celo y sus luces, quisieran hacerlas por sí mismos; y sea por deseo, o por costumbre de mandar, o por el de gloria, o algún otro interés, no se resuelven al generoso sacrificio de su autoridad, que deben a la patria, y a que tal vez (lo que Dios no plegue) los forzaría ella misma, si se obstinasen en rehusarle»[8]. La conclusión a extraer es clara: unos, deseaban reformas de menor trascendencia y prácticamente porque eran obligadas por las circunstancias de la guerra, otros, entre ellos el vocal asturiano, pretendían una reforma constitucional «democrática», y aunque el término no es exacto dentro de la terminología usada por Jovellanos, sí lo es el concepto, en su sentido político-moral actual. Jovellanos entendía por democracia un gobierno asimilable a, por ejemplo, la democracia ateniense, y sólo lo concebía funcionando bien en Estados pequeños. La democracia había de medirse, según don Gaspar, frente a la aristocracia y la monarquía. Para los estados grandes y fuertes el mejor modelo de Estado era la monarquía, pero no absoluta sino constitucional. En caso de necesidad, el asturiano no le hacía ascos al modelo que representaba la moderna y reciente República americana. Nada oponía el ilustrado liberal al moderno concepto de «democracia» que se impondrá a lo largo del siglo XIX, en cuanto participación de la nación entera, todo lo contrario, eso es lo que buscaba. Jovellanos hablaba críticamente de la democracia en su sentido político estricto, después se vendrá a imponer su significado político-moral, conviene no confundir esto.
Las dos facciones de las que hablan tantos historiadores, la de Floridablanca y la de Jovellanos están en pugna porque mientras el conde busca la continuidad del despotismo ilustrado, el filósofo apunta hacia una ilustración sin despotismo. En la carta del 2 de noviembre de 1808, dirigiéndose al lord, llama despotismo atroz al gobierno que España sufrió en los últimos tiempos.
Ahora bien, las raíces filosóficas jovinistas, ancladas en el conocimiento de la historia, le llevan a exigir no avanzar a saltos de ilegalidad[9]. El camino a recorrer está claro en la mente del astur, remitirse a Las Partidas[10] y a las leyes de finales del siglo XV, rectificar en ellas lo preciso y tomar como referente de estudio crítico-histórico la reciente publicación de Francisco Martínez Marina, Ensayo histórico-crítico sobre la antigua legislación y cuerpos legales de los Reinos de León y Castilla, al lado de otras obras que habrá que consultar; que la Junta Central eleve propuestas de reforma; que se convoque a Cortes y que éstas discutan y decidan una nueva constitución.
Las afinidades electivas de Jovellanos son otra seña de identidad sobre la trastienda de su pensamiento político. Trabajaba a gusto dentro de la Junta Central con Francisco Saavedra, con Camposagrado, con Verí y con Ayamans, y sacaba provecho de los conocimientos de personas como Martin de Garay; mantenía buenos contactos con algunos que serían ellos mismos muy pronto protagonistas de primera fila, como Quintana (que estuvo de secretario de la Junta Central durante un tiempo), Blanco, Toreno, Lista y Antillón, además de con lord Holland, y los asesoramientos de Mr. Allen y de Marina. Pero no mantuvo concordancias ideológicas con el Floridablanca de la Junta Central ni con el arzobispo de Laodicea, también presidente de la Junta Central, ni con Riquelme, tres representantes de posturas reacias a cambios[11].
Jovellanos y lord Holland compartían el ideario político y la franja ideológica de los ilustrados liberales partidarios de reformas paralelas con las que las revoluciones americana y francesa habían decapitado el Antiguo Régimen[12]. No obstante, había diferencias, como ha quedado apuntado. La primera diferencia que se advierte con facilidad entre Jovellanos y lord Holland consiste en la distinta visión que cada cual tiene sobre el valor de la ayuda inglesa en la guerra de la Independencia española[13].
En la carta de 3 de febrero de 1810, que escribe Jovellanos a Francisco Saavedra una vez que éste ha sido nombrado miembro de la Regencia, le advierte de las precauciones que hay que tomar para salvar in extremis el gobierno español, refugiándose en América, y se apoya no sólo en razones anti-francesas sino también en la sospecha que da por muy real de que Inglaterra participe en el botín[14].
En otro orden de cosas, al lado de estas desavenencias que el guión de sus vidas arrojó a esta amistad hispano-inglesa, ya hemos dicho que en esencia las opiniones de ambos coinciden. Aun así, estamos interesados en sus puntos de discordancia en la teoría política, ¿cuáles fueron?: 1ª) el inglés se movió en la teoría, el español tuvo que vérselas además con la práctica y con las herramientas precisas capaz de cambiar aquella realidad. 2ª) Jovellanos más que un político fue un filósofo de Estado y, en ese sentido entendió que la justicia y la libertad, como teorías («todos los hombres nacen libres e iguales») –esto es, como ideas que designan algo que existe a priori– eran utópicas, o en todo caso, no eran suficiente: «Usted sabe que las teorías políticas, que sólo conocen algunos, no bastan para hacer una buena constitución, obra de la prudencia y de la sabiduría, ilustradas por la experiencia»[15].
Entendió Jovellanos que debía lucharse por mayores libertades y por cuotas de igualdad deseables a largo y corto plazo; pero que de forma inmediata, sólo cabía dar un paso tras de otro; y que parte de la realidad, un buen número de españoles, no estaban por el cambio, con lo que se imponía la pugna política y moral, sí, pero también y sobre todo la lucha contra la ignorancia que explicaba muchos temores y la promoción del cambio iluminando el oscurantismo antes que la imposición de modos generales defendidos sectariamente. El proyecto de Jovellanos no era de índole exclusivamente política sino que envolvía además la exigencia de un resultado político-moral. De ahí su legalismo como fundamento histórico, su formalismo como lenguaje del consenso imprescindible, su parsimonia como resultado de las dos anteriores; y su radicalismo al lado del pragmatismo; su ganar posiciones parciales al lado de su visión global: su posibilismo realista y su afán de progreso ético-moral.
Lo que hace de Jovellanos un filósofo o, si se quiere, que su reflexión alcance nivel filosófico, es que no confunde planos lógico-existenciales distintos, o planos axiológicos distintos, sino que diferencia bien entre lo ético, lo moral y lo político, lo que le permite hacer distinciones teóricas finas –afirmamos que diferencia esta triple realidad, es decir, que tiene su concepto, aunque él no utilice estos mismos vocablos–. Pero en segundo lugar, después de esta diferencia, no comete el error de querer operar en cada uno de estos planos como si se dieran aisladamente pues entiende, como de hecho pasa, que la ética –para él, la religiosidad, por ejemplo– no es separable de la moral o costumbres, que la moral no es extraña a la política, y que ética, política y moral son, en definitiva, distinguibles pero no separables. Y no se podía atropellar ninguna de estas tres vertientes. En tercer lugar, en el terreno de la praxis funcional y en caso de necesidad, lo que se impone es lo general sobre lo particular, el Estado sobre el individuo, si bien la búsqueda de la felicidad personal y general debe ser el móvil ético deseable político-moral.
Este es el diseño con el que operaba Jovellanos y así no es de extrañar que lord Holland se desesperara a menudo por la tardanza en la evolución de los acontecimientos en los que era protagonista principal su amigo español. Y esto es lo que Jovellanos está defendiendo en su modelo de Estado y de gobierno constitucional cuando dice que no le gustan las teorías políticas abstractas o aquellas que no han hecho otra cosa sino delirar, como las de Rousseau y Mably, o como las de Locke, Harrington, Sydney, Milton, etc. que son poco a propósito para formar la constitución que se necesita[16].
Cuando el lord se quejaba de alguna distancia teórica, Jovellanos le responde:«Mucho siento que usted me crea tan distante de sus ideas, cuando las hallo tan exactas y sólidas que acaso me siento más propenso a deferir a ellas de lo que las circunstancias me permiten. [...] El plan y «Reflexiones» de nuestro Mr. Allen démosle por aprobado, pues que en general, y en el fondo, yo le apruebo. ¿Es este plan el que debe seguirse en la composición de las primeras Cortes? He aquí en lo que no consentiré. [...] / Pero el plan es bueno, es excelente: lo confieso; para propuesto, sí; para establecido sin previa aprobación, no. [...] / Luego ¿nunca se harán? No es éste mi dictamen. Las primeras Cortes de nada tratarán primero que de arreglar la representación para las sucesivas. Nada es más fácil que lograr que sea propuesto ese plan, o otro mejor si lo hubiere. / Y si no se propone, ¿se abandonará un bien tan grande a la casualidad? No por cierto. Yo bien querría que la iniciativa viniese de la nación. ¡Qué placer tan grande, verla pedir lo mismo que se la quisiera mandar! Mas si ella no tomare la iniciativa, la tomará el gobierno, y propondrá a su aprobación el plan de representación que más le conviene. ¿Se duda que lo apruebe? No por cierto. Mandado a la nación, tal vez se hallaría tentada a desecharle; consultada sobre él, le abrazará a dos manos. [...] / Y bien, ¿no nos hemos acercado ya? Al fin nos besaremos. Quédense la nobleza y la magistratura para otro almuerzo, porque mil otras cosas me llaman[17].
La cita es larga, pero no baladí. El texto coincide muy bien con el diagnóstico que estamos haciendo. Por lo que se ve, además, Jovellanos tiene la convicción de que si se utilizan bien los medios y se tienen bien elegidos los objetivos, la racionalidad misma del asunto se impondrá de una u otra manera. Pero esta postura no ha de confundirse con una crédula ingenuidad en un progreso idílico, como muestran todas las medidas concretas que promueve don Gaspar, entre ellas el ser promotor del nombramiento de una «sección ejecutiva»[18], con el objetivo de concentrar el gobierno, mientras que llegaba su anhelado gobierno de Regencia, como paso previo de la convocatoria de Cortes.
Lord Holland hablando de la deposición del rey de Suecia le dice a Jovellanos: perdóneme usted mi «jacobinismo», si así se ha de llamarlo; no puedo sentir la desgracia de un rey que tantas locuras había hecho y tan altamente despreció la opinión y atropelló los derechos de su pueblo. No habrá leído usted la “Historia” de mi tío, sin saber que he sido criado en aborrecer la tiranía, «of every denomination»[19]. A esto responderá Jovellanos: Ni yo lloraré por el rey de Suecia[20]. Nada que defender sobre los tiranos; el problema de la distancia entre los dos amigos presenta varias apariencias, pero en esencia la única diferencia es el sustrato en profundidad en el que se mueven.
El texto que todos los que reclaman a Jovellanos como conservador citan es: […] En este punto [en lo que toca a Constitución] acaso yo soy más escrupuloso que otros muchos. Nadie más inclinado a restaurar y afirmar y mejorar; nadie más tímido en alterar y renovar. Acaso éste es ya un achaque de mi vejez. Desconfío mucho de las teorías políticas y más de las abstractas. Creo que cada nación tiene su carácter; que éste es el resultado de sus antiguas instituciones; que si con ellas se altera, con ellas se repara; que otros tiempos no piden precisamente otras instituciones, sino una modificación de las antiguas; que lo que importa es perfeccionar la educación y mejorar la instrucción pública; con ella no habrá preocupación que no caiga, error que no desaparezca, mejora que no se facilite. En conclusión: una nación nada necesita sino el derecho de juntarse y hablar. Si es instruida, su libertad puede ganar siempre, perder nunca[21].
Sacado de su contexto, es decir, de las prevenciones que Jovellanos toma para que la reforma salga adelante y hunda raíces profundas, y si aislamos el «nadie más inclinado a restaurar... y nadie más tímido en alterar y renovar» de la línea de conducta a lo largo de toda su vida, entonces esa expresión bloqueada en una interpretación puramente ideológica y corta de visión sí puede extraer de ella la idea de «conservador» –no es el tema que este concepto sea apreciable o no sino que no describe bien los hechos–. Contentados con esta apariencia «conservadora» nos habremos olvidado del Jovellanos que está al lado del anatematizado Olavide perseguido por la Inquisición, simpatizante del rupturismo de Aranda, defensor caluroso de las reformas atrevidas de Campomanes y Floridablanca, comprometido intelectualmente con los novatores y crítico de la iglesia institucional de su tiempo, alineado con el movimiento jansenista, desterrado dos veces, envenenado una, y encarcelado con determinación por los guardianes del viejo orden, buscado con ahínco por la política «progresista y revolucionaria» de Napoleón que quería extender la revolución a toda Europa –cuando la revolución y Francia se equivalían políticamente hablando-, autor de una obra de reforma institucional y agraria que estuvo en el índice de libros prohibidos hasta la mitad del siglo XX, referente de los reformistas más atrevidos y radicales de su tiempo, amigo de la clerecía crítica, crítico con todas las injusticias de su tiempo, introductor de reformas y cambios reales como el Instituto Asturiano y el resto de obras que jalonaron Gijón y Asturias que fue en donde se materializaron bien sus esfuerzos, promotor siendo ministro del control gubernamental del Santo Tribunal y adalid de una reforma en profundidad de la esclerotizada universidad de entonces, impulsor de todas las reformas económicas progresistas de su tiempo, defensor del liberalismo en economía –aunque el término liberalismo no estaba todavía consagrado– contra la miopía estatista de un mercantilismo rancio, pero un liberalismo dirigido desde el Estado –«liberalismo jovinista»–, defensor de la reforma de los hospicios, de la infancia y de las mujeres, de la desaparición del suplicio, del derecho a la educación de todos, de la libertad de pensamiento, de opinión y de prensa, del derecho a la soberanía del pueblo –que él llamó supremacía- y de la igualdad ante las leyes, y benemérito de la patria en boca de los doceañistas que lo situaron como primer héroe del nuevo mundo liberal y democrático.
En conclusión, si esta frase que le consagra como «conservador», la proyectamos, además, a unas décadas más atrás e incluso al contexto preciso de unos meses después en el que los jóvenes liberales van a tener que debatir con los serviles, en las Cortes de Cádiz, en otro contexto distinto ya, entonces, es cuando pueden sonar esos falsos sones conservadores, puesto que habla de ser tímido en alterar y renovar. Pero a lo que Jovellanos se refiere una vez más es a que teme en grado sumo dar pasos en falso, como también teme la idea de sacrificar una generación presente por otra venidera, modelo revolucionario que rechaza por aberrante. No es el cambio lo que teme Jovellanos (nadie más inclinado a restaurar y afirmar y mejorar) sino que ante una nueva Constitución haya olvido histórico de lo conseguido hasta el presente y de que se den saltos contraproducentes.
Jovellanos no hacía una lectura negativa del nivel de derechos ya constituidos en la fecha, sí hacía una crítica feroz de su falta de aplicación y sí rechazaba muchas leyes desde las medidas absolutistas del siglo XVI como leyes adulteradas e históricamente ilegítimas. De ahí la importancia de la crítica histórica constitucional que había dejado, en gran medida, en manos de Marina. Había que partir de los derechos adquiridos desde las cortes medievales para ampliarlos a toda la nación y a la España americana y había que hacerlo no fruto de una moda «democrática» reciente que todo lo arrasa con generalizaciones alucinadas –es decir, el jacobinismo tal como era visto desde España–, sino partiendo de las instituciones y del carácter de cada nación concreta. Los hechos históricos de la Constitución de Cádiz siguieron en buena medida estas directrices jovinistas pero también estuvieron sujetos a las urgencias del momento, en la que los jóvenes liberales consiguieron fundamentalmente imponerse sobre los serviles.
Las dos grandes desavenencias entre los jóvenes liberales y Jovellanos fueron la preferencia del unicameralismo de los liberales contra el bicameralismo del filósofo ilustrado y la correcta aplicación del concepto de soberanía, en la que los liberales siguiendo la moda del momento defendieron un concepto indiferenciado de soberanía (¿del pueblo, del Parlamento?) mientras que Jovellanos distinguía entre la supremacía de la nación (del pueblo) y la soberanía del poder gubernamental, frente a la soberanía de otros estados.
Hablar de conservadurismo en Jovellanos es un trampantojo que consiste en proyectar el escenario de mediados de siglo XIX a 1810. Las ideas de Jovellanos se unen natural y materialmente con las de los liberales, aunque no se confunden del todo entre sí. Por eso, al igual que se habla de jacobinismo en Francia, hablaremos de jovinismo en España.
Cuando a principios de 1810 la Junta Central se ve envuelta en acusaciones demagógicas, en medio de la presión de los acontecimientos bélicos y por las maniobras de grupos de presión interiores y exteriores interesados en su desestabilización, Quintana que ha trabajado codo con codo con Jovellanos le escribe: «No dude usted que cuando yo pueda desagraviar a mis amigos y favorecedores de las absurdas imputaciones que en esta triste época les han hecho la ignorancia y la malicia, lo haré con el mayor gusto, porque esto lo debo a mi corazón, a mis principios y aun al interés público. Mas me parece que en Inglaterra una nota puesta en los papeles públicos y firmada de Jovellanos hará más efecto que la apología más elocuente; la opinión y crédito que allí tiene usted no puede recibir mancha de las groserías que se dicen por aquí, y por consiguiente sus asertos tendrán el valor que deben»[22].
Ésta era la reputación que tenía Jovellanos entre los liberales españoles que le conocían bien, y la influencia que se había ganado con su obra respecto de la opinión pública inglesa que demandaba libertades políticas constitucionales y exterminio de los despotismos, en un momento en que la actuación de la Junta Central era motejada demagógicamente de uso despótico del poder.
[1] O. C., IV, «Carta de Francisco Cabarrús a Jovellanos», Madrid, 29 de julio de 1808, págs. 558-560, y «Carta de Jovellanos a Cabarrús», Jadraque, agosto de 1808, págs. 560-566, respectivamente.
[2] En Gijón, donde se conocieron, regala Jovellanos al joven inglés un librito: El delincuente honrado (Vid. O. C., V, «Carta de lord Holland a Jovellanos», La Coruña, 4 de diciembre de 1808, pág. 27). Caso señala que el encuentro en Gijón debió ser en 1792 o bien 1793 (Vid. O. C., V, pág. 254, n. 10, a la «Carta de lord Holland a Jovellanos», Lisboa, 15 de julio de 1809).
[3] Una de las razones en el paréntesis de su relación, además del encarcelamiento de don Gaspar, fue el hecho de que sus dos respectivas patrias estuvieran en guerra, como pone de manifiesto al decir La guerra que se hacían nuestras naciones me hizo esperar mejor coyuntura para escribir las gracias a V. E. por aquel favor (se refiere al regalo de una obra de literatura inglesa que siendo ministro recibió en 1798) («Carta de Jovellanos a lord Holland», Jadraque, 16 de agosto de 1808, O. C., IV, pág. 569). El tratado de paz, amistad y alianza entre España y Gran Bretaña no se firmará hasta el 14 de enero de 1809 (Vid. O. C., IV, pág. 570, nota 15 de Somoza, refrendada por Caso), pero sus preparativos habían arrancado meses atrás como queda puesto de manifiesto en la correspondencia entre los dos amigos.
[4] Vid. la carta del 15 de julio de 1809, escrita desde Lisboa, a modo de despedida, llena de ternura filial y de afecto intelectual (O. C., V, pág. 252-253). La devoción que Lord Holland manifestó por Jovellanos llegó hasta el punto de perder el sentido común cuando, encarcelado en Bellver Jovellanos, solicite el ingenuo lord del almirante Nelson, en guerra entonces con España, que liberara del castillo al insigne prisionero. Menos mal que el famoso marino tuvo mejor tino y el 13 de septiembre de 1805 le respondía que probablemente se precipitará su fin si se supiese que un inglés se tomaba interés por él (Vid. O. C., IV, pág. 573). El mismo Jovellanos dejará también constancia de lo improcedente y comprometido para él de tal idea, no sólo por el riesgo físico o de fracaso sino sobre todo por su honor de español. Con anécdotas como éstas puede entenderse el encargo que lord Holland hizo al escultor Monasterio del busto de Jovellanos, talla en mármol que se lleva a Londres en 1809, que supone en el lord inglés además de amistad verdadero instinto histórico y la absoluta lucidez de estar tratando a un gran hombre.
[5] Hablando de Floridablanca y de que éste le había elegido como conducto para contactar con el gobierno inglés, el lord escribe a Jovellanos: «No sé si hice bien en tratarle [a Floridablanca] tan osadamente de las cosas de España y de la necesidad que hay de establecer en ella una Constitución libre; pero estoy persuadido que a V.E. no disgustará la misma franqueza, puesto que es imposible que el elocuente autor, cuyos escritos todos encarecen los beneficios de la sana libertad, no saludase con alborozo el feliz momento de comunicarla al pueblo. La primera dicha de España es tener en su seno usos y fueros que facilitan el establecimiento de la libertad, sin quebrantar los fundamentos de la jerarquía o mudar los nombres a quien está acostumbrado el pueblo. La segunda dicha será tener hombres celosos que con amor de la patria y de la libertad, tendrán autoridad para reprimir los excesos y juicio para acomodar y al genio del pueblo y a las luces del siglo los antiguos fueros, sin deslucir a los principios que solos se les pueden prometer firmeza y duración. Tal, sin duda, es V.E., y por eso…» (O. C., IV, pág. 571).
[6] O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», 2 de noviembre de 1808, pág. 21.
[7] Cfr. SARRAILH, Jean: La España Ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, FCE, 1992, [1ª ed. en francés: 1954], pag. 297, a. y s.
[8] O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», 2 de noviembre de 1808, págs. 21-22.
[9] Las dos facciones, las de Floridablanca y Jovellanos, no estaban ni constituidas ni tampoco Jovellanos había asumido directamente ningún liderazgo, pero parece por los testimonios históricos que eran vox populi estas dos facciones, y por el desarrollo de los acontecimientos que fue una función real. Fallecido muy pronto el murciano su función será ocupada por el grupo, bastante numeroso, de representantes que estaban muy apegados a los viejos usos. Como ejemplo de un sentir muy extendido, el 20 de diciembre de 1808, Francisco Antonio de Luaces escribe a Jovellanos desde Montevideo: como segundo vocal de la Suprema Junta Central creada en esa corte, la divina Providencia le tenía destinado para que con sus superiores luces y acreditada sabiduría pueda reparar los envejecidos males que ha sufrido la salud de la patria el tiempo que estuvo gobernada por la ignorancia y ambición de un tirano que ha conspirado a nuestra ruina (O. C., V, pág. 30). Caso se encarga de recordar en la nota 3 a esta carta que No había segundo vocal en la Junta Suprema del Reino; pero es indudable que era creencia generalizada la de que la autoridad moral de Jovellanos le transformaba en uno de los más importantes miembros de ella. Lo de «segundo vocal» puede interpretarse sobreentendiendo que el primero estaría asimilado a la presidencia, que la ostentaba el conde de Floridablanca. Por otra parte, Jovellanos no se sintió a estas alturas de su vida llamado a liderar en primera línea las acciones políticas, en parte por cansancio físico y por desengaño emocional, y, tal vez, porque sintió que su modelo ya no era operativo en el ritmo atropellado que se instaló y, por ello, sólo le restaba ser útil, buen consejero y equilibrar los acontecimientos para que se orientaran en la dirección correcta. Marx hará mención de esta falta de arranque y de este escepticismo práctico (vid. MARX, Karl y ENGELS, F.: Escritos sobre España. Extractos de 1854, Trotta, 1998), quizás porque desde muchos ángulos se vio un hueco vacío que estuvo llamado a ocupar él, y que lord Holland no se cansó de recordarle (vid. carta 12 de abril de 1809). Así en la carta de 16 de abril de 1809 le responde Jovellanos a estos requerimientos: «...por lo demás en cuanto a tomar parte activa en un gobierno reconcentrado, cualquiera que él fuese, mi opinión está decidida y ninguna humana fuerza me obligará a ello. Y no es esto por afectada modestia, por capricho ni por obstinación; es por un íntimo invencible conocimiento de que ni mis fuerzas físicas ni morales, ni la tenacidad con que ciertos principios o ideas están apegadas a mi corazón, me hacen capaz de tal cargo. Si para algo puedo servir, aunque poco, sería para el consejo (…) No sería jamás consejero de Regencia o miembro suyo; mas no rehusaría ser su consejero íntimo o de estado, o lo que se quisiere, con tal que fuese mi trabajo oscuro y privado, aunque empleado en los negocios públicos que no sobrepujasen a mis fuerzas y luces. y he aquí, mi amado amigo, mi profesión de fe política…», O. C., V, pág. 112-113.
[10] Según Caso, para Jovellanos la Partida 1ª y las leyes de finales del siglo XV eran los referentes constitucionales de los que había que partir. Vid. O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», 2 de noviembre de 1808, pág. 23, n. 8, y su nota 6 a la carta de agosto de 1811, de Jovellanos a Alonso Cañedo y Vigil, su sobrino canónigo, representante de la Junta de Asturias en las Cortes de Cádiz.
[11] Vid. Jovellanos y el jovellanismo, pag. 194-195, n.150, y a. y s. En concreto, en O. C., V, en la «Carta de Jovellanos a lord Holland» del 29 de mayo de 1809 le dice: «Votóse la comisión y salió no sé cómo. El amigo [Jovellanos], Caro, Castanedo, el arzobispo y Riquelme. “Sunt bona, sunt mala quaedam, sunt mediocria multa», donde el arzobispo y Riquelme representaban los sunt mala, es decir los adversarios de Jovellanos, por lo que lord Holland le responde el 31 de mayo: «¿Cómo sucedió que Riquelme fuese de la Comisión? […] Ahora se necesita toda la firmeza, toda la dignidad, toda la sabiduría que son propias de su carácter; y aun algo de maña y táctica, que poco faltaba dijera yo no es suya», págs. 171 y 177.
[12] En el conjunto de cartas intercambiadas entre ambos, son muchas las que hacen alusión a lo que los dos llamaban entre sí «la grande affaire» (que por cierto Jovellanos españolizaba en masculino como “le grand affaire”), expresando con ello la connivencia colaboradora de quienes empujan un mismo proyecto, esto es, la convocatoria de Cortes.
[13] En las cartas que Jovellanos le envía, de fechas 3 de octubre, y 14 y 29 de noviembre de 1809, habla sin paliativos: la ayuda económica de Inglaterra no se presta y la que se presta está planteada como un negocio, Wellesley no colabora, y la opinión pública londinense está alucinada y pervertida por la intriga. Vid. O. C., V, págs. 296-297, 319-320 y 325-326.
[14] O. C., V, «Carta de Jovellanos a Francisco Saavedra», Isla de León, 3 de febrero de 1810, págs. 350-355.
[15] O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», Muros, 5 de diciembre de 1810, pág. 423.
[16] Vid. «Carta de Jovellanos a lord Holland» , Muros de Noya, 5 de diciembre de 1810 y el borrador de la misma, que contiene novedades, O. C., V, págs. 421-428.
[17] Carta deJovellanos a lord Holland, Sevilla, 7 de junio de 1809, O. C., V, págs. 197-198.
[18] Vid. O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», 19 de septiembre de 1809, pág. 290.
[19] O. C., V, «Carta delord Holland a Jovellanos», Cádiz, 14 de abril de 1809, pág. 110.
[20] O. C., V, «Carta deJovellanos a lord Holland», Sevilla, 15 de abril de 1809, pág. 111.
[21] O. C., V, «Carta deJovellanos a lord Holland», Sevilla, 22 de mayo de 1809, págs. 155-6.
[22] O. C., V, «Carta de Manuel José Quintana a Jovellanos», Cádiz, 17 de febrero de 1810, pág. 358.
Las ideas del texto no fueron leídas sino explicadas y sintetizadas,
único modo de poder ajustarse al tiempo de una hora,
que debía dejar paso al coloquio.
SSC
29 de noviembre, 2011