Narrar y moralizar
En busca de la frontera del bien y del mal
Casa de verano con piscina, Herman Koch, Ed. Salamandra, Barcelona, 2012.
La cena, Herman Koch, Ed. Salamandra, Barcelona, 2010.
La función moral de la literatura nace con la literatura misma. Se trata de una de sus funciones esenciales; discutir si la mas importante, sería banal y ocioso.
Pero, como quiera que se mire, ocupa un lugar privativo, del que la condición humana no puede desprenderse: la zozobra de la identificación del bien y del mal.
Existe una literatura directamente moralizadora: amonestadora e inductora. Casi todas las corrientes literarias se alejan de este ángulo, porque es muy difícil
que una estrategia tal, amaestradora, sea interesante. Didáctica, como mucho. De ahí que veamos profusamente que los literatos prefieran mostrar los vicios individuales, los tumores sociales,
los conflictos complejos. Es la tarea de poner el espejo sobre los males y dejar que cada uno saque las consecuencias, casi siempre mas profundas que las directamente aleccionadoras e
impuestas. En esta literatura, retrato de los males de su tiempo, encontramos dos variantes próximas. La novela que es directamente denuncia de un estado de depravación o corrupción. Y la que
indaga las fronteras de lo que ha de entenderse por bien y por mal.
Algunas publicaciones recientes nos llevan, como signo de nuestro tiempo, a recrearnos en la preocupación por las fronteras morales. Puede verse
en Michel Houellebecq («El mapa y el territorio», Anagrama, 2011), quien combina el tema de la frontera moral con la duda sobre la presunta propia identidad
esencial. En R. Menéndez Salmón («Medusa», Anagrama, 2012; «La luz es más antigua que el amor», Anagrama, 2010; y «La ofensa», Anagrama,
2007), que indaga en el poder transformador de las circunstancias esenciales. En Javier Marías («Tu rostro mañana», la trilogía de Alfaguara), capaz de sumergirse
en el escepticismo cínico de la multiplicidad de planos valorativos. EnEduardo Mendoza («Riña de gatos», Planeta, 2010), donde entran en lucha la razón política y la
ética. En Philippe Claudel («El informe de Brodeck», Salamandra, 2008; y «Almas grises», Salamandra, 2005), especialmente potente en la denuncia de las vergüenzas
históricas y en dibujar el perfil de la parte de responsabilidad que toca a los distintos protagonistas: a los sujetos aislados y su capacidad de resistencia y a las ideologías en marcha. Y
en Herman Koch, que pondremos un momento bajo nuestro objetivo.
Herman Koch ha alcanzado celebridad recientemente entre su público inmediato, en especial con «La cena», Libro del Año 2009 en Holanda, y que por alguna razón ha
sido traducido a veintiún idiomas. Tras «La cena» (Salamandra 2010) vino «Casa de verano con piscina» (Salamandra, 2012). Bien se ve que el autor está totalmente hipnotizado por la
problemática de la primera novela cuando comprobamos que vuelve a ella en la siguiente. Casi nada esencial cambia. Un profesor se convierte en la otra historia en un médico. Un padre de
familia que tiene un hijo adolescente pasa a tener dos hijas adolescentes. Los relatos varían aparentemente: uno estructurado en torno a una cena familiar, el otro girando sobre las
vacaciones familiares. Pero los dos analizan el mismo problema: la patente conciencia moral encarnada en el protagonista (puede adivinarse que quizá peligrosamente generalizada), que no tiene
dudas sobre los valores a defender en el estrecho ámbito ético de la familia, con los hijos muy especialmente. Pero a partir de esa frontera, los criterios valorativos se vuelven endebles,
relativos, prescindibles…
De escritura espontánea y clara, sin méritos estilísticos extraordinarios que no sea la sencillez, consigue destilar un resultado global, aquilatar algo tras la
mera entretenida narración. Se tiene la sensación de haber visto claramente algo invisible, a base de posar la mirada reiteradamente en el mismo lugar a lo largo del relato: el paisaje
espiritual donde se ordena interiormente el bien y el mal del narrador que nos habla todo el tiempo desde sus soliloquios y sus secretos. Pero no es una imagen asertiva y limpia, sino
problemática y turbia, porque al apostarse sobre sus posiciones particulares pone en vilo algunos de los principios supuestamente universales. Y, al final, uno se ve obligado a responderse a
sí mismo: ¿se trata de un relativismo moral plausible como medio de supervivencia en la realidad social de hoy o se trata más bien de una degeneración típica de la condición humana?, una
degeneración típica que se recrearía en el presente con tintes propios, eso sí. ¿De qué se trata? Lo diríamos, si no fuera mejor que el lector lo viera por sí mismo.
SSC
14 de febrero de 2013
Publicado en: «Narrar y moralizar». La Nueva España, Suplemento Cultura nº 996, pág. 2, Oviedo, jueves, 14 de febrero de 2013.