Cataluña, mon amour

Los límites de la autodeterminación de los pueblos para no incurrir en juego sucio                                                              

 

No hace falta haber nacido o estar viviendo en Cataluña para que se dé un afectivo lazo de unión con ella... Cuando se es extremeño de nacimiento, y leonés, madrileño y vasco por andanzas, y asturiano por sutiles querencias convertidas en voluntarias tiernas rutinas, y porque abuelos, padres, hijos (y quizá nietos) se mueven en la diáspora española... cualquiera de las partes de tu Estado-nación puede pertenecerte... Pero como no debe tratarse de sentimientos subjetivos sino de derechos más objetivos habrá entonces que apelar al "derecho a decidir" de los pueblos... Por ello, "yo también quiero decidir". Me autodeterminaré otra vez más defendiendo mi libertad y la de los pueblos a los que pertenezco... Porque yo no pertenezco a un solo pueblo, soy muchos pueblos y por eso (aunque solo fuera), políticamente soy español. Puedo entender que todos tienen el "derecho a decidir", pero por eso deduzco que yo tengo ese derecho y en ese sentido no tengo otra opción que batallar contra quien pretenda hacerlo exclusivo.

Hay una autodeterminación legítima de pueblos oprimidos, de etnias minoritarias sometidas y sin derechos, de naciones colonizadas bajo la férula de imperios depredadores. Este es el contexto en el que el Derecho de Autodeterminación de los Pueblos defendido por las Naciones Unidas se proclama en el derecho internacional. Cualquier uso avieso distante de ese sentido genuino es juego sucio. Cuando se mezcla la legítima aspiración de los pueblos (para alcanzar la igualdad de derechos que otros pueblos ya disfrutan) con las aspiraciones ideológicas de colectivos territoriales que amalgamando voluntades étniconacionalistas pretenden imponer a un todo social sus intereses partidistas, intereses que corren paralelos a movimientos identitarios de nacionalidades étnicas aspirantes al estado-nación, se puede estar cometiendo una dislocación política de dimensiones similares a las de una guerra injusta.

Ahora bien, si utilizando métodos democráticos amplios colectivos se unen para conquistar el autoproclamarse Estado: ¿no tienen derecho? En sentido democrático tienen derecho a buscar las condiciones que lo hagan posible, pero en buena lid de auténtica legitimidad ha de resolverse en el campo de los derechos previamente compartidos. Lo contrario es golpe de Estado o incitación a la guerra civil. Un derecho de nueva planta (por muy intensivo o extensivo que sea) que aniquile derechos justos anteriores, ¿qué tipo de derecho es? Porque hay en definitiva dos tipos de derechos, los que se gestan dentro de una legitimidad y los que surgen del resultado de una guerra (entendiendo que el golpe de Estado incruento sería una guerra sin batallas; y que cuando el abanderado de la guerra es el pueblo en rebeldía se llama revolución).

La secesión dentro de un Estado no puede conjugarse como si fuera una separación matrimonial. Algunas voluntades bienintencionadas patinando en la superficie de las palabras (libertad, autodeterminación, derechos...) o asimilando mal ciertos valores al calor de posturas ideológicas esquemáticas o repetidas ceremonialmente en eco o aviesas... creen que "la autodeterminación es un derecho de libertad por autoproclamación". ¡Lo sería, pero siempre que no se haga trampas! En el divorcio de una pareja, la sola firmeza de uno de sus cónyuges basta para la separación. Y en el caso de un grupo étnico sometido o de una nación oprimida, muchos tenemos claro de parte de quién estaríamos. Pero en el desmembramiento de un Estado que afecta a millones de uniones en millones de planos cooperativos diversos, cuyas fronteras no pueden ser redefinidas sin ocasionar una atroz injusticia a la gran mayoría en nombre de las libertades de un grupo fraccionario... de lo que se trata, una vez más en mi caso, es de situarme del lado de los procesos igualitarios y a favor de ese eje histórico que se mueve desde las tribus y las etnias y las nacionalidades hacia los estados-nación como una forma superior de unión en igualdad de derechos.

Un colectivo ideológico populoso dentro de un estado-nación que quiera escindirse del resto (por la vía de la autodeterminación) tendrá derecho, sí, pero en el contexto del resto de conjunto de derechos. Ese grupo, cuando no opta por la vía violenta, solo tiene el camino de la legitimidad, que solo puede cumplirse propiciando un referéndum en el conjunto del Estado. Enfocar el problema como si fuera cuestión  de autoproclamaciones fraccionarias o de estrategias de partidos nacionalistas o de coaliciones para alcanzar mayorías parlamentarias o como si se tratase de negociaciones entre la Generalitat y el gobierno central... supone pretender canalizar el asunto a través de estamentos gubernamentales cuando es mucho más: es un asunto de Estado. Las instituciones que gobiernan no pueden cambiar sin más la estructura del Estado. Eso solo puede acometerlo en última instancia "la nación", el sujeto político soberano, el único supremo para cambiar el sentido de sus derechos históricamente conquistados por una nueva constitución.

Algunos pensarán que en la España de las autonomías los españoles que quedan son residuales porque la gran mayoría o son catalanes o gallegos o vascos o canarios o andaluces... Concedámoslo bajo hipótesis. Pues bien, pregúntesele en referéndum a ese conjunto qué modelo de Estado prefiere: un solo estado o la posibilidad de estados fraccionarios. Si se confirmara esta última opción, la cosa resultaría fácil y entonces cada autonomía podría decidir por sí misma. Acto seguido podríamos seguir juntos bajo una confederación de estados y todos tan felices... Aunque no tan fácil: temor me siguen dando las ideologías totalitarias donde la patria se impone a los pueblos y temor me dan los apátridas que no ofrecen una solución colectiva mejor. Pero también me dan temor los que, si el conjunto del Estado llegara a pronunciarse a favor de la unidad, sigan amenazando con la autodeterminación fraccionaria autoproclamada.

Se trata, así pues, de la legitimidad de las leyes y de la legitimidad de las libertades de todos (no de una fracción) y de la legitimidad de las igualdades en curso, igualdades que son derechos conquistados y que se conjugan desde el alma universal de quien ama al género humano pero no siempre ni necesariamente está sometido a las derivas de aquellos que han construido sus intereses particulares en antagonismo con los míos.

Y se trata de cerrar un tema que llena un espacio excesivo y demasiado tiempo, mientras que los problemas sangrantes... las guerras injustas, los exiliados, los emigrantes, los desheredados sin trabajo, la corrupción, los derechos humanos incumplidos se nos siguen escurriendo entre los dedos por nuestra falta política de reflejos o de dedicación o de radicalidad... y, en esa holgura que consentimos, las mafias, los traficantes, la explotación laboral, la especulación financiera alegal y el mercado internacional de armas pueden seguir ordenando nuestro mundo.

 

SILVERIO SÁNCHEZ CORREDERA

                                                                                  Doctor en Filosofía

Publicado en:

«Cataluña, mon amour», La Nueva España, 18 de septiembre de 2015, pág. 38.

http://www.lne.es/opinion/2015/09/18/cataluna-mon-amour/1815043.html