“Duplocracia” perversa

 

El "doble gobierno", una forma de descomposición de la democracia 

 

¿Debemos poner nombre a un fenómeno político nuevo que se desarrolla con fuerza? Parece muy cabal hacerlo así, salir del galimatías de lo innombrable y frenar la confusión. Algunos ya lo llaman “conflicto”, otros “supremacismo” e incluso “fascismo invertido”… Lo que denominaré “duplocracia” admite esos calificativos pero no necesariamente.

Duplo significa doble, “duplocracia” quiere, por tanto, significar “doble gobierno”.

Todos sabemos que las formas de gobierno tienden a la degeneración y que los signos de poder simpatizan con la perversión. ¿Cómo es esto? Ya desde la Antigüedad la democracia degeneraba en demagogia, o sea, lo que hoy llamaríamos anarquía o populismo… ¿Se trata en la “duplocracia” de este proceso degenerativo? Todo indica que no estamos ante una simple demagogia (el pueblo engañado) sino ante una nueva metástasis.

De entrada, la “duplocracia” nace semánticamente neutral. Pero un principio práctico nos lleva a pensar que una armónica doble trabazón de niveles no necesitaría un nombre diferente, pues en eso consiste precisamente la democracia. La nueva palabra nace de la necesidad de designar un desorden político de fondo, la perversión entre dos niveles de gobierno. Cuando un gobierno regional pone su fin principal en actuar contra el Estado entero, entonces la democracia ha degenerado. Lo “doble” de la “duplocracia” no es cuestión cuantitativa, ni de pluralismo. Se trata de algo cualitativo, de la “doblez”. En esta nueva modalidad de gobierno, la astucia, el juego incierto a dos bandas, que se vuelve ambiguo, que se vuelve sucio y si hay que encarar una pena de cárcel se vuelve hipócrita… se convierten en modos de poder esenciales (ya Maquiavelo se lo había  recomendado al Príncipe extraoficialmente). Por ello la “duplocracia” tiene una connotación perversa, como la demagogia, quedando emparentada con los gobiernos injustos, tal que despotismo, tiranía, dictadura, totalitarismo, oligarquía, plutocracia, nazismo y fascismos.

 

La “duplocracia” lleva a cabo una descomposición del Estado de derecho democrático y actúa sobre cuatro de sus principios de legitimidad, para corromperlos: el equilibrio de poderes, la soberanía nacional, la unidad territorial y el fin de todo Estado justo, el bien común.

El equilibrio de poderes (entre ejecutivo-legislativo-judicial) del Estado se torpedea mediante el acrecentamiento sistemático, desde el nivel regional, de medidas ejecutivo-legislativas contra la legislación global. De ahí, que sea el poder judicial, que no se puede regionalizar tan fácilmente, quien desde el Constitucional o desde el Supremo tenga que “gobernar” dirimiendo estas dobleces. Algunos creen que esto no debería hacerse, que el judicial no debería intervenir en estos conflictos (¡soluciones “políticas”!, se demandan: ¿soluciones de gabinete?). Sin embargo, lo judicial es lo único que queda llegados a esta tesitura, consecuencia que ha sido diseñada como una trampa “legal” frente al Estado de derecho.

La “duplocracia” actúa contra la soberanía nacional intentando hacer un duplicado, y adoptándolo como un hecho: ahora la soberanía sería también regional. Lo que está sucediendo es que un concepto político (global: soberanía de un Estado-nación), mediante su confusión con su atribución moral (distintas partes afectadas: soberanía de los “pueblos” o naciones étnicas),  se lo apropia todo entero la parte conflictiva.

Por otro lado, la unidad territorial se va desdibujando más y más al introducir una progresiva desterritorialización “cultural”, a través del bilingüismo regional, cuando en lugar del cuidado de las dos lenguas se gobierna propiciando la lengua distintiva y marginando a la lengua asociativa.

Y resta el redondeo final: para dar legitimidad a una acción de gobierno, los objetivos a los que se dirigen han de ser “reales” y, en consecuencia, posibles. Porque si son imposibles, se produce, entonces, la más peligrosa de las duplicidades, la mezcla de la realidad con el delirio. Si los secesionistas pretendieran realmente llegar a su objetivo, habrían de saber que tienen solo dos caminos: la guerra civil (que vendría provocada tras un golpe de Estado exitoso) o la lenta construcción de condiciones que lleven al conjunto de los españoles a desear el fraccionamiento del Estado (lo que sería un gran contrasentido político). La guerra civil la perderían los “duplócratas”, pues más de la mitad de su población regional se pondría de parte de la población global, y aunque no fuera así, la perderían también (por la correlación de fuerzas reales). Respecto del camino hacia el fraccionamiento voluntario, se desdibujaría de mil maneras diferentes antes de que pudiera realizarse como utópicamente se planificó.

Queda, por ello (huyendo de la guerra civil y de un futuro oscuro), una opción nueva: intentar fraguar un nuevo modelo de gobierno “democrático”. ¿Cómo? Insistiendo en la “duplocracia”. Y, para ello, habrá que ser más democrático que nadie, más “libres”, más civilizados, más ricos, mejores, he aquí el “supremacismo”. No necesariamente de mejor raza o más inteligentes o mejor alimentados y más guapos, aunque según algunos también. ¿El fin? Convencer a la sociedad internacional, instituida en árbitro. Habrá que ser no violento, porque la segregación cultural es “pacífica” y “justificada” (legitimada con leyes dúplices)  y el éxodo del “procés” hacia la tierra prometida no mueve sangre derramada sino solo banderas y estrellas y voces en “libertad”, y si una mitad no quiere fusionarse con el “procés”, allá ellos, porque se oponen a quienes no quieren sino recuperar su autoctonía, embriagada de una afectividad que les reconcilia con su verdadera humanidad. Allá ellos, allá los disidentes que se convierten en extranjeros, metecos, voluntariamente. Y si esos contumaces antinacionalistas nos increpan intentando diagnosticarnos con alguna “patología del deseo”, porque por ejemplo deseáramos algo “imposible”, se equivocan, porque lo que sucede es que no han descubierto que tras nuestro frenesí político subyace el deseo de reencontrarnos con nuestros verdaderos orígenes. Algunos de los nuestros ni siquiera han alcanzado esa “visión”, reservada a quienes sienten realmente nuestro danza ancestral, pero se han dejado educar y han descubierto “nuestros” derechos históricos y “nuestro” hecho diferencial, y muchos que ni siquiera se mueven por estos objetivos sublimes, al menos prefieren contagiarse de “nuestra” identidad “inclusiva” y no empeñarse en seguir siendo metecos.

Por eso, nosotros los “duplócratas” (en este momento del discurso ya me he dividido definitivamente y mi otra parte ha sido poseída por la idea que trataba de contornear) haremos, porque nuestra lucha es santa y sagrada, que todos los buenos conceptos (democracia, soberanía, libertad, autodeterminación, derechos…)  sufran una metábasis. Contamos con un fenómeno por el que las palabras pasan a funcionar en otra categoría distinta de la de partida, y, aunque sea a costa de confundir las categorías, no importa, porque hemos de hacer nuestras las bellas palabras. La metábasis es tenida en cuenta tanto por lingüistas como por filósofos, ¡a ver si también los políticos profesionalizados que nos oprimen aprenden a utilizarla!, a favor de “nuestros” derechos, por supuesto…

Este artículo es pura ficción, para entretener al lector. ¿O es que habíais creído que me estaba refiriendo a alguna región concreta de España? ¡En qué cabeza cabe que tantos políticos profesionales y tantos diferentes partidos, los del “buen orden” global y los de la “igualdad” para todos iban a dejarse engañar de esta brutal manera! La “duplocracia” es una forma teórica de descomposición de la democracia, pero no, cómo va a ser real. ¡Sería increíble que lo fuera!

 

Silverio Sánchez Corredera

 

En La Nueva España, Tribuna, 31/05/2018

http://www.lne.es/opinion/2018/05/31/duplocracia-perversa/2295340.html