Aforismos en concierto

 

Filosofía que quiere ser música, entre la prosa y la poesía, la nueva exploración de Fernando Menéndez.

 

 

Tempo di silencios

Fernando Menéndez

Ediciones Trea, Gijón, 2018, 103 páginas.

 

Fernando Menéndez es un aforista reconocido nacional e internacionalmente, y afortunado, porque Tempo di silencios nace magníficamente orquestado, con una potente portada de Kiker, con un Preludio de Gino Rouzzi, especialista de la aforística europea, y con la Coda a cargo de José Ramón González, conocedor muy inmediato del quehacer poético de Menéndez y buen crítico literario de la reciente aforística española de entresiglos.

El libro tiene dos lecturas, una fácil y otra difícil. Fácil, porque admite ser leído como recreo de emociones o para hacer un balance de las ideas que allí despuntan, si se va leyendo aforismo a aforismo. Y como se trata de expresiones semánticamente comprimidas, aconsejo, en este caso, que el lector se entretenga seleccionando aquellos aforismos que le parecen verdaderos o bellos, e ir rechazando los que no le encajen tanto. También puede ir decidiendo sobre los elementos que aparecen como poemáticos o poéticos y aquellos otros que se decantarían como prosa transmisora de sentencias o adagios del saber humano. Esta lectura sencilla, verso a verso o golpe a golpe, convierte al lector en un agente activo que pone a prueba la transparencia de esa prosa poética reducida a su mínima expresión,  a la vez que el lector se pone a prueba a sí mismo, en cuanto quiera entender por qué lo que a él sí/no le conmueve, no/sí actúa sobre otros. 

Pero yo he querido leerlo también en su versión difícil. Los aforismos aparecen no sueltos sino arracimados, son versos que quieren componer estrofas. Valiente decisión porque ¿cómo hacer que sin dejar de ser aforismos empiecen a ser estrofas? Las estrofas no son simples cuartetos o tercetos, sino que resultan composiciones de considerable extensión. Y estas composiciones o poemas remiten a otros aforistas y poetas (G. Prezzolini, P. Valery, A. Soffici, A. Chavee, G. Bufalino, R. Claude, B. Fignon, C. Cragnini, R. Sabatier, S. Quinzio…), hasta un total de sesenta voces corales, quienes interpretan con sus versos aislados una composición musical unitaria, en forma de concierto o de sonata o de cuarteto, dirigidos “en fantasía” por trece compositores seleccionados. Y todo este conjunto en cuatro niveles (aforismo-estrofa, estrofa-poema, poema-composición coral, coro-pieza musical) es lo que se ha atrevido a orquestar Fernando Menéndez en este libro, que es el octavo de su producción aforística y el enésimo de su lúcida producción poética.

El autor no se engaña sobre su esfuerzo orquestal, asume que es un imposible pero al tiempo es consciente de que quien aspira al arte ha de ir hasta el límite. Pero  ¿cómo construir un edificio poético tan ambicioso con puros aforismos si cada uno nace en su singularidad? Lo confiesa abiertamente, tiene versos que no llegan a poemas. Sin embargo, el intento está ahí, porque también cree que el poeta es amigo de Prometeo —el que reta  a los dioses—, no de Fausto —el que negocia con el diablo—, y que por tanto busca lo contrario que el hombre político, más amigo de lo fáustico.

Quizá el lector se atreva con la lectura difícil y llegue a conclusiones similares a las mías. Es evidente que el autor se ha inspirado en las emociones musicales, esa es la argamasa de su construcción. Al tiempo que, por ejemplo, escribe “Disonancias de lo decible”, una de las trece composiciones “musicales” del libro, se halla bajo el influjo del piano, clarinete, violín, viola y violonchelo de la composición mencionada. A su vez, esas emociones sonoras le traen resonancias poéticas de aforistas que está leyendo, y nos las muestra en un diálogo entre músicos y literatos. Y ese estado espiritual le lleva a dotar de “tempo” —el título del libro— a sus aforismos sueltos, y las estrofas conseguidas lo serán en tanto “allegretto”, “andante” o “finale vivace”…

Imposible reconstruir todo esto con la simple lectura. Por ello, al lector solo le queda situarse en una similar tesitura  a la del poeta, y leer “en fantasía” y en clave de emociones musicales, e ir de los significados recortados —leídos como proverbios y otras veces como definiciones o enigmas o adagios de lo banal o verdades elementales y sublimes…— a los sentidos globales, como melodías reconocibles, que tienen que ver con las tonalidades afectivas en las que se recrea el autor: sus temas de reflexión o de afección.

Los temas que aparecen son muy diversos: “tensiones y contradicciones del humano vivir”, “crítica política”, “reflexión sobre la esencia del aforismo” —sobre su naturaleza abierta—  y el que a mí más me ha interesado: la ´”teoría estética” que destila por todas partes, fruto, creo, de llevar el aforismo a su concentración extrema —al mínimo acorde musical—, pero también por buscar, tras enigmas confusos o más allá de refranes claros, las sentencias que beben en la fuente donde el sentimiento estético fluye original y por donde lo oscuro se hace sonoro. Entonces, la mera entrecortada reflexión filosófica puede allí convertirse en arte.  

Hay en Tempo di silencios una teoría estética que se parece no tanto al mapa de un geógrafo cuanto a la labor de quien le precede: el aventurero que explora un continente. Qué poeta no se enfrenta a esa tarea, la de descubrir el origen de la fascinación estética ante algunos fenómenos.

 

Silverio Sánchez Corredera

 

En LNE, 14 de junio de 2018:

http://www.lne.es/suscriptor/cultura/2018/06/14/aforismos-concierto/2302553.html