Escritos literarios 9   LOMCE

 


LOMCE
 
Ley Ominosa para el Malestar y la Crisis Educativa
Carta de un profesor al ministro Wert
 
Señor Ministro. Le escribo en relación a la LOMCE; no le oculto que la traduzco como Ley Ominosa para el malestar y la crisis educativa.
No niego que algunas de sus ideas sean buenas. Y que sus intenciones finales son buenísimas. Pero no me sirve de consuelo saber que lo que ingiero tiene partes comestibles cuando conozco que voy a envenenarme con ello.
No negaré que usted gobierna amparado en una mayoría absoluta. Pero tampoco olvido que, siguiendo esa misma lógica, yo y otros muchos, muchísimos, haremos todo lo posible para que la LOMCE tenga corta vida y pueda revertirse, para frenar cuanto antes sus vertientes involutivas y dañinas.
Lo que le expongo en esencia, no es un pensamiento solo mío, sino de centenares de miles de españoles con conocimiento de causa. No pretendo molestarle si se lo comunico como lo siento, sin miramientos, porque se trata de una cuestión de Estado, y urgente.
Me atrevería a defender que todo ministro de educación sería merecedor de inmediato cese, e incluso de sufrir ostracismo, en función de su abuso de poder,  cuando después de múltiples años de tomaduras de pelo a las enseñanzas medias (hablo de lo que conozco bien, aunque también habría que tener en cuenta otros niveles educativos), con las reformas de las reformas de las reformas… educativas, nunca elevadas sobre fundamentos firmes… «Merecedor de inmediato cese u ostracismo», digo, al comprobar que vuelve a cometer el mismo error que venimos sufriendo desde hace décadas en la educación: llevar a cabo reformas estructurales sin un consenso amplio y estable y sin un proyecto preciso de futuro, que no quede limitado a ser una tentativa mas de ensayo y error. Habría que crear, claro, una categoría penal nueva que estableciera: «Con la educación no se juega». Allí se indicaría que cierta dosis de ideologización en los planteamientos educativos resulta intolerable para el conjunto de la ciudadanía, tomada como soberanía popular, porque no se estarían respetando las pautas morales que han de regir cualquier bien público estructural.
Sé que casi todas las cosas son discutibles. Por suerte. Aunque creo que la disputa sobre el tema que nos ocupa, podría partir de esa especie de axioma ya apuntado: cualquier ley de educación que quiera serlo de verdad, ha de ser fruto de un amplio, duradero y estable consenso.
Diré algunas de mis razones, nacidas de años de experiencia y, sobre todo, nacidas de haber creído siempre en el potencial de la educación.
La ansiada calidad de la enseñanza no se alcanza apostando por unas materias en detrimento de otras, como si algunas fueran a darnos las claves o fueran más importantes … ¿importantes, en qué, para qué? No se alcanza tampoco haciéndose un lío con la enseñanza religiosa: no es de recibo que una asignatura se establezca imponiendo un horario fantasma a quienes no la siguen. Bienvenida la libertad de elección de los padres, qué duda cabe. Pero es un principio lógico, no ideológico, que la elección de unos no debe arrastrar imposiciones a terceros. Idéntico enredo tenemos con la famosa educación para la ciudadanía, asignatura ridícula: de una hora, con eso ya se dice casi todo.
La calidad de la enseñanza se alcanza fijando unas asignaturas estandarizadas, por siglos de educación y por las exigencias del presente, y dándoles estabilidad, creyendo en ellas. Y creer en ellas significa formar profesorado finamente seleccionado para la labor. Y también significa dotarlas a todas, en general, de tres o cuatro horas a la semana, porque de otra manera pasan a ser asignaturas menores, menos creíbles, «marías», rellenos. Dos horas es demasiado poco para dar entidad a una materia. Ese es un principio elemental que muchos profesionales conocemos de cerca bien y que nunca ha sido encarado con seriedad por los gobernantes. Del mismo modo que puede haber dosis  medicinales que no alcanzan su objetivo curativo, las asignaturas de menos de tres horas pierden parte de su posible efecto y, en definitiva, parecen haber sido puestas sin convicción, cuando no para ceder ante un lobby o como fruto de la política de ensayo y error al que son tan proclives los gobernantes intrépidos o que gobiernan guiados mas por sus razones ideológicas y no tanto por ideales comunes y por motivos generales.
La calidad de la enseñanza se alcanza como resultado de un proceso sistemático y continuado durante varios lustros, donde lo importante es trabajar con seriedad, estabilidad y medios. Y es preciso, para ello, que los profesores y los alumnos sepan que la materia que están trabajando tiene todo el reconocimiento social y no una despectiva condescendencia que les sitúa en horarios marginales. De este modo, se deprecian objetivamente sus contenidos, se toma menos en serio en consecuencia, y se dilapida el trabajo personal y la energía social.
Señor ministro, quédese con las ideas buenas que crea tener, rompa sus papeles actuales, planifique cómo conseguir un consenso fundamental y póngase a trabajar sobre una reforma educativa para elevar la calidad y los rendimientos, pero sin olvidarse de salvaguardar lo básico: a) una formación y selección fina del profesorado, b) unas condiciones de trabajo de los profesores que tengan credibilidad social y c) una estructura educativa estable, flexible en las metodologías pero sólida y duradera en el tiempo.
Por si lo que digo pecare de genérico, le pongo un ejemplo, sacado de mi concreta dedicación: no hay que liarse con el nombre que se le pone a la actividad filosófica impartida en las clases (educación para la ciudadanía, filosofía y ciudadanía, historia de la filosofía optativa/obligatoria/alternativa, etc.), ¿es que quieren reírse de nosotros? Lo que hay que decidir es si se estima importante que los alumnos de los tres últimos cursos de medias estudien, descubran y reflexionen sobre asuntos éticos, antropológicos, lógicos, de historia de las ideas… Y si es así, póngase esa materia con el nombre que siempre tuvo (Filosofía, Ética, Historia de la filosofía), con un número de horas equitativo al del resto. Y hágase con las demás asignaturas del mismo modo. Y si hay alguna asignatura fantasma, que sí que la hay, arrójenla del currículo. No está la educación general para contentar intereses privados ni para establecer comodines que hagan más fácil la confección de horarios.
 
En suma, la ley de educación que quiere imponer no será buena para España ni para la calidad educativa. El tema es muy complejo y no puede agotarse en una breve carta, aunque lo que pretendo aquí trasmitir es en definitiva esto: consenso político, proyecto a largo plazo y estabilidad e igual dignidad de todas las asignaturas. Cordialmente.
                                                                                                 
SSC
7 de febrero de 2013

Publicado en: «LOMCE, Ley Ominosa para el Malestar y la Crisis Educativa». La Nueva España, Tribuna, pág. 30,  Oviedo, jueves,  7 de febrero de 2013.