Hasta fines del siglo XVI, la semejanza ha desempeñado un papel constructivo en el saber de la cultura occidental. En gran parte, fue ella la que guió la exe'gesis e interpretación de los textos; la que organizó el juego de los símbolos, permitió el conocimiento de las cosas visibles en invisibles, dirigió el arte de representarlas. El mundo se enrollaba sobre sí mismo: la tierra repetía el cielo, los rostros se reflejaban en las estrellas y la hierba ocultaba en sus tallos los secretos que servían al hombre. La pintura imitaba el espacio. Y la representación -ya fuera fiesta o saber- se daba como repetición: teatro de la vida o espejo del mundo, he ahí el título de cualquier lenguaje, su manera de anunciarse y de formular su derecho a hablar. (Foucault, Michel: Las palabras y las cosas, Siglo XXI editores, Madrid, 1974 (5 edición); pag. 26; primera edición: 1968; primera edición en francés: 1966).