Nos parece, pues, que la Alegría, en términos generales, no puede describirse como criterio de bondad en Espinosa: el ordo cupidineus está obstruido aquí por el ordo geometricus. La Alegría es un hecho psíquico que acompaña a aquellos procesos en que se produce en el alma la idea de un aumento de nuestra potencia de obrar; pero como ese aumento de la potencia de obrar, según acabamos de ver, puede ser imaginado (en el sentido malo de esta palabra), o sea, puede ser provocado por una causa que, en realidade, no incrementa nuestra potencia de obrar, ya que no existe (aunque sea cierto que, si imaginamos que existe, nos alegremos), entonces la Alegría podría ir unida, en ciertos casos "geométricamente" previstos, a la falsedad. Y la "imaginacion", como se sabe, es por lo demás una forma inferior de conocimiento para Espinosa. Habría, entonces, alegrías más o menos "racionales", según se conectasen con la pasión en sentido literal, o bien con la alegría que aceptar en el hombre en cuanto que obra, es decir, en cuanto que es realmente (y no sólo imaginariamente) "causa adecuada" de efectos.
Ahora bien, hay que añadir que, para desgracia de la claridad de esta exposición, la cosa se complica, ya que también es verdad que, aunque reconozcamos (como acabamos de hacer) que es posible una Alegría estrictamente "racional", ligada al obrar humano (y no a la "pasión"), el hombre "obra" -o es "activo"- con enorme dificultad. En la parte IV, que trata de la servidumbre o impotencia humana, en cuya virtud el hombre se somete a los afectos, Espinosa da las razones claras por las que el hombre se somete -en principio- a ideas confusas (a pasiones); a saber, porque es una parte de la Naturaleza, y su esencia es infinitamente superada por la esencia (o sea, por la potencia) de las causas exteriores a él. Por lo tanto, el conocimiento verdadero no sólo es incapaz de moderar las pasiones (en cuanto tal conocimiento puro y simple), sino que, incluso cuando es considerado como un afecto él mismo (única manera de influir en los demás afectos para gobernarlos), puede ser vencido por otros muchos deseos, sobre todo por los que provienen de "causas exteriores que están presentes y provocan agrado". Hasta la proposición 18 de esa parte IV, Espinosa aclara las causas de que el deseo que brota de la razón sea menor que aquel que proviene de pasiones no racionales. Esto debe ser tenido en cuenta, y el sabio tiene que saber que para vencer una pasión necesita transformar en afecto más potente (como advertíamos más arriba) su conocimiento "racional". (Peña, Vidal: La razón siempre a salvo, KRK ediciones, Oviedo, 2011, págs. 40-42)